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Maitor fue hallado en un canal en Sinaloa, en febrero, refiere su padre

No sé quiénes o por qué mataron a mi hijo; que la justicia actúe
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 6 de marzo de 2017, p. 30

Navolato, Sin.

Luis es de pocas palabras. Está sentado junto al altar montado para despedir a su hijo Maitor Ulises Rojo Benítez, asesinado a balazos hace una semana. No sabe por qué, ni quién o quiénes lo mataron, pero espera justicia.

Tiene los ojos rojos, de llanto aplacado. Parece no inmutarse ante nada. Lo flanquean dos familiares. Sostiene su cuerpo en una frágil silla de plástico que está bajo una carpa funeraria; al fondo se aprecia una cruz plateada. Las velas fueron apagadas y las rosas despiden su aroma.

De la muerte de Maitor, dice: No sé nada. Lo que hice fue procurarlo, traerlo y velarlo. La última vez que familiares y vecinos lo vieron con vida fue la tarde del viernes, cuando se dirigía a la casa de su tía.

Hay versiones de que habría sido interceptado por elementos del Ejército Mexicano, junto con otro joven de Sataya. El cadáver de Maitor Ulises, de 34 años, apareció en el canal de riego, entre las comunidades de Las Bebelamas y Bainoritos.

“Al morro lo levantaron y lo golpearon todo el día en El Contrabando, así se llama el caserío que hay en El Castillo, donde desemboca el río Culiacán. Mucha gente lo vio. Lo llevaban vivo y lo mataron los verdes (militares)”, aseguró un residente de dicho poblado, quien pidió el anonimato.

El sábado 25 de febrero Luis Rojo recibió una visita inesperada: los empleados de la funeraria le informaron que había un cadáver en el Servicio Médico Forense de Culiacán y podría tratarse de su hijo.

Era él. Tenía el nombre de él, Maitor Ulises, tatuado en el hombro derecho, indica con voz seca.

El Castillo es una comunidad pesquera polvosa de Navolato. Mucha vegetación muere por el suelo salino de sus calles. Basta entrar a ese pavimento parchado y accidentado para percatarse de dónde termina la carretera y empieza el mar.

Ahí, en la calle Rosario Ávila número 51, vive la familia Rojo Benítez. Un joven que esperaba el camión a la orilla de la carretera dio pormenores de la ubicación de la casa de Luis Rojo: “a la vuelta, donde hay una carpa de funeraria. A su hijo lo mataron los guachos”.

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Uno no es de pleito. No sé por qué pasan estas cosas. No saben el daño que hacen, aseveró Luis Rojo, padre del joven Maitor Ulises, hallado sin vida en febrero pasado en un canal de riego en NavolatoFoto Foto Javier Valdez

Luis parece no tener opciones. No sabe cómo murió su hijo. No tenía lesiones visibles. Estaba atado de manos. Desconoce si fue privado de la libertad, quiénes lo mataron y si intervino el Ejército Mexicano. Mi hijo trabajaba en la pesca o conmigo. Yo me dedico también a cortar espigas a las milpas.

En lo que va del año, en Sinaloa suman cerca de 250 asesinatos presuntamente relacionados con pugnas entre grupos del crimen organizado, perpetrados principalmente en los municipios de Navolato, Culiacán y Mazatlán.

–¿Había escuchado eso, que se lo habían llevado los soldados?

–No. Hasta ahorita estoy sabiendo. No quiero ni salir a la calle, está dura la cosa. Me siento mal.

“¿Justicia? –se pregunta sentado junto al altar instalado para despedir a Maitor Ulises–. Eso no va a devolver a mi hijo. No he salido de la casa. Aquí permanezco. No ando a gusto por como fueron las cosas. Pero si se llega a saber algo, que la justicia actúe. Uno no es de pleito. No sé por qué pasan estas cosas. No saben el daño que hacen”.

Esperábamos que no fuera cierto

Su esposa tiene diabetes y asma bronquial. Sale a responder unas preguntas, pero no se le dan las palabras. Suelta: teníamos esperanzas de que no fuera cierto. Se va y refugia en esa casita pequeña, de patios amplios, donde todo ahora, incluso la luz del sol de mediodía, es mortecina.

Luis hace tercia en la conversación. Parece regresar desde atrás y agarrar fuerzas: Ojalá sepa el gobierno y los castigue. Que las cosas no queden así nomás.

Lamentó que en su población, donde todos se conocen y no hay personas conflictivas, entren y salen grupos armados. Pero Luis ya no habla. Los asesinos dejaron sin padre a sus nietos: un hombre y dos mujeres que se suman a otros 11 que tiene, y a él le queda una sombra de tristeza.