Editorial
Ver día anteriorSábado 15 de abril de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Trump, riesgo global
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ras semanas de recibir con estupefacción las declaraciones del presidente estadunidense Donald Trump, la comunidad internacional se mantiene a la expectativa de su próxima acción bélica. Desde que el mandatario usó el presunto ataque con armas químicas que tuvo lugar en la localidad siria de Jan Sheijun como pretexto para lanzar decenas de misiles contra una base aérea del ejército de esa nación árabe, el mundo asiste a un giro militarista que preocupa, tanto por la velocidad con que ha escalado la amenaza de una conflagración de grandes dimensiones como por la voluntad de abrir múltiples frentes de manera simultánea.

El súbito cambio de postura que llevó a Trump de rechazar el involucramiento en Siria y la confrontación con Rusia durante su campaña presidencial a repentinamente mostrarse como el mayor partidario del uso de las fuerzas armadas, plantea el interrogante sobre si se trata de una estrategia para distraer de los problemas internos que rápidamente empantanaron el cumplimiento de sus promesas de campaña en el frente doméstico, o de una conversión hacia el halconismo característico de ciertos sectores del establishment estadunidense , que llevaría a la búsqueda de una resolución violenta a conflictos que su país arrastra desde hace tres lustros –en el caso de Afganistán– e incluso desde más de medio siglo atrás, como sucede en el contencioso que mantiene separada a la península de Corea desde el inicio de la guerra fría.

En esta escalada belicista, al mencionado bombardeo contra Siria y las amenazas de intervención futura que le siguieron, deben sumarse el envío a la península de Corea de un grupo aeronaval que incluye al portaviones Carl Vinson, así como el lanzamiento este jueves de la bomba no nuclear más poderosa del arsenal estadunidense contra una supuesta base del Estado Islámico (EI) en Afganistán. Los casos referidos se caracterizan por la voluntad de aumentar las tensiones, la violación del derecho internacional, el uso de la inti-midación y la irresponsabilidad ante las consecuencias de las acciones anunciadas para las principales víctimas de todas las guerras, es decir, la población civil que nada tiene que ver con los desacuerdos entre las respectivas élites gobernantes.

Constituye, además, un especial elemento de preocupación para los ciudadanos de todo el mundo el que Estados Unidos lleve adelante esta política militarista a sabiendas de los roces diplomáticos generados con dos potencias nucleares –Rusia en el caso sirio, China en el coreano–, y por tanto con un riesgo latente de que éstas se vean orilladas a involucrarse de manera directa en las hostilidades si ven comprometidos sus intereses estratégicos. Un factor adicional de peligro reside en que, a diferencia de lo que ha sucedido con las propuestas más regresivas de Trump en el plano interno, estas aventuras bélicas cuentan hasta ahora con el entusiasta respaldo de las instancias que deberían representar un contrapeso a la insensatez del presidente estadunidense.

Más allá de sus posibles motivaciones, las políticas de Donald Trump son uno de los principales elementos que hacen cobrar forma al peligro real de una guerra de proporciones regionales e incluso globales, escenario que debe resultar en todo punto inaceptable para la comunidad internacional. Es urgente que los organismos multilaterales –y en particular la Organización de las Naciones Unidas– ejerzan toda la presión legal a su alcance para conjurar una catástrofe de consecuencias difíciles de prever.