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Trump, Xi y la trampa de Tucídides
C

omo acaba de advertirlo un analista británico, el presidente Xi esta familiarizado con el concepto de la trampa de Tucídides, al grado de usarlo con propiedad en ocasiones públicas y de estar consciente de que más vale no caer en ella. Gideon Rachman evoca una charla del líder chino con visitantes de Occidente en la que les sugirió, hace años, trabajar todos juntos para evitar la trampa de Tucídides. Alude al peligro de guerra entre una gran potencia establecida a la que otra en ascenso desafía, como fue el caso de Atenas y Esparta estudiado por el clásico. Varios internacionalistas enfocan desde este particular ángulo el caso de las relaciones contemporáneas entre Estados Unidos (EU) y China. Parece que al interlocutor de Xi Jinping –en estos días, en Mar-a-Lago, Florida– no le resulta familiar en lo absoluto esta o alguna otra noción de la teoría de las relaciones internacionales o de la historia. Por suerte, el ambiente del resort peninsular del que Trump es propietario y en el que ha instalado su Casa Blanca tropical no se pensó para propiciar intercambios de tono académico. También su antecesor eligió un resort, sólo que en la costa de California, Sunnylands, para recibir por primera vez, hace cerca de cuatro años, al entonces novel líder chino.

Las conversaciones presidenciales de Mar-a-Lago se prepararon y anunciaron con contenidos y estilos muy diferentes. En Pekín, un viceministro del Exterior ofreció informaciones y comentarios a los medios. Sin ocultar los conflictos que existen, sobre todo en materia comercial y cambiaria, explicó la posición de China al respecto y expresó la esperanza de encontrar soluciones. En Washington, los empezó el presidente mismo, con la ya usual batería de tuits, seguida de declaraciones histéricas y denuncias de despojos resultantes del superávit comercial de la nación asiática. Para Trump, la reunión la semana próxima con China será muy difícil, pues no pueden tenerse déficit y pérdidas masivas de empleos ( tuit del 30 de marzo). Lo auxilió sobre todo su yerno. Ante un diplomático profesional, un diletante millonario –conflictos de intereses aparte.

La ofensiva contra el desequilibrio comercial con China se envuelve, por ahora, en el decreto –alguien sugirió traducir executive order por ucase, y no parece del todo inadecuado– expedido el viernes 31 de marzo, que ordena una investigación minuciosa de los factores que determinan la existencia de déficit para EU en el comercio bilateral, sectorial o de algún tipo específico de artículos, para adoptar las medidas correctivas del caso. Va en paralelo con otro que exige mayor rigor en la aplicación de sanciones comerciales, trátese de multas o cargos por dumping, derechos compensatorios u otra penalidad por violación de las normas comerciales. En el texto de la disposición se estima en 2 mil 300 millones de dólares el monto de las sanciones que habían dejado de cubrirse hasta mayo de 2015. Aparentemente, el faltante se explica, sobre todo, por lentitud y deficiencia recaudatoria (aunque no puede excluirse el efecto Trump: los contribuyentes que, como dijo el entonces candidato en un debate célebre, son lo bastante listos – smart– como para eludir el pago de impuestos o multas). Se hizo notar que la información estadística y analítica disponible sobre el comercio exterior de Estados Unidos es muy completa y, por lo general, oportuna. El mismo día que se divulgaron los dos decretos –que Trump consideró históricos, con su habitual desmesura–, el Departamento de Comercio divulgó su reporte anual sobre barreras al intercambio externo. Lo que estos dos ucases revelan, sobre todo, es el deseo de ganar tiempo, pues la administración, como señaló Paul Krugman, no parece tener la menor idea de hacia dónde enfocar su política comercial, más allá de proferir amenazas. Recuérdense las afirmaciones y desmentidos acerca del memorándum TLCAN del representante comercial interino de la presidencia.

Xi puede llevar a Mar-a-Lago algunas cartas de negociación interesantes. Como en diversos otros países, la actividad económica parece estar repuntando en China, no después de una fase recesiva como en Europa, sino tras una desaceleración que, siendo severa, nunca la retiró de la lista de economías dinámicas. Marzo fue el noveno mes de incremento consecutivo en la producción manufacturera, aunque el dinamismo se concentró más en las compañías que generan para el consumo nacional que en los pedidos de exportación. Ahora que el crecimiento del mercado interno es motor importante de la economía china, lo anterior se traduce en demanda adicional de importaciones, parte de las cuales puede apuntalar la producción y el empleo estadunidenses. Además, el Banco Popular de China ha marcado una senda de estabilidad para el tipo de cambio del yuan renminbi.

A más largo plazo, hacia el final del decenio, puede aparecer, con fuerza, el alza de la demanda china de petróleo de importación. Acaba de anunciarse en Singapur que Sinopec, el mayor refinador e importador de crudo de China, desea abrir una nueva frontera de suministro: Brasil, Estados Unidos y Canadá. Desde el presente año China sustituirá a Estados Unidos como principal importador mundial de crudo, y para finales de 2018 sus refinerías independientes adquirirán en el exterior hasta 2 millones de barriles diarios (mbd), para alimentar una capacidad de refinación que, al cerrar la década, llegará a 12.5 mbd. Si la demanda adicional impulsa los precios, los productores de alto costo –del subsal brasileño y del shale oil estadunidense– podrán satisfacer parte de esa demanda. En marzo de 2016 las importaciones chinas de crudo del hemisferio occidental –Brasil, Venezuela y Colombia por el momento– llegaron a 1.3 mbd. La perspectiva de crecimiento es asombrosa, sobre todo si, como quiere Trump, se olvida la preocupación por el cambio climático. Por fortuna, China no parece estar dispuesta a hacerlo.

El gran tema político para las discusiones de Mar-a-Lago es, desde luego, la RPDC y la cuestión nuclear. Trump, en su mundo de fantasía, desearía que China se hiciera cargo de Norcorea o que no se hiciera cargo. Como explicó la representante ante la ONU, China puede ejercer influencia, sancionar a Pyonyang, hacer el trabajo limpio y el sucio… Y, como explicó Trump, EU puede tomar las cosas por su cuenta… Si tal es el planteamiento y se suma otro agravio respecto de Taiwán o, de una u otra parte, algún movimiento mal calculado en el mar d el Sur de China, va a resultar muy difícil evitar la trampa de Tucídides.