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Sabines: el escribano de la vida
¿P

or qué el amor no pasa de moda? Lo ha querido devorar el mercado y ha hecho que muchas de nuestras relaciones sean efímeras. Efímeras como la moda: su tema es el olvido, el se acabó, el ya no más, el que sigue. Palpita en su corazón la fecha de caducidad. Los amores de temporada, de ocasión, pasan como los globos que inundan tiendas y restaurantes en estos días pero se desinflan en unas horas. Hay otros como el de La Sulamita, que son como un sello en el corazón, como una marca sobre del brazo; incluso son constantes más allá de la muerte.

Hace casi siete décadas fue publicado, en una edición marginal, uno de los poemas más excepcionales de la lengua española contemporánea. Excepcional porque el fulgor de su llama no cesa; porque su autor no se la pasó haciendo lobby en el circo literario para subsistir y, más aún: porque su autor se metió a la política, ese desbarrancadero donde los prestigios literarios suelen sucumbir.

Ese poema lo editó el Departamento de Prensa y Turismo de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en el ya remoto año de 1950. Su autor era un joven desconocido de 24 años que había empezado a publicar en un periódico preparatoriano de nombre El estudiante. Los amorosos fue el último poema incluido en la pequeña plaquette que llevó por título Horal y que no apadrinó ningún notable, ni impulsó premio literario alguno.

Jaime Sabines, su autor, había desechado 46 poemas de ese pequeño libro escrito en 1949 y que corrigió varios días en la imprenta, según consta en una carta que el poeta dirigió a Josefa Rodríguez, Chepita, quien sería la mujer de toda su vida. Los amorosos, cartas a Chepita da cuenta del estado de ánimo del poeta al escribir como loco los versos de Horal durante varias noches de insomnio.

Apunta en su correspondencia del 9 de abril de 1949: ... te he estado haciendo poesías como una máquina. Algún día te enviaré lo que me guste. Así voy a terminar en un industrial del verso. Sabines y Cia. Versificación S.A. Y en estas otras líneas, fechadas el 12 de abril del mismo año, no deja lugar a duda de que la inspiración del poeta es su corresponsal: Eres todas las cosas que me faltan, todas las que no tengo. Como esa música del radio: invisible, presente y fugitiva.

Sabines siempre escribió de un impulso de la primera a la última línea. Quizá, nos dice Aurora Ocampo, porque escribía con las entrañas. La forma le importaba, claro, pero más el fluir de la sangre.

Sólo tres poetas contemporáneos se han arraigado fuertemente, según Carlos Monsiváis, al repertorio popular después de ese prodigio que fue y sigue siendo Amado Nervo: Pablo Neruda con su ya clásico Puedo escribir los versos más tristes esta noche; Federico García Lorca con esa historia también nocturna en la que el poeta nos confiesa, con el ritmo del octosílabo, Y yo que me la llevé al río... y Jaime Sabines con uno de los poemas que han repetido por lo menos cinco generaciones de lectores y que incluso analfabetas han aprendido de memoria: Los amorosos.

Por eso no me extraña que el poeta haya llenado Bellas Artes y la Sala Nezahualcóyotl con miles de jóvenes cuando cumplió sus 70 años. No necesitó más escenografía que una mesa, una silla y una lámpara para decir sus versos; para demostrar, sin proponérselo, que en aquellos y estos días de amores líquidos y sin compromiso, el poeta sigue siendo la voz de la tribu, como quería José Emilio Pacheco; que el amor es algo más que agua suelta.

¿Por qué Sabines enraizó tan pronto entre nosotros y lo ha hecho durante tanto tiempo? ¿Porque canta en Do de pecho?

Más que poeta, Jaime Sabines se decía escribano de la vida y como escribano exploró como pocos el dolor, la muerte y el amor. Abrevó en ese mar de las emociones que es en realidad el palpitar del mundo.

Octavio Paz decía que para el poeta chiapaneco todos los días eran el primer y el último día del mundo. Es cierto: escribir desde ese límite cambiante le permitió mostrarnos de manera involuntaria que la pasión, si es de un poeta, forma parte de la vida de todos.

En estos días de amores líquidos que fluyen sin compromisos, acercarnos a poetas como Sabines para escuchar en sus versos ese rumor antiguo que produce la sangre y nos palpita en las sienes es reconciliarnos con esa llama viva que aún nos hipnotiza, nos llena de ánimo y nos ayuda a caminar en estos tiempos de penumbra.