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Ver día anteriorSábado 25 de febrero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Adaptar o no adaptar
H

e ahí el dilema, diría Shakespeare, y diría bien porque, en efecto, es un dilema. Como prueba de ello, dos adaptaciones de teatro musical representadas recientemente en la Ciudad de México, con intenciones y resultados diametralmente opuestos. La primera es la muy interesante puesta en escena que se llevó a cabo en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario hacia el fin de 2016, de esa joya de ópera de cámara que es La voz humana, de Francis Poulenc. La adaptación y la dirección estuvieron a cargo del joven y enjundioso cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios, quien en el proceso se tomó amplias e inesperadas libertades, y se salió con la suya. La más importante de ellas fue (¡anatema!, gritan los puristas) poner en escena, de carne y hueso, al otrora invisible e inaudible interlocutor de Ella, que así se llama el personaje único de la pieza… y además, puso a una mujer en ese rol. En la parte musical, la partitura de Poulenc fue adaptada para piano y theremin, logrando dimensiones sonoras profundas, llamativas y muy cercanas a los contornos del drama de desamor que se desarrolla en escena. Todo ello, complementado con proyecciones de video, algunas de ellas de la acción teatral en tiempo real, otras pregrabadas y mezcladas con los demás elementos. La lúcida adaptación y la rigurosa puesta en escena de Ruizpalacios impidieron que los elementos nuevos predominaran sobre los originales, logrando una sugerente y fluida unidad de teatro y música. Y, claro, parte esencial del éxito de esta arriesgada y eficaz adaptación fue el pulcro y bien preparado rendimiento vocal y actoral de la soprano Ana Gabriella Schwedhelm en el rol protagónico. En el centro de todo ello, el hecho palpable de que todo lo que es Poulenc y Cocteau en La voz humana se fundió de manera orgánica y fluida con todo lo que propusieron Ruizpalacios y sus colaboradores. Resultado: una adaptación arriesgada, inteligente y exitosa.

En el otro extremo se encuentra la adaptación de Álvaro Cerviño a la ópera cómica (o primitivo musical) Iolanthe de la pareja inglesa formada por Gilbert (texto) y Sullivan (música), presentada en el Teatro de las Artes del Centro Nacional de las Artes, y todavía con algunas funciones pendientes. Con el castellanizado título de Ayolante, la historia se presenta con un reparto enteramente masculino, lo que en sí mismo no es ni una transgresión épica ni una apuesta de alto riesgo. (Basta recordar algunas de las antiguas tradiciones teatrales de Oriente, o los deliciosos Ballets Trockadero de Monte Carlo). El problema es que este all-male-cast no viene al caso, no añade perspectivas nuevas a la obra original y, ciertamente, mueve a risa a buena parte del público por las razones más equívocas posibles. Por otro lado, la traslación que se ha hecho de la acción, desde un mundo feérico interconectado con la Cámara de los Pares en Inglaterra, hasta la actual Ciudad de México, comenzando por el Lago de Chapultepec y sus ajolotes, se siente forzada, desequilibrada en sus resortes dramáticos, metida con calzador sobre la música y la acción del original. Lo que en Iolanthe es una sátira mordaz a la sociedad inglesa, sus leyes, costumbres, vicios y gobierno, en Ayolante es algo vagamente parecido, con la Cámara de Diputados (y sus impresentables habitantes) como centro de una controversia que, debido a la adaptación, no termina por echar raíces sólidas ni en el mundo de las hadas ni en los pasillos del Metro de la Ciudad de México. Hay aquí y allá en el texto en castellano algunas rimas ingeniosas, pero no terminan de cuajar en una unidad escénica, entre otras cosas porque la crítica al sistema es en general de tono ligero y sin profundidad, y porque los chistes privados y la procacidad de arrabal no vienen al caso. Otro problema de esta Ayolante: sí, algunos de los intérpretes cantan, y bailan, y actúan de manera decorosa (de hecho, capacidades dignas de mejor material), pero varios más no rebasan el nivel de tabla gimnástica de escuela secundaria nocturna. El desequilibrio resultante es evidente.

He escuchado comentarios muy contradictorios sobre esta Ayolante adaptada, por lo que no puedo menos que recomendar, lector, que se apersone usted en el Teatro de las Artes a mirar, escuchar y analizar por sí mismo. Se pone en escena todavía este fin de semana y los dos siguientes.