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Balance de la Jornada

Más simpatías que críticas suscitó el paro arbitral

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Decio de María, titular de la Federación Mexicana de Futbol, no pudo contener la protesta de los silbantesFoto Jam Media
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iempre que los sometidos o los débiles se levantan y desafían al poder generan simpatías y aplausos instantáneos, aunque nunca faltan los reaccionarios, guardianes del orden enmohecido. Los árbitros se atrevieron, osaron frenar la loca marcha de la locomotora futbolística que había caído en el vértigo de la violencia y arrasaba todo.

Fin de semana sin balompié. No fueron los futbolistas disgregados, chambistas, sin sentido de gremio e incapaces de emanciparse, sino los llamados hombres de negro, quienes se hartaron de ser el baúl favorito en el que semana a semana todos –jugadores, directivos, técnicos y hasta federativos– depositan sus frustraciones, iras, ineptitud y corruptelas.

Exhibidos en todo su servilismo ante los dueños del balón quedaron los federativos tildados de títeres de Televisa: Decio de María, Enrique Bonilla y Héctor González Iñárritu, quienes el viernes, en rueda de prensa, anunciaron castigos discordes con el reglamento para los jugadores Pablo Aguilar y Enrique Triverio.

De María llegó con rostro severo, pero abusó tanto de la palabra respeto que acabó devaluándola. Su discurso perdió sentido y toda la solemnidad pretendida. Con la misma arrogancia con que minutos antes desdeñaron la advertencia de los árbitros, sólo aceptaron tres preguntas y, altivos, se retiraron.

Nadie pudo verlos chamuscados cuando detonó la bomba. No obstante, se supo de su incredulidad y rabia cuando Luis Santander, quien iba a pitar el juego Veracruz ante Puebla, guardó el silbato. Trascendieron los desesperados e inútiles intentos de llamar a los alzados al redil... Le tocó dar la cara a un triste Enrique Bonilla con un mensaje lacónico: No se juega la fecha 10.

Mención aparte merece Eugenio Rivas, cuyo gafete dice que es titular de la Comisión Disciplinaria. En realidad es el hombrecillo que levanta el teléfono rojo, que recibe órdenes y manipula la redacción de cédulas arbitrales, documento que para los silbantes es sagrado e inviolable. En resumen, matiza castigos.

Lo anterior fue expuesto lisa y llanamente en la página arbitros.com.mx, en la que colaboran ex silbantes mundialistas, quienes concluyen que Rivas favorece a jugadores infractores (desde luego, no a todos), acción en la que de forma simultánea pisotea la labor de los jueces.

Es cierto que los de negro cometen muchos errores; las limitaciones de su condición humana no les permite captar todo lo que ocurre durante los 90 minutos, peor aún si dentro hay 22 sujetos afanados en engañarlos, en sacar ventaja con caídas dramatizadas, con rostros cercanos al paroxismo del dolor ante el más leve roce.

En efecto, muchos suelen ser prepotentes, corren lento porque varios pecan de gula, como Paul Delgadillo, Roberto García o Francisco Chacón, quienes viven en lucha continua con la báscula. Sin embargo, hoy por hoy cambiaron por aplausos el tradicional grito de ¡ra-te-ro, ra-te-ro! Muy pocos se atreven a arrostrar un movimiento así.

El forzado paréntesis puede traer grandes beneficios. Los futbolistas y técnicos están obligados a la reflexión. A Enrique Triverio y Pablo Aguilar les tocó la mala suerte de ser la gota que derrama el vaso; les esperan sanciones más rotundas, pero el hecho puede poner freno a la violencia en el terreno de juego, que con frecuencia se contagia a las tribunas.

Los dueños ya digerirán el enojo; entenderán que más vale perder unos pesos hoy y no todo el negocio mañana. Por ahora quieren maquillar la derrota, y quizá su mayor temor sea que el mal ejemplo cunda y al rato los jugadores secunden. No obstante, el futbol gana un poco de credibilidad, aunque falta mucho por hacer.