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En el tiempo del no puede ser
L

levamos semanas con la frase no puede ser, para seguir con esto es increíble. Para luego, con el andar de las horas, caer en cuenta de que sí puede ser y de que eso de lo increíble no tiene lugar en la racionalidad de la nueva normalidad impuesta por Mr. Trump. Más nos vale empezar a acostumbrarnos a este tiempo que dejó atrás el nunca jamás, con que le encantaba bromear al amigo Armando Labra.

Ahora tenemos que hablar del poder constituido a golpe de votos y artificios arcanos y asumir que detrás del increíble triunfo de Trump están millones de estadunidenses que lo eligieron y no lo hicieron por ocurrencia o ganas de vacilar. Fue por convicción, airada y llena de ira, bien arraigada en una triste experiencia de olvido, desempleo y subempleo, desdén elitista y el enojo ante los panoramas de igualitarismo que el gran y largo reclamo por los derechos ha traído consigo en Estados Unidos. Paradójico sin duda, pero en buena parte la andanada trumpiana se nutrió de los avances que en materia de igualdad ha alcanzado la sociedad estadunidense y que Obama impulsó como pocos.

Puede sonar excéntrico, pero como lo muestra diestramente Nora Lustig, el voto y el empuje plebeyos por Trump pudo haber sido también un voto contra la igualdad desde la desigualdad. Paradojas de la sociedad atribulada o poseída por el narcisismo que tanto estudió Christopher Lasch en sus grandes incursiones sobre la revuelta de las élites o la política del narcisismo.

Éstos y otros trabajos, por cierto, forman parte de la biblioteca no socorrida por muchos de nuestros estudiosos, y reclaman hoy, en esta hora de la verdad, una atención cuidadosa. Más que de culteranismo, cuando hablamos de Estados Unidos de América, tenemos que hacerlo con algo de humildad y sobre todo contrición de un olvido, en realidad de una ignorancia, sobre lo que ahí pasa y ha pasado, hasta ponernos sobre la cara la peor de las expresiones de una auténtica crisis cultural, que seguramente es también social, y deriva en la toma del poder por la barbarie más desfachatada y arrojada de que el pueblo estadunidense, y nosotros con ellos, tenga memoria.

¿De qué se trata todo esto? Desde luego de política, de poder y de su toma sin el menor recato por parte de una banda indescifrable y sobre todo impresentable que ha recogido con éxito inaudito la queja profunda, el reclamo siempre pospuesto, de cientos de miles de proletarios y aspirantes a serlo que por décadas asistieron a la devastación de sus formas de vida y trabajo. Y, luego, de política y de poder, actuada y disputada por la revolución de los ricos, grupos prepotentes e implacables que están convencidos de que eso de la democracia es una simulación y la representación una farsa. De ahí su desprecio por las formas y convenciones de la política inventadas para no acabar a balazos y que ahora, ya en el poder, se llevan a la política internacional para demoler la diplomacia y las siempre endebles normas del orden internacional.

Para nosotros, este arrebato surgido del peor y más oscuro de los subsuelos del gran país de Lincoln o Roosevelt, se volvió amenaza en acto, majadería inaudita lanzada contra el propio Presidente de México y obsesión para perseguir inmigrantes, expulsar muchachos y acorralar a cuanto aspirante a mediador se atreva. No sé o no entiendo por qué hay quienes piensan que nociones como dignidad o referencias a la soberanía sobran. Se trata de grandes pilares de un discurso que quizá, más que por su uso por su abuso, pudo haberse gastado, pero que en las actuales circunstancias tiene validez y actualidad.

Es a partir de estas referencias y valores que se puede encarar la atrocidad que el presidente Trump va a desatar contra los compromisos y políticas en torno al cambio climático o el desarrollo sostenible y, en especial, sobre la recuperación del desarrollo como derecho humano fundamente y universal. O contra la ciencia.

Trump ha puesto el mundo en peligro. Y a nosotros en real e inminente riesgo, no sólo de perder tajadas del comercio internacional, que va a ocurrir, sino de extraviar el rumbo que subsiste y se concreta en el reclamo de justicia social, de dominio nacional sobre las riquezas naturales, de búsqueda legítima de igualdad y respeto sociales que nos legaron Lázaro Cárdenas y los liberales sociales que no se dejaron embaucar por las promesas del mercado libre.

Hemos llegado a una auténtica encrucijada histórica, peligrosa y dura como pocas. Echar mano de consignas y formas retóricas que se mostraron útiles para la unidad y la cohesión no es deleznable. Es un elemental ejercicio de recuperación memoriosa e histórica. Para darle al verbo no sólo brillantez y coherencia sino congruencia.