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¿La Fiesta en Paz?

Manolo o la delirante afición a arrojar sombreros y fotografiarse con famosos

Foto
Manolo el de los sombreros, coleccionista y uno de los personajes emblemáticos que quedan en las plazas de torosFoto Leonardo Páez
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ientras importados figurines de época, enaltecidos por un sistema taurino sin grandeza y multipremiados por agrupaciones tan leídas como acomplejadas, continúan haciendo la América, ahora en cosos de Tijuana, Querétaro y Texcoco, ante reses anovilladas manipuladas de sus astas, toreros mexicanos de verdadera valía permanecen a la espera –es lo que han hecho a lo largo de su vida profesional– de que empresarios con sensibilidad y visión de futuro los tomen en cuenta, en tanto que abyectos comunicadores exhortan al público a asistir a las plazas como la mejor forma de apoyar a la fiesta, incapaces de precisar: a esta mediocre oferta de fiesta. Síganle, positivistas, alcahuetes y mexhincados.

Muchos, o bastantes, quisieran tener un sombrero negro de charro con su nombre grabado en letras doradas o plateadas sobre el ala frontal y lanzarlo desde una barrera a los pies de un triunfador; antes y después fotografiarse con él, viajar a otros países taurinos y asistir a corridas de toros, seguir arrojando la dichosa prenda e inmortalizar su afición en nuevas imágenes que los aproximen, de algún modo, a la apoteosis, la gloria y la fama, sin cuestionar nada y disfrutando todo.

Tal es el singular caso de José Manuel Rodríguez Jara, licenciado en administración de empresas, entusiasta aficionado con más de medio siglo de asistir a plazas mexicanas, españolas y francesas, conocido también como Manolo el de los sombreros, que en la Plaza México tiene su barrera de sol a la derecha de la puerta de toriles, y en una saliente de concreto coloca cada tarde hasta tres de esos sombreros, lanzándolos al paso de cuantos recorren triunfalmente el anillo, quienes con frecuencia los recogen, dan la vuelta con éstos o incluso se los ponen, quedando plasmados, triunfador y sombrero, en millares de fotografías de difusión nacional e internacional.

Este Manolo, sonriente, saludador, enemigo de criticar y amigo incluso de importantones y de diestros que figuran, optó por administrar su propia empresa de servicios de plomería y gas, actividad aprendida de su padre, quien junto con su esposa Carmelita contribuyó a fomentar en su hijo tres aficiones: al trabajo, a la plomería y a la fiesta de los toros, ya que toda su vida han vivido en la colonia San Pedro de los Pinos, a unas pocas cuadras de la Plaza México.

Pero esa casa, modesta en apariencia, posee tres salones a los que Manolo ha bautizado como su Rincón taurino, sin duda el sueño de legiones de aficionados que no arrojan sombreros de charro al ruedo, ni viajan a la Europa taurina, ni se retratan con los personajes que se les pega la gana, ni obtienen autógrafos, ni poseen una nutrida colección de fotos, cuadros, apuntes, cabezas de toro, diplomas, reconocimientos y constancias en un local bendecido por monseñores y visitado por embajadores… ni menos obsequian a un pontífice tres sombreros en dos visitas al país o tienen unos guantes de Rubén Olivares con afectuosa dedicatoria.

Enmarcado y colgado en una columna al fondo, como para no herir susceptibilidades de visitantes positivos, un breve texto de la Unión Taurina de Sevilla, dirigido a los aficionados, dice: “El deleznable espectáculo ofrecido por los toros faltos de trapío y de casta suficiente es una indignidad para la plaza de Sevilla y una burla al aficionado. Preferimos no ver a esas llamadas ‘figuras’ que imponen toros de peluche y vetan a pujantes toreros, que soportar un espectáculo de plaza de segunda”…