Política
Ver día anteriorMartes 7 de marzo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Es recordado por su papel clave como negociador en la crisis de la deuda externa

Con la muerte de Silva Herzog se pierde a un político de inteligencia privilegiada

El economista formó parte de las listas de precandidatos del PRI a la Presidencia de la República

Foto
Jesús Silva Herzog se atrevió a admitir en público errores de los gobiernos de los que formó parteFoto La Jornada
 
Periódico La Jornada
Martes 7 de marzo de 2017, p. 7

Por la fuente de la noticia, la mayor parte de los medios destacaron ayer que Jesús Silva Herzog Flores fue fundador del Infonavit, aunque sin duda el economista será más recordado por haber formado parte de la lista de suspirantes a la candidatura presidencial del PRI y por su papel clave como negociador en la crisis de la deuda (1982-1985), paquete con el que lidió como secretario de Hacienda de Miguel de la Madrid (había ocupado el mismo cargo en el último año del gobierno de José López Portillo, con todo y su oposición a la nacionalización de los bancos).

Hijo de Jesús Silva Herzog, figura relevante de la historia a quien se recuerda, entre muchas otras cosas, como redactor del discurso de la expropiación petrolera, Silva Herzog Flores nació en 1935, estudió economía en la UNAM y obtuvo una maestría en la misma disciplina en la Universidad Yale.

Su actuación pública se extendió hasta el sexenio de Ernesto Zedillo, cuando fue embajador en Estados Unidos (antes lo había sido en España, además de ocupar la titularidad de la Secretaría de Turismo, con Carlos Salinas).

En cuanto se dio a conocer la noticia de su muerte se multiplicaron en los medios los elogios que ya había recibido en sendos homenajes cuando llegó a los 80 años. Carismático, lleno de buen humor, de inteligencia privilegiada.

Los mensajes de pésame abarcaron todo el espectro político.

La decisión de diferir el pago de la deuda externa mexicana desató una crisis que se multiplicó al resto de América Latina y dio lugar al rescate del Fondo Monetario Internacional.

Silva Herzog dejó la Secretaría de Hacienda en junio de 1986, en medio de desencuentros con el presidente De la Madrid y otro de sus secretarios, Carlos Salinas de Gortari.

Nuestra relación había llegado a un nivel de deterioro intolerable, escribió el ex presidente Miguel de la Madrid en sus memorias.

De la Madrid reprochó a su colaborador su incapacidad para enfrentar momentos difíciles derivados de la caída de los precios del petróleo y los ajustes al gasto. Según el ex presidente, Silva Herzog asumió una actitud de hemos fracasado y fue más allá, al expresar en público su desacuerdo con la política económica de un gobierno del que formaba parte.

A pesar de considerarlo su amigo, De la Madrid fue rudo en sus memorias con su ex colaborador: lo consideraba obsesionado con la deuda externa y falto de dedicación, arrogante, irritable, dueño de una vanidad extralimitada.

En sus memorias, De la Madrid se queja del bajo control que como presidente tenía de sus negociadores con el extranjero y tilda de fatuidad que Silva Herzog se considerara a sí mismo un activo mexicano en las negociaciones con la banca extranjera por sus buenas relaciones en el exterior. Escribió De la Madrid: Baste como muestra de las buenas relaciones que logró establecer, el que ahora, con motivo de su salida, recibió cartas de simpatía de Ronald Reagan y de George Shultz. Cartas que si bien alimentan su vanidad, me imagino conservará con discreción, por temor a que cunda entre la opinión pública el concepto de que estaba demasiado allegado a los estadunidenses.

Los juicios del ex presidente no minaron la lealtad de su antiguo colaborador. A la muerte de De la Madrid, en abril de 2012, Silva Herzog escribió –con Francisco Suárez Dávila, quien fue su subsecretario– una pieza elogiosa en la que destacó el estilo sobrio y austero del ex presidente, en contraste con los excesos de José López Portillo.

Según Silva Herzog, De la Madrid recibió al país con una crisis más grave que la que entonces padecía Grecia y lo dejó en una situación estable y con el gran mérito de haber iniciado las reformas estructurales.

En 1999, Silva Herzog aceptó la invitación de Francisco Labastida para acompañarlo en los comicios federales como su compañero de fórmula. El gusanito de la política se impuso y Silva dejó que se perdieran en el tiempo las palabras del escritor Carlos Fuentes, quien lo había destapado como su candidato a la Presidencia.

En otras dos ocasiones Silva Herzog había formado parte de las listas de precandidatos del PRI a la Presidencia de la República, pero se había quedado en el camino. En el año arriba citado incluso llegó a coquetear con la oposición, aunque al final decidió jugársela por el Gobierno del Distrito Federal.

La precampaña le dio una fuerte exposición y arrancó su trabajo proselitista arriba en las encuestas. Con el correr de los meses, sin embargo, la campaña comenzó a hacer agua.

En sus memorias, Silva Herzog se quejó de abandono durante la campaña, de que muchos miembros de su partido actuaban sólo cuando había prebendas y de grietas en la lealtad. Las versiones y rumores sobre una campaña ligera y un candidato que no trabajaba surgían de las mismas filas del PRI.

Pasada la elección, en la que Silva Herzog se fue hasta el tercer lugar, el experto Jorge Fernández Font escribió sobre su campaña: “Sin tomar en cuenta, al parecer, el contexto comunicacional de las campañas propias de su partido o de sus contrincantes, inicia su campaña con el lema ‘Nuestra ciudad en buenas manos’ y luego lo modifica: ‘Nuestra ciudad en orden’”.

En la acera de enfrente, su principal adversario, Andrés Manuel López Obrador, había logrado posicionar su lema Honestidad valiente. Silva Herzog parece haberse querido colgar, sin mucho éxito, el mismo atributo recurriendo a la fórmula de las buenas manos, escribió Fernández Font.

Desde finales de los ochenta Silva Herzog admitía en público algunos errores de los gobiernos de los que formó parte. En una conferencia en la UNAM, en 1987, llegó a decir que México no podía seguir siendo un exportador de capitales y rechazaría la frase que él mismo dijo en la crisis de 1982: Se trata de un problema de flujo de caja.

En 1993, hombre de partido al fin, volvió al gabinete presidencial: con su antiguo adversario interno Carlos Salinas de Gortari.