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Apuntes postsoviéticos

Homofobia

L

os guardianes de la moral pública en Rusia –acorde con la intolerancia que profesan– acaban de conseguir un sonoro triunfo en su combate contra la homosexualidad, merecedor de ser incluido en cualquier antología del absurdo: los niños no podrán ver la película La bella y la bestia, reciente producción de Disney que se estrena en Moscú dentro de unos días, a menos que vayan al cine acompañados de uno de sus padres.

El motivo: la clasificación 16+ (más severa que la B15 mexicana) que el Ministerio de Cultura impuso al filme, en lugar de la clasificación A solicitada por los distribuidores, por la inclusión de un personaje que se asume gay –LeFou, cómplice de Gastón, el villano de este cuento de hadas– en la versión que convierte la película de dibujos animados de 1991 en musical a la moda, con Emma Watson y Dan Stevens de protagonistas como la bella y la bestia.

Una comisión de expertos dictaminó que no procedía prohibir su exhibición en Rusia, pero sugirió –para evitar la ira de los promotores de aplicar la ley de propaganda de relaciones sexuales no tradicionales a los menores de edad (así se titula el documento de marras)– restringir el acceso a los cines.

El artífice de esa ley, vigente desde hace cuatro años, Vitali Milonov, diputado en la Duma del partido oficialista Rusia Unida, sin haber visto la película y basándose sólo en declaraciones de su director, Bill Condon, en el sentido de que es la primera vez que en una producción de Disney aparece un personaje abiertamente homosexual, puso el grito en el cielo. Exigió, en carta abierta, proscribir el filme, porque bajo la apariencia de un cuento para niños se ofrece una descarada, desvergonzada propaganda del pecado y de relaciones sexuales de depravados.

No resulta extraño que, con personas que piensan como Milonov, se llegue a extremos de proclamar una ciudad libre de gays, como hizo Serguei Davydov, alcalde de Svetlogorsk, ubicada cerca de la frontera con Finlandia, quien considera indiscutible mérito de su gestión verificar que en las tiendas de su ciudad no se vendan caramelos fálicos por su forma similar a un pene.

Ahora, el Servicio Federal de Seguridad tiene en Svetlogorsk una doble misión: impedir que los gays entren desde Occidente y también desde el territorio ruso, como pudo comprobar en carne propia el primer grupo de activistas de los derechos homosexuales que viajó ahí para conocer cómo transcurre la vida en ese lugar. Apenas llegaron, los expulsaron, igual que, una semana más tarde, le pasó a un equipo de televisión que quería hacer un reportaje sobre los famosos caramelos.

Aunque en 1993, dos años después de la disolución de la Unión Soviética, la homosexualidad dejó de ser un delito tipificado en el Código Penal, la comunidad LGTB rusa considera que la aprobación de dicha ley contra la propaganda de la homosexualidad significó un retroceso en la defensa de sus derechos y crea el ambiente propicio para las agresiones homofóbicas que, por lo común, quedan impunes en este país.