Opinión
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De lo virtual a lo real en Internet
L

a reciente tragedia ocurrida en Monterrey, donde un alumno de tercero de secundaria anunció en las redes sociales el ataque que haría contra estudiantes del Colegio Americano del Noreste, lleva a reflexionar sobre estas redes, la importancia en la vida diaria de sus usuarios y la necesidad de hacer pública, vía Internet, tal acto. No es la primera ni será la última vez que un asesino anuncie así su futuro crimen. Si el crimen anunciado pertenece al orden virtual, el crimen cometido es del orden real.

Hace algunos años, desde las ventanas de un restaurante de la calle de Bièvre vi pasar un hermoso perro dálmata. A sabiendas del entusiasmo de Pablo, un niño de cinco años, sentado frente a mí, por la película de Disney, le dije: Mira, un dálmata. Sin inmutarse, ni darse el trabajo de volver la vista para ver al perro, me respondió aleccionador: Ay, cómo puedes creértelo no es real, es un perro virtual. Fueron inútiles mis explicaciones y razonamientos. Los padres de Pablo, temerosos de la posible confusión que puede llevar la imaginación de un niño a no distinguir entre virtual y realidad, así como de las graves consecuencias observadas en varios casos dramáticos, le habían hecho comprender que las imágenes aparecidas en las pantallas de televisión, cine y computadora no eran reales sino virtuales. Ante el fracaso de mis razones, me consolé diciéndome que acaso más valía, por el momento, que volviese virtual lo real y no lo contrario, es decir, que creyese real lo imaginario y virtual.

En efecto, la utilización y práctica de Internet y las diversas redes sociales ha ido ganando terreno a grandes pasos sobre la existencia cotidiana de sus usuarios. Si bien Internet es, sin duda, una revolución cultural en la historia, y puede creerse, sin grandes temores a equivocarse, que la red ha democratizado la información, también es cierto que varios de los fenómenos consecuentes no son siempre inofensivos. Aparte, las manipulaciones políticas y sociales, los ataques cibernéticos, el espionaje generalizado, se ha producido un fenómeno inesperado: la propia existencia real parece perder terreno frente a la existencia virtual.

El usuario de Facebook y otras redes sociales fabrica su retrato a su gusto. El problema aparece cuando la persona cesa de pensarse como es para pensarse como se imagina. Ocurre, entonces, por fortuna no siempre, una despersonalización y una pérdida de identidad, sobre todo en el caso de personas frágiles, a causa de su inmadurez o de problemas sicológicos.

Entre otros investigadores, Gilles Deleuze y Pierre Lévy profundizaron el fenómeno de lo virtual en sus obras. Jorge Luis Borges ya había pensado esta paradoja de lo imaginario en El Aleph.

Paradójicamente, tras este desvanecimiento de la imagen real sobre la virtual, que se traduce en pérdida de la identidad, se esconde el deseo, para no decir el instinto, de existir. Tengo ya 3 mil amigos en Facebook o LinkedIn, escucho decir con orgullo a personas más bien inteligentes. La idea implícita es: Soy conocido o conocida por 3 mil personas, luego existo. Acaso, el anonimato, que el individuo puede vivir como sufrimiento al sentirse aplastado por la superpoblación, magnifica su deseo de existir convirtiéndolo en un impulso irreprimible y convulsivo. Existir frente a los otros. Escapar del anonimato. Volverse una persona pública, así no sea sino una vez en su vida y apenas unos instantes. Como la oportunidad de proezas no se presenta a diario, pasar en la televisión es un sustituto posible, pero no siempre al alcance. Por fortuna, las redes sociales ponen al alcance de cada uno la existencia pública.

Salir del anonimato, confundir la existencia virtual con la real conduce al delirio mental. Existir cueste lo que cueste, así sean vidas humanas, incluyendo la propia. Columpiarse entre lo virtual y lo real, querer, a cualquier precio, volver real la vida en Internet puede pagarse con la muerte.