Opinión
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Porque mi cabeza es un lío / Porque no hago nada / Porque no voy a ningún lado / Porque odio la vida / Porque realmente la odio / Porque no la puedo soportar / Porque no tengo amor / Porque no quiero amor / Porque los ruidos están en mí / Porque soy un good ol’ estúpido / Sepan pues que moriré / Adiós adiós a todos / Y sigan mi ejemplo.

E

l personaje adolescente de La Tumba ha crecido recibiendo cheques en lugar de afecto y atención. Cuando leí por primera vez la novela de José Agustín, magnífico narrador entonces también adolescente, me sorprendió; ahora que la releo me vuelve a sorprender. El personaje ficticio sigue en su monólogo:

Triste y solitario, pero cómodo.
Clic, clic, clic.
No puedo negar que es cómodo.
Clic.
Sí, claro, en la sien es mejor.
Clic, clic.

A tres cuadras de mi casa encuentro cerrado el paso para continuar. Veo patrullas, un tumulto, movimientos de gente protagonizando tal vez una emergencia rutinaria de las que nos depara la ciudad. Fuera de tu casa y quizá de tu cuadra, el resto es terra incógnita.

Al llegar a mi oficina, Magda, que es madre de Saulito (12 años), suelta un Ay, maestro, qué horrible… En tono exaltado me entera de la tragedia. Sally, que está cerca, presta se aproxima con su celular en la mano y me muestra la escena que circuló por medio mundo. Hemos entrado al primer mundo como numerosos mojados: por la puerta de la morgue.

Intento analizar el video. Federico se halla aislado de las mesas donde están los demás alumnos (¿por qué?) El resto de la escena es como lo narra Erick Muñiz, corresponsal de La Jornada en Monterrey. Entre esa escena y una de Gotcha, juego que consiste en dispararse balas de mentiras, acaso no haya mayor diferencia. Tampoco, si de heridos y muertos se trata, la diferencia pudiera ser mínima con la de algún videojuego donde los malos caen como moscas. Clic, clic, clic. O la de alguna película de Quentin Tarantino o donde el héroe es Rambo.

Me llamó la atención algo que prácticamente ha sido omitido en los medios: el movimiento del segundo alumno que se le acercó a Federico para decirle algo, encaminarse a la salida del salón, regresar luego sólo para hacerle la señal típica de tiro en la sien y finalmente abandonar el lugar. Las autoridades abren tres líneas de investigación. Otra omisión: ninguna sobre el móvil. Adelantan hipótesis sin sustento –salvo una de ellas, que puede ser verosímil: se hallaba bajo tratamiento por depresión– y los padres de Federico sólo declaran que él era un joven normal. Se habla de que el agresor-suicida pertenecía a una red en Facebook llamada Legión Holk. Hay numerosos detenidos vinculados a ella por la policía cibernética. ¿Influyó en la decisión de Federico? No es remoto que así haya sido.

Mario Nieves, un escritor cubano especializado en medios de comunicación, avecindado en Monterrey, publicó en 2016 un libro, La hoguera de las tentaciones, en el que narra varios casos estremecedores de víctimas de las redes sociales: Amanda Todd, Tyler Clementi, Ryan Halligan, Amanda Cummins. Terminaron por suicidarse luego de ser exhibidos en las redes mostrando su cuerpo o en prácticas sexuales cuyas imágenes alguien manipuló al principio de una cadena de otros manipuladores ávidos de mordiscos egóticos victimando a otros.

Federico pudo ser víctima de una acción similar, pero pudo no ser así y la causa de su comportamiento fue otra. En vez de dejar que la especulación y el rumor arborescentes crezcan, quiero proponer a padres de familia, jóvenes que conviven con otros, instituciones civiles y al gobierno mismo partir de una suposición para tomar medidas educativas y no las medidas militares –casi siempre inconstitucionales– que resultan tan cómodas como inútiles para evitar casos como el de Federico y otros similares. La suposición es ésta: hay una secta malévola que ha desarrollado un enorme poder para someter a niños y jóvenes a su voluntad mediante la manipulación de las redes sociales y actos seudorreligiosos. En Monterrey esa secta instrumentó un plan piloto que les resultó exitoso. ¿Cómo impedir que sigan teniendo ese tipo de éxitos macabros?

No hay quien, en el mundo de la cultura, deje de admirar a Sócrates. Su método de llegar a la verdad era hacer preguntas. Y eso, creo, es lo que falta en la educación y en toda relación humana. Las preguntas y, por supuesto, las respuestas; es decir, el diálogo. Tras una guerra es a lo que se acude para concertar la paz. Veámoslo en grande. La ONU, producto de la guerra más violenta que haya padecido la humanidad, se rige por una asamblea donde prevalece el debate, el diálogo. ¿No toda organización pequeña o grande debiera mantenerse sobre bases similares? Me pregunto: si los niños y los jóvenes dialogaran sobre sus problemas y sobre los problemas de otros ¿no se educarían en la solidaridad, en la comprensión mutua, en la paz?

En fin, ¿no deberíamos tomar por una amenaza real ese siniestro plan piloto contra la infancia y la juventud como el imaginario que aquí he propuesto? ¿Y responder con planes opuestos para blindar a niños y jóvenes de tragedias como la protagonizada por Federico? Porque, sin que sepamos de plan efectivo alguno, hay un clima de violencia que puede alcanzar a niños y jóvenes. Fosas clandestinas, ejecuciones, matanzas, desapariciones, feminicidios. Las autoridades, después de décadas, no han sido capaces de disminuir y menos de erradicar ese clima. Ya es hora. Pero no lo harán sin presión social ni alternativas practicables.