Opinión
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De las memorias de Almeyra
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l año pasado leí Militante crítico: una vida de lucha sin concesiones, la autobiografía de Guillermo Almeyra Casares (Peña Lillo/ Ediciones Continente, Buenos Aires, 2013). Memorias muy bien narradas, con datos valiosos y abundantes en chismes de la cuarta (internacional) que me dejaron con una duda tenaz: ¿tendré todavía chance de adherir al trosquismo, y poder así mejorar como persona?

Militante crítico empieza con la presentación del autor en la solapa. Allí se dice que Buenos Aires es una de las pocas ciudades del mundo que puede producir (sic) personajes locales y universales. Aunque, con más exactitud (antropológica), convendría decir que los producidos en la gran urbe del Plata creen ser universales, y todos los demás, locales.

El libro consta de 18 capítulos que narran la infancia y adolescencia del autor, el ingreso al partido socialista, su temprana iniciación en los enigmas del trosquismo, el activismo gremial en barrios y fábricas del Gran Buenos Aires, y una odisea político existencial que hubiera matado de envidia al gran Homero.

Bien. Lo importante es que el niño Guillermo nació en el mismo año que el Che (1928), empezó a gatear en avenida Libertador y Juncal (esquina muy-muy de la alta burguesía), fue sobrino segundo del general José Evaristo Uriburu (quien derrocó al presidente populista Hipólito Yrigoyen en 1930), pariente de tres grandes de la cultura argentina (Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Oliverio Girondo) y cursó la primaria en el exclusivo colegio Champagnat (marista); a los 10 años viajó en barco a Europa, vivió meses en París, y se graduó de cadete en el Liceo Militar.

Destaco esa suerte de estimulación temprana en la vida de Almeyra que, según nos advierte, a muy pocos interesa (aunque le dedique 50 páginas), porque me pareció interesante apuntarla. Pues en mi caso, y con perdón de usted, apenas fui sobrino bisnieto segundo del primer hombre que cruzó en globo la Cordillera de los Andes. Además, mi abuela tocaba el piano y, a veces, mi viejo nos llevaba al balneario de Mar del Plata, cuando sus playas empezaron a convertirse en conejeras por la chusma ideológicamente atrasada que seguía a Perón y Evita, válgame Dios.

En cambio, los jóvenes de apellidos ilustres gozaban del inmenso privilegio de elegir qué hacer de sus vidas. Los Almeyra Casares o Guevara De la Serna Lynch, por ejemplo, pudieron ser grandes abogados, financistas o militares al servicio de su clase. Pero, afortunadamente, Guillermo y el Che optaron por hacer la revolución mundial. Aunque imagino que si en la colonia Tabacalera Fidel y Raúl se hubieran cruzado con Almeyra, en lugar del Che, estoy seguro de que con su encanto personal los hubiera convencido de que carecían de claridad ideológica para acabar con la tiranía de Batista.

Espero que el colega no se me ofenda (oiga: ya somos mexicanos), pues si alguien me preguntara cómo recorrer con éxito las 10 premisas del izquierdista puro y éticamente perfecto, le recomendaría que lea estas memorias para convalidar, por elevación, lo que decía el general Perón: No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los otros son peores.

No voy a detenerme en los datos incorrectos del libro, o en dar crédito a que la política argentina gira en torno al trosquismo, y en las fijaciones de Almeyra con el peronismo. Que, tanto da, aparecen cuando comenta la correlación de fuerzas en Crimea o el Kurdistán, los desafíos de Morena y López Obrador en México, o los ataques aéreos de Francia en Tombuctú. Tan es así, que Perón y los Kirchner aparecen citados en más de 100 ocasiones, y los admirados maestros Marx, Engels, Lenin y Trotski, juntos, en poco más de 100. Con lo cual, los enemigos del mundo quedan señalados.

Por eso, cuando hace unos días Almeyra escribió que le “…repugnan las ex presidentas multimillonarias que hacen de todo para ser ‘populares’” (un comentario digno de Clarín y La Nación), coincidí plenamente con él. Porque a mí también me repugnan, con todo respeto, las ex presidentas multimillonarias de Panamá o Costa Rica, que no pudieron ser populares porque nunca fueron peronistas.

Más bien, celebro que, con algunos años de diferencia, el autobiografiado y el articulista hayan tenido iguales o parecidas situaciones: en el emblemático edificio Martinelli de Sao Paulo, en agencias de noticias de Lima, padeciendo sorochi (mal de altura) en la empresa de ómnibus Morales que atraviesa la cordillera de Arequipa, o escapado de la policía a bordo de un tren (él en Brasil, yo en Colombia), y que su hijo amado se llame igual que mi nieto amado.

Las cosas de la vida son raras… ¿no? Cosas que pueden entenderse mejor cuando, científicamente comprobado, los signos astrales son compatibles. Y realidades que, a la postre, terminaron cansando al propio autor. “[…] Durante muchos años de ignorancia y superficialidad fui ‘marxista’ y ‘trotskista’ [...]” (p. 368), en una vida que se “[…] inició por razones éticas y durante años fue voluntarista” (p. 372). Honestidad autocrítica que, faltaba más, deja al lector eternamente agradecido.