18 de marzo de 2017     Número 114

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Cultivo de la milpa mesoamericana
en la Sierra Mazateca

Litay Ortega Etnógrafa y cineasta  [email protected]

La milpa mesoamericana es un policultivo en el que se expresa la biodiversidad mexicana y cuyo corazón es el maíz. El cereal crece junto con decenas de otras plantas silvestres o domesticadas: calabazas, quelites, chayotes, malangas, tepejilotes, flores de cempaxúchitl, frijoles, guasmole, etcétera. No es necesaria la utilización de pesticidas o de fertilizantes. Las interacciones benéficas entre las distintas plantas aseguran la mineralización de los suelos, la protección contra plagas y la obtención de cosechas variadas y ricas en nutrientes.

En la Sierra Mazateca de Oaxaca ha permanecido prácticamente inalterado a lo largo de los siglos, el cultivo tradicional de la milpa mesoamericana. Los mazatecos la siembran en las laderas rocosas de la sierra que habitan, cuya orografía es tan accidentada y caprichosa que vuelve muy desafiante la práctica de la agricultura.

Y sembrar entre los mazatecos se ha vuelto un arte, arte que se respalda en un calendario y en una serie de técnicas y saberes que se fueron perfeccionando al paso de los siglos. El calendario, chan, que literalmente significa cuenta o medición en mazateco, se estructura como un calendario prehispánico en un año solar dividido en 18 veintenas más cinco días sobrantes. Pero contrariamente al calendario ritual nahua, el cempoallapoalli, el calendario mazateco sí tiene un día bisiesto y por eso es verdaderamente agrícola. La ausencia del día bisiesto en el calendario nahua lo hacía inservible para la agricultura y se cree que únicamente se empleaba con el propósito de estructurar la vida ceremonial de aquellos pueblos.

“El momento de la siembra se adelantaba una veintena entera cada 80 años”, explica Florencio Carrera González en un interesante artículo sobre el tema (Van Doesburg, G., 1996, Códice Ixtlilxochítl, apuntaciones y pinturas de un historiador. México: Fondo de Cultura Económica, 167). No sabemos, ni hay forma de comprobarlo todavía, si el día bisiesto fue introducido en la mazateca por la Conquista o si ya existía un equivalente en tiempos prehispánicos. Cada veintena del calendario mazateco lleva un nombre que hace alusión a la fuerza que predomina en esos días: un color, un elemento, o incluso un fruto.

El calendario establece con mucha precisión los momentos idóneos para tumbar, rozar, sembrar y cosechar una gama muy amplia de plantas y leguminosas además del maíz. Pero como prevalece una concepción indivisible de la naturaleza como un espacio donde interactúan incesantemente las fuerzas del mundo visible e invisible, la agricultura mazateca –siendo una agricultura mesoamericana– es indisociable de su marco mágico religioso. Así como existen días precisos para sembrar, doblar y cosechar, hay otros iguales de precisos para ofrendar y agradecer a los dueños de los Cerros, los Chikon, amos y soberanos del territorio sin cuya intercesión sería imposible que los cultivos prosperasen. El Chan no existe en papel, es una cosmovisión y un conocimiento que se transmiten únicamente por la palabra y que varía mucho según las localidades.

La Sierra Mazateca es un territorio que se extiende sobre las vértebras montañosas de la Sierra Madre Oriental hasta diluirse en planicies cálidas al extremo noroeste de Oaxaca, ya colindando con el estado de Veracruz. Las condiciones climáticas no son homogéneas y por esa razón cada subregión maneja su propia cuenta del tiempo. También existen municipios o comunidades que, por diversas razones, han perdido inexorablemente su calendario. En el municipio de San José Tenango, uno de los 23 municipios mazatecos, existen localidades que cosechan el maíz hasta tres veces al año. La abundancia de las cosechas se explica por el acertado manejo del calendario, la exuberancia de las lluvias, la alternancia y reposo de tierras, la exitosa asociación de plantas, la entrega puntual de ofrendas, pero también por la gran cantidad de trabajo. Don Felipe, un campesino de Agua Camarón, me confiesa que “al que le da flojera usar el machete no se le da su milpa”.

En el mes de mayo me sumé a la labor de pizcar mazorca en Cañada de Mamey con el campesino Chatío, sus hijos y un sobrino. El trabajo de la milpa se sigue sustentando en lazos de solidaridad comunitaria, es un trabajo comunal o chaon, como se le nombra en mazateco. Para desempeñarlo se convoca a familiares, compadres y vecinos para que aporten sus saberes y mano de obra. Se gratifica a los participantes de la cosecha con un caldo de res o de pollo, acompañado de tortillas recién hechas y café caliente, así como con una carga de mazorcas.

Las espigas de maíz dobladas y ya secas se agrupaban por montones de cuatro. Los hombres piscaban con rápida destreza e iban forrando los costales. Llevaban una pequeña cuchilla con la que ágilmente le quitaban las hojas a las mazorcas más pequeñas. Observo que incluso las mazorcas más diminutas no son excluidas, se pizca parejo. Los tallos y mazorcas rebosaban de hormigas, moscas, gusanos, arañas y sepa cuantos insectos más que trepaban o volaban a su alrededor. Muy pronto empecé a experimentar una poderosa comezón en toda la extensión de mis brazos. El sol ardía inclemente sobre nuestras cabezas. Reí al pensar en el espanto que experimentarían los consumidores de productos orgánicos al admirar este verdadero espectáculo de biodiversidad.

Muchas veces los proliferantes mercados de productos llamados “orgánicos” nos han vendido otras ideas y estereotipos. Pero claramente, lo contrario de un monocultivo tipo Monsanto, rociado con hartos pesticidas y fertilizantes donde crecen únicamente espigas de tamaños, formas y colores uniformes, es esta milpa multicolor y agreste que alberga todo un ecosistema de animales, minerales, plantas e incluso fuerzas sobrenaturales que interaccionan entre sí.


Celebrar el Maíz de la Vida:
San Felipe Cuauhtenco

María Alejandra Elizabeth Olvera Carbajal* y Milton Gabriel Hernández García** *Escuela Nacional de Ciencias Biológicas-IPN **Instituto Nacional de Antropología e Historia

En las faldas de la Matlalcueye, en el contexto de la fiesta patronal de San Francisco de Asís, en la comunidad de San Felipe Cuauhtenco del municipio de Contla de Juan Cuamatzi, el pasado 11 de febrero se realizó la “Primera Feria de la Biodiversidad Indígena”.

En un ambiente de camaradería, campesinos y productores agrícolas de diversas regiones del estado expusieron los productos del campo tlaxcalteca, que resaltan por su alta diversidad de maíces nativos, pues representan 20 por ciento de la riqueza con la que se cuenta en nuestro país. En dicha feria se dieron cita campesinos locales de Cuauhtenco y de otros municipios, entre ellos San Francisco Tetlanohcan, Españita e Ixtenco; productores de fresas del municipio de Tlatelulco; productores agroecológicos de Tepetitla; fabricantes de productos medicinales de Chiautempan; productores de miel, artesanos, e integrantes del Mercado Alternativo de Tlaxcala, que ofrece productos agroecológicos cada viernes en la capital del estado.

El Grupo Vicente Guerrero fue el iniciador de este tipo de ferias que promueven la autosuficiencia alimentaria; algunos de sus objetivos principales han sido favorecer el intercambio de conocimientos y de semillas entre campesinos de diferentes regiones y promover la producción agroecológica, además de dar a conocer al público en general la gran diversidad y riqueza de los productos del campo. Estas ferias se han vuelto ya una tradición. Tan sólo en el municipio de Españita, Vicente Guerrero, se celebrará el mes próximo la feria número 20. En palabras de los organizadores, “en este espacio se valora la milenaria cultura del maíz, se alerta a la población contra la pérdida de nuestra soberanía alimentaria y de los riesgos de la contaminación con granos transgénicos y se muestra cómo recuperar la identidad maicera de Tlaxcala”.

En unas cuantas horas, que resultan insuficientes, los campesinos compartieron con cualquiera que tuviera curiosidad, parte del conocimiento que han heredado de sus abuelos, que han adquirido por prueba y error y que les brinda el saber sobre el medio en el que viven. El resultado del trabajo ancestral son sus semillas, resguardadas por decenas de generaciones y sobre las cuales sienten el deber de preservarlas como un patrimonio tangible e intangible.

Este tipo de eventos visibilizan la riqueza de las semillas generada a lo largo de miles de años y permiten reflexionar sobre el peligro en que se encuentran debido a la codicia de empresas que pretenden monopolizar y homogeneizar todo a su paso, como Monsanto.

Es por eso que gracias al trabajo del Grupo Vicente Guerrero y de otras organizaciones, el estado de Tlaxcala es pionero en el lanzamiento de un instrumento jurídico que protege los maíces criollos de la contaminación de los transgénicos: la “Ley de protección al maíz como patrimonio originario, en diversificación constante y alimentario para el estado de Tlaxcala”.

Los promotores de la feria difundieron entre los asistentes los acuerdos a los que llegaron las organizaciones que participaron en el Foro El Campo Tlaxcalteca ante la Crisis Energética y los Tratados Comerciales, en el Congreso del estado, el pasado 26 de enero. Algunos de esos acuerdos son seguir defendiendo al maíz nativo frente a la amenaza de los transgénicos e impulsar a la agricultura campesina como una opción frente a los impactos socioambientales de la agroindustria.

Tlaxcala sigue festejando al maíz, a la milpa y a los campesinos. Por lo pronto nos vemos el 11 de marzo en Vicente Guerrero, el 25 en la Quinta Feria Campesina Agroecológica del municipio de Tepetitla y el 7 y 8 de abril en el municipio otomí de Ixtenco.

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