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Trump y Europa
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a Unión Europea (UE) está en crisis desde 2008. La operación de rescate financiero que llevaron a cabo bancos centrales y banqueros privados fue un buen tanque de oxígeno, pero no parece haber sido suficiente. Sin embargo, más allá de los problemas propiamente europeos, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca puede ser el equivalente a una patada al ya semivacío tanque de oxígeno, porque si algo no le interesa al presidente de Estados Unidos es la recuperación de la UE. La actitud de Trump, los gestos, las caras que hizo a la canciller alemana Angela Merkel durante su visita a Washington, además de ser una descortesía y una majadería de adolescente berrinchudo, fue una expresión del desinterés que le inspiran quienes fueron fieles aliados de su país. Para efectos prácticos, Trump dejó a la jefa del gobierno alemán con la mano tendida –al menos quedó en el aire la disposición de la canciller al apretón de manos que ritualmente sella los encuentros entre jefes de gobierno–, después de haber querido involucrarla en su calumnia a propósito de las supuestas grabaciones telefónicas de que fuera víctima Trump por órdenes de Obama.

La indiferencia de Washington, o una guerra comercial entre la UE y Estados Unidos pueden resultar muy costosas para ambos, pero puede ser peor para el proyecto europeo, porque sería la puntilla que lo liquidara. Si a esta posibilidad se suma la mala actitud de Trump hacia la OTAN, entonces es explicable la incertidumbre que se ha apoderado de la perspectiva del futuro europeo. En este efecto no es menor la influencia de la admiración que ha expresado Trump por Putin; su amistosa actitud hacia el líder ruso contrasta con la manera en que ha tratado a los europeos, que no son muchos. Si acaso recibió bien a Theresa May, efectivamente como a una aliada, ya logró disipar el efecto positivo de ese acercamiento con la calumnia contra Obama en la que involucró a los servicios de inteligencia británicos, sin más pruebas que la fe que le tiene a los comentarios de un tal juez que abandonó la magistratura porque prefirió impartir justicia por televisión. Para Europa la cercanía del presidente de Estados Unidos con el ministro Putin representa el desequilibrio geoestratégico que puede causar conflictos incluso armados.

La prueba de que el peso internacional de Estados Unidos sigue siendo decisivo para buena parte del mundo es el impacto que la elección de 2016 ha tenido, por ejemplo, en los cálculos internacionales de los gobiernos europeos, pero también en las estrategias de los partidos de la región. La extrema derecha, en particular, ha encontrado en la retórica y en las decisiones del presidente Trump un respaldo pretendidamente moral. No obstante, como el gobierno de Estados Unidos se ha convertido en las últimas semanas en lo que ningún gobierno democrático quiere ser, ese apoyo se ha devaluado estrepitosamente. Nada puede ser más incómodo hoy que el aplauso de Donald Trump.

Frente a la UE, Washington tiene la ventaja de representar un gobierno nacional, vertebrado y consistente, que no corre el riesgo de la cacofonía de sus representantes, como ocurre con los europeos cuando empiezan a hablar cada uno por su lado. Cabe la posibilidad de que, si Trump llega a hacerles caso, intente explotar esa diversidad, favoreciendo las negociaciones bilaterales.

Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional francés, sostiene el mismo discurso que Trump: defensa de las fronteras nacionales, que en su caso supone una revisión de la legislación europea; repudio del islam, segregación, proteccionismo. Sabedora del atractivo de Trump para ciertos grupos sociodemográficos, Le Pen viajó a la ciudad de Nueva York, donde se paseó por la Torre Trump para que la fotografiaran y ella pudiera sugerir un encuentro con Trump que jamás fue acordado. Este lastimoso incidente sirve para ilustrar el impacto del nuevo presidente de Estados Unidos fuera de su propio país; por ejemplo, manda el restablecimiento del partido Laborista inglés a las calendas griegas.

Trump no es razón de la debacle europea, pero digamos que no ayuda. La insatisfacción y el descontento con que españoles, griegos, italianos, franceses y todos los demás juzgan a la UE es causa suficiente de debilidad. Lo sorprendente no es que aumente el número de países donde se manifiesta un deseo creciente de abandonar la UE, sino que haya cada vez más políticos que quieran ser como Donald Trump.