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Ver día anteriorSábado 25 de marzo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Apuntes postsoviéticos

Alianzas de coyuntura

M

ientras perdura la incertidumbre sobre qué va a pasar en la relación bilateral con Estados Unidos, cuando tampoco llegan señales que permitan augurar un inminente cambio de actitud de la Unión Europea hacia Rusia, el Kremlin no se ha quedado de brazos cruzados y busca nuevos aliados –aunque no siempre gocen de impoluta reputación y estén en franca oposición a los regímenes que apoya Moscú– en aras de defender sus intereses.

Ese pragmatismo postsoviético –comportamiento que en nada se diferencia de lo que tanto se critica en cualquier otro país capitalista con ambiciones geopolíticas– ha llevado a Rusia, por ejemplo, a coquetear en Libia con el polémico general Jalifa Haktar.

Adversario del derrocado Muammar Kadafi, Haktar regresó a su país del exilio tras recibir la protección de Estados Unidos y ahora controla la mayor parte de las riquezas petrolíferas de la parte oriental de Libia, de donde fueron expulsadas las petroleras rusas. Empleados de una de las tantas compañías militares privadas que hay (eufemismo que usan los ex miembros de las unidades especiales del ejército ruso en desempleo) ya están operando en Bengasi, oficialmente para ocuparse de labores de desminado y de apoyo al combate contra los piratas del mar, en tanto, a través de quién sabe qué vías de negociantes, llega moderno armamento fabricado en Rusia.

No menos sorprendente es la cooperación militar con otros opositores, en este caso al legítimo gobierno de Siria, los kurdos que dominan parte del norte del país y son enemigos declarados de Turquía, que es aliada de Rusia en la lucha contra los adversarios del presidente Bashar al Assad y, a la vez, busca deponerlo a diferencia de los rusos. Para Ankara, esos grupos kurdos son terroristas; para Moscú, una posibilidad adicional de enfrentar al llamado Estado Islámico y otros grupos radicales, además de ser factor de presión sobre Turquía.

Y de unos meses para acá se habla cada vez con más insistencia de los contactos oficiales de Rusia con los talibanes de Afganistán, antiguos enemigos acérrimos suyos y ahora en la oposición al gobierno de Kabul solapado por Occidente.

Como atenuante de lo que podría parecer una aberración, se filtra que –tras la muerte del anterior líder de los talibanes, el mullah Omar, quien juró acabar con la Unión Soviética y después con Rusia– el movimiento se fraccionó y hay un sector gustoso de recibir ayuda rusa para combatir a las otras corrientes que intentan derrocar el gobierno legítimo en Kabul y que, de imponerse, serían un menor peligro para la seguridad de Moscú.

El Kremlin, con ese tipo de alianzas de coyuntura, reclama que se le reconozca como potencia nuclear con voz y voto en cualquier rincón del mundo que se corresponda con sus intereses, pero corre el riesgo de que su apoyo a personajes o grupos que en el corto plazo le aportan algún beneficio pueda terminar de modo abrupto apenas aparezca un patrocinador más generoso, aparte de afectar sus nexos con otros países que se dicen aliados.