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Placer primaveral
E

n esta temporada, el paisaje citadino se llena de primorosos manchones azul violáceos. Son las jacarandas que florean en marzo y abril, y que al igual que otros árboles que no son nativos de México, como el pirul, se han ganado lo que podríamos considerar un certificado de nacionalidad.

En alguna ocasión hablamos del libro Árboles y áreas verdes urbanas, de la bióloga Lorena Martínez González. La obra nos detalla todo lo que quiera saber de este hermoso árbol, que seguramente inspiró la palabra jacarandoso.

Nos cuenta que es nativa de regiones secas de Sudamérica, vive entre 40 y 50 años. Da un fruto que es una especie de concha con bordes ondulantes, en tonos café y crema, tan bonito que ya seco se usa para decoración. Otra de sus cualidades es que es muy resistente a las plagas y a la contaminación, requiere poca agua y no necesita fertilización. De hecho, la mejor floración se da en suelos pobres.

La madera es muy apreciada para la fabricación de muebles por sus tonos crema y rosados. Con las hojas secas se elabora un ungüento que sirve para sanar heridas. La infusión de la corteza es muy buena para lavar úlceras y juntas; hojas y corteza ayudan en el tratamiento de la sífilis y la gonorrea.

Recientemente nos enteramos por el interesante libro de Sergio Hernández Galindo Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015), que el primero que introdujo en México las jacarandas fue un oriundo de la nación del sol naciente.

Tatsugoro Matsumoto, quien había trabajado en los jardines imperiales en Japón, fue contratado para ir a Perú para crear un jardín japonés en uno de los lugares más famosos de Lima.

Ahí conoció a un rico hacendado mexicano, José Landero y Coss, quien se maravilló con la obra que realizó Matsumoto y lo invitó a hacer los jardines de su hacienda en San Juan Hueyapan, Hidalgo.

Se conoció su trabajo y comenzó a tener gran éxito, por lo que decidió establecerse en la Ciudad de México. Trajo a su familia, compró una casa en la colonia Roma, construyó un vivero y abrió una florería que continúa hasta la fecha.

Matsumoto trajo la jacaranda de Sudamérica y vio que tenía muy buenas posibilidades de desarrollarse y florecer en el clima de la Ciudad de México. La ausencia de lluvia durante la primavera favorece que la flor dure más tiempo.

Anteriormente, le habían solicitado que sembrara cerezos que dan una bella flor en esa época. Con su gran conocimiento expresó que en México no tenían posibilidades, ya que requerían un clima más extremo y propuso la subyugante jacaranda.

La familia Matsumoto tuvo muy buenas relaciones con los presidentes y con políticos destacados, a quienes les diseñaba sus jardines y arreglos florales.

Esto fue de gran utilidad cuando el gobierno estadunidense desencadenó la persecución de las comunidades japonesas en todo el continente, a consecuencia de su guerra contra Japón.

Cuando en 1942 el gobierno mexicano ordenó concentrar a la población de origen japonés en la Ciudad de México y Guadalajara, los Matsumoto se convirtieron en los representantes de la comunidad nipona en el país. Con gran solidaridad instalaron en su hacienda, ubicada en el sur de la capital mexicana, un albergue, donde cobijaron a más de 900 inmigrantes.

Volviendo a las jacarandas, en esta temporada siempre nos preguntamos por qué no las siembran en todos los camellones y parques. Podría ser uno de los símbolos de la ciudad, así como los japoneses y los habitantes de Washington, Estados Unidos, presumen sus cerezos en flor. Las agencias de viajes organizan tours para visitar esos lugares, en las dos breves semanas que dura la floración; aquí las gozamos dos meses.

Un buen lugar para deleitarse con ese tesoro floral, mientras degusta un rico bacalao, es la Casa Portuguesa. Lo ofrecen en un sinfín de preparaciones, todas deliciosas: en trozo, al horno, a la parrilla, con arroz, en ensalada, desmenuzado, con huevo o papas. Se encuentra en Emilio Castelar 111, en el parque Lincoln de Polanco.