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No Sólo de Pan...

De la palabra de Dios

N

o sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra de Dios. Sí, pero del Dios hacedor de Todo: tanto de lo infinitamente grande como de lo infinitamente pequeño, con nosotros en el centro de la escala y donde nada se pierde, porque todo se transforma o, para decirlo en lenguaje más moderno, se recicla. Un todo que para cada pueblo representa una manera cultural del universo conocido y del que se imagina. Lo que resulta en tantos Todos como palabras de Dios regadas por el mundo, pero cuya característica común es que en sus universos caben el bien y el mal en una lucha más o menos equitativa, aunque tirando en definitiva del mejor lado del ser humano y de la naturaleza.

Por desgracia, en estas representaciones del universo y de Dios que han acompañado la historia de la humanidad no entraba la infinita maldad del neoliberalismo y de su vocación destructora, por lo que la población mundial no puede aún reconocer los rostros de infames personajes que, a su vez, son los motores conscientes y voluntarios de un sistema antihumano y antivida en general, en el que han engarzado y articulado cientos de miles de dólatras, sembrándoles con cents los caminos de la corrupción, la venta de sus patrias y el uso y abuso de sus connacionales, para dirigirlos (no se sabe si con o sin su anuencia) hacia la destrucción planetaria y, por ende, la suya propia y de sus seres próximos.

Porque, en vísperas de una Tercera Guerra Mundial, con arsenales en al menos cinco puntos estratégicos del globo: Estados Unidos, Europa occidental, Rusia, Norte del Asia oriental e India, sin contar los estímulos de Estados Unidos para que Japón se arme nuclearmente (y pidiendo se me excuse si acaso omito otras partes donde exista significativamente industria armamentista nuclear), digo, en vísperas de una conflagración que nos atañe a todo ser viviente, sólo la incapacidad para imaginar el mal absoluto y la anemia de los pueblos para instaurar el bien que caracterizaba la palabra de Dios (según testimonio humano de lo humano) podrían explicar que no hayamos invadido las avenidas de las ciudades y las carreteras del campo, en hordas civilizadas (no, no es un contrasentido) como sucedió en los años 1970 contra la guerra de Vietnam, cuando quiso emanciparse de Estados Unidos. Y lo logró, con nuestro modesto apoyo y sus cientos de miles de víctimas.

¿Qué esperamos, nosotros y ellos, las víctimas de otras guerras, para levantarnos y gritar un fuerte NO multitudinario y escribirlo por millones en las redes de Internet, ante la muerte anunciada de nuestro planeta? Por qué leemos o escuchamos la amenaza y volteamos hacia la ínfima vida diaria que, entre más ínfima más rebeldía debería provocarnos, tanto en los que la sufren como en los privilegiados, pues todo lo que nos aqueja, en menor o mayor medida, es producto del mismo sistema neoliberal que hambrea al mundo para fabricar armas y fabrica éstas para poder dominar más o aniquilar a los de por sí hambreados. Porque, al igual que todo Mal con mayúsculas, el Neoliberalismo tiene principios, a saber: eliminar a la población superflua (que no produce ni consume y se ve fea) y fabricar o apropiarse de lo ajeno para venderlo y acumular más dinero (capital).

Necesitamos despertar, porque cada día que pasa damos una ventaja mayor a este sistema que se asienta en nuestras calles y campos, extiende sus raíces bajo nuestros pies y, a través de nuestros muros, cubre de su sombra nuestros techos, arranca la vegetación y enferma los animales y el agua que nos alimentaban y alegraban el entorno; embrutece a nuestros niños con una seudo educación, a nuestros jóvenes por falta de acceso a las instituciones medias y superiores de enseñanza o por la venta impune de drogas, así como a muchos adultos, a los que además afecta el desempleo masivo y a los adultos mayores por el abandono de sus familias y padecimientos precoces, comparados con los que eran comunes en el mismo sector de edad en el siglo XX. Y quienes no caen en esta clasificación serán desclasados candidatos a vender su alma al Mal neoliberal… O al bien rebelde.

Si al menos la amenaza del mal absoluto permeara las conciencias que no han sido tocadas aún por el cúmulo de males que padecen, heroica o estúpidamente, pueblos cuya propia fuerza ignoran. Ya sea porque nadie les enseñó que la unión hace la fuerza o porque están mayoritariamente compuestos por individuos que creyeron en que cada uno podía colarse por las grietas del sistema y alcanzar un lugar seguro (¿?) y confortable (¿o miserable?) en el colapso universal. Pero, si recordamos las vísperas de, al menos, las otras dos grandes guerras y despertamos, veremos que en estas líneas no hay alarmismo y aceptaremos que, al lado de la de Trump del siglo XXI, iniciada por los propietarios de las armas químicas en territorio sirio, las anteriores fueron juegos de video.