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El miedo a la ciudad, a la noche, a lo público
¿P

or qué le tenemos miedo a la ciudad, a la noche?, ¿quién nos inculcó los sanos prejuicios contra la rumba, el mambo, los tragos, los antros, las mujeres ­pecadoras?

Gabriela Pulido ( El mapa rojo del pecado: miedo y vida nocturna en la ciudad de México, 1940-1950, recién editado por el INAH) nos muestra cómo se construyeron estos miedos en los medios de comunicación, particularmente la prensa y el cine, equiparando la noche con la maldad. La propaganda asociaba la vida nocturna con la explotación y las prácticas inmorales de la sexualidad, los usos y abusos de droga y alcohol, la corrupción de las costumbres, el vicio, la violencia y el crimen. Esta propaganda del miedo iba acompañada de un discurso sobre la moral social, el deber ser, el ocio, la sensualidad, la sexualidad, el cuerpo femenino y masculino.

Desde fines del siglo XIX la autoridad intentó regular la vida nocturna, viciosa y perniciosa. Los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y (sobre todo) Miguel Alemán, retomaron y ampliaron las formas porfirianas (y victorianas) de censura y moral pública, y, apoyados en diversos grupos pararreligiosos que se presentaban como sociedad civil, persiguieron de distintas maneras la vida nocturna y sus manifestaciones del ocio, que no cabían en su proyecto, desarrollista en lo económico (en claro beneficio de la burguesía), conservador en lo moral y autoritario, anticomunista y pro yanqui en lo político.

El libro de Gabriela pone particular atención a los modos, los mecanismos y el discurso de la propaganda: en la representación de los cabarets se buscó subrayar la barbarie, el salvajismo y la brutalidad humana. Las pasiones, los vicios, el alcohol y las drogas, la inmoralidad y la violencia que los medios exhibían al hablar de los cabarets y de la vida nocturna en general eran paralelos a los discursos moralizantes de los funcionarios gubernamentales, la jerarquía católica y las organizaciones pararreligiosas (como la Liga de la Decencia). En esos discursos se pasó revista minuciosa al cuerpo femenino y a la sexualidad de las mujeres, mientras se mantenía silencio sobre el cuerpo masculino y sus usos y representaciones. También eran paralelos a la invención del discurso de la mexicanidad ( http://www.jornada.unam.mx/2016/08/ 09/opinion/021a2pol ).

Y generaron el miedo, y arrinconaron el ocio, y proclamaron una sola forma válida de familia y de ejercicio de la sexualidad (y ninguna del erotismo). Por ejemplo, en un artículo de 1948, en 18 renglones un escandalizado censor acumula los siguientes adjetivos y sustantivos: barriada, atarantar, juanita (mariguana), polvito blanco, bebidas rasposas, gente peligrosa, intoxicada, barbaridades, impulsada, celos, instintos de tigre, secciones policiacas, hechos de sangre, tenebrosos centros, cabaretucho, borrachos, torvos, escandalazo, fieras, hirieron, “algunas de esas cavernas nocturnas donde se toca, se baila, se roba, se asesina y se adquieren drogas heroicas… son peligrosas. Quienes las frecuentan lo mismo se revientan un danzón que revientan un ojo a cualquiera con un botellazo”.

Moraleja: no baile danzón.

¿Más?: avernos, furia de sus legiones, profanados los sagrados límites del pudor, falso arte que mistifican burdamente, pornográficas exhibiciones (que) despiertan la lujuria en los ancianos concupiscentes y hacen brotar bestiales instintos (cuatro renglones de un texto de 1948). “Los antros de vicio… exhiben en sus salones las obscenas danzas, ejecutadas con el sólo fin de fomentar la morbosidad… enseñan sus flacas desnudeces las chiquillas que deberían estar en sus hogares dedicadas a… prácticas domésticas” (1949). “Ni arte ni gracia. Solamente juventud, facilidad para alborotar los instintos… pervertida y voraz” (sobre el baile de Tongolele, 1948).

Una reflexión fuera del libro: entre más estudiamos el sexenio de Miguel Alemán, más encontramos que ahí se ajustó el sistema priísta de corrupción, colusión y represión. Y parte de ese sistema fue el ideólogo que hacía del mexicano un hijo de la chingada (http://www.jornada.unam.mx/2016/07/ 26/opinion/016a2pol ) al que había que someter y mantener con la rienda corta, en lo político y lo moral. En lo público y lo privado. No me extraña entonces esta campaña de miedo…

Pero eso no es lo importante del libro, ni está en el libro. El mapa rojo del pecado no sólo nos muestra esa eficaz campaña de propaganda y nos retrae a imágenes, prejuicios y argumentos que parecen de antaño, pero existen hogaño. También nos enseña una ciudad que bailaba y reía en los estertores de una gran revolución popular que había conquistado la calle, la vida pública y colectiva, la risa y la sensualidad que el PRI quería cerrarle. El libro nos recuerda que la risa, la calle, el baile, el cuerpo es, son nuestros. Es un libro placentero que hay que leer.

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