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Nosotros ya no somos los mismos

La unidad nacional y los distintos Méxicos

C

on la pasada columneta debió haber terminado esta disquisición sobre la unidad nacional y la patria siempre fiel a su espejo diario. Pero se me juntaron algunos acontecimientos que no podía dejar de mencionar y un hecho rarísimo, de esos que convierten en realidad alguna absurda sentencia de la sabiduría popular: el que la hace, la paga. Uno de los lemas más falsos y embaucadores, que se usan para apaciguar justos reclamos de justicia. “No te preocupes ni menos te indignes ni quieras cobrar desquite, revancha, o justicia por propia mano. Eso déjalo en las manos de Dios que nada se le escapa. Así han sido las inveteradas prédicas con las que, históricamente de párrocos a cardenales han procurado amainar las iras justas de millones de ofendidos. Mi sacrílega experiencia es que: el que la hace, sobre, todo si ya conoce el caminito, las puertas y los porteros, y al hacerla aunque se quede con la mejor parte, reparte, no la paga jamás. Propongo una reforma a la sentencia original: Él que la sabe hacer, jamás la paga. Todo esto para repicar festivamente la noticia: al ex presidente del Trife, don Flavio Galván no lo alcanzó el futuro, lo apañó el pasado.

Pues sobre mi temeraria afirmación en torno a los diferentes Méxicos nacidos en el azaroso 1821, ya nada más agregaré algunos datos, por demás conocidos. Después de las muertes de Victoria y Guerrero los realistas/supervivientes, ahora acérrimos defensores del centralismo, como sistema de organización política, se hicieron del poder en 1836, derogaron la Constitución de 1824 y armaron un lego jurídico (para adultos solteros y no nerds: juego danés que data de 1932 por el cual, por medio de bloques de plástico se construyen las más diversas figuras), tenía linduras como éstas: obligación de una sola religión. Creación de un supremo poder muy por encima de los demás, electos éstos por las formas más elitistas. Al gobierno tenían acceso exclusivo los hombres de bien (Alamán dixit): propietarios, comerciantes, capitalistas acaudalados y, por supuesto, el alto clero y la milicia superior. Y la participación misma en la elección estaba regida por condiciones absolutamente discriminatorias y clasistas: solamente tenían derecho al voto quienes ganaran más 250 pesos o tuvieran propiedades con valor mínimo de 800. Los estados perdieron su autonomía y fueron convertidos en departamentos sometidos en todo al poder central. Los realistas, centralistas, conservadores hicieron trizas los intentos iniciales y del todo precarios que pretendían una federación unitaria pero de estados soberanos frente al exterior, y liberales e igualitarios en su vida interna.

Las cruentas luchas fratricidas que desde siempre la Iglesia ha auspiciado en defensa de sus bienes, privilegios fueros, o sea, de su reino de este mundo, han ensangrentado al país y dividido a los mexicanos. El régimen centralista se instaura en 1836 y sus afanes y obsesión de ejercer un poder omnímodo en el territorio, auspician y aceleran la separación de Texas (1836), que pertenecía al estado de Coahuila y Texas. La respuesta liberal surgió en Zacatecas, Tamaulipas, Tabasco (1841), Yucatán.

También en este periodo de 11 años, (ya lo platiqué: 16 cambios de gobierno entre nueve personas), se dio la primera Intervención Francesa (1838/1839), conocida sarcásticamente como la Guerra de los pasteles. (Uno de los ridículos pretextos fue que unos militares santannistas habían engullido gran cantidad de pan francés y ninguno quiso firmar el váucher correspondiente). Después de la guerra contra los texanos 1835/36), y la segunda campaña de Texas (1842/44), la bien premeditada y planeada invasión estadunidense nos cayó encima. Los resultados son por todos conocidos, aunque no por todos sufridos. Únicamente dos datos para asentar más aún mi cantaleta: México no es uno y la unión entre los varios que existen me parece más difícil de creer que la declaración 3 de 3 de la camarada Rosa Alejandra –de Luxemburgo– Barrales. (Y que con la menor buena fe una amiga le comenta esta cita. La presidenta se queda pensativa y ordena: Muévase camarada investígueme a qué tribu pertenece esa mentada Luxemburgo.

Por esos tiempos una muy buena profesión era sin lugar la milicia, pero la de arriba, no la tropa. Cada familia respetable debería contar con un sacerdote, un abogado, un militar de alto rango y un financiero. Por supuesto esas categorías que ya requerían de estudios podían ser fácilmente suplidas si en la generación anterior se contaba con un terrateniente, concesionario minero, comerciante de cualquier cosa, prestamista, encomendero o simplemente un gran timador como el mítico personaje de Luis Spota: Ugo Conti, que se burla y explota a los nuevos ricos postrevolucionarios.

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A don Flavio Galván, ex presidente del Trife, no lo alcanzó el futuro, lo apañó el pasadoFoto Cristina Rodríguez

Se llegaba a la mitad del siglo XlX y los beau brummel de la época (como quien dice los mirreyes de Santa Fe o los Centinelas del Pedregal, querían lucir de uniforme (en lugar de hábito) y solicitaron su incorporación a la Guardia Nacional. Manejados por el clero y los intereses de los grandes capitales formados durante tres siglos de Colonia (esclavitud, expoliación, despojo, se opusieron desde el primer momento a las leyes (11 de enero y 4 de febrero) que reivindicaban a favor del Estado los bienes que la Iglesia detentaba (escribí detentaba con todo conocimiento del significado). Esos inmensos bienes, acumulados durante 300 años eran imprescindibles para detener la invasión extrajera que amenazaba por diversos puntos al país. La Iglesia una vez más provocó y bendijo la sedición contra el presidente Gómez Farías. El 27 de febrero, mientras el presidente ordenaba la movilización de la Guardia Nacional hacia Veracruz, para evitar el desembarco de los marines gringos, el general Matías de la Peña Barragán se pronuncia en contra de las leyes mencionadas y por ende contra el gobierno de Gómez Farías. La sedición, la abierta traición de los pirrurris que han optado por guerrear en defensa de privilegios y canonjías mal habidos, pero que les ha dado terror pánico enfrentar al más si osare profanar con su planta tu suelo que describiría algunos años después, el poeta potosino González Bocanegra. La actitud de los llamados Polkos, o sea éstos a quienes tanto gustaba lucir su uniforme en los saraos, paseos y festines pero no en las trincheras o los campos de guerra. Vean, lean, por favor su explicación maravillosa para declinar a defender el territorio nacional: Parecería injusto hacer salir a campaña a personas acomodadas que en la capital dejarían expuestas a contratiempos y escaseces a sus familias. Ni hablar: de que se tiene razón…. Una cita los describe así: los escapularios, las medallas, las cintas y las reliquias colgaban en los cuellos de la sibarita y muelle juventud que formaba la clase de los elegantes Polkos. Afortunadamente, para eso estaban los cuerpos populares que desde mucho tiempo atrás le tenían tomada la medida a este club de élite, del que se conocían sus convicciones y sus conveniencias.

Último dato sobre el tema: Hay dos versiones sobre el origen del mote con el se les conocía a estos jóvenes. Eran ellos unos devotos de Terpsícore, por lo mismo fanáticos bailadores del ritmo de moda: la polka, de lo que se derivó su apodo. La otra, de carácter más rebuscado se relacionaba con sus tendencias políticas: el presidente de EU. Era nada menos que James K. Polk (apodado Young Hickory). El lema de su campaña fue la incorporación de Texas a EU ¿Le negaría usted su voto a un candidato que cumple su principal promesa de campaña? Pues esta era la segunda hipótesis del mote de: polkos: adictos a James Polk.

Me quedo con los últimos argumentos en favor de mi muy polémica afirmación: los varios Méxicos y la fantasía de la unidad nacional: 1- El diputado constituyente (1824), gobernador del estado de México, ministro plenipotenciario de México en Francia y… primer vicepresidente de la República de Texas, sostiene…

2. José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, Francisco Javier Miranda y José Manuel Hidalgo. Ellos, en nombre de nuestros ancestros y aún de nosotros, se atreven a decir: “La corona imperial de México se ofrece a SAI y R el Príncipe Maximiliano de Austria para sí y sus descendientes. En caso que por circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegase a tomar posesión…”

Llenemos los puntos suspensivos y digamos: Si hay distintos Méxicos: ¿A cual pertenecemos?

Twitter: @ortiztejeda