Opinión
Ver día anteriorMiércoles 19 de abril de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Real final
S

in duda, el oficialismo priísta está dispuesto a usar y desusar todos sus recursos con tal de asegurar la sobrevivencia grupal. Presiente cercano el precipicio y sin escatimar medio alguno se lanza a la aventura de superarlo. Está más que dispuesto a correr cuanto riesgo haya que asumir para lograr su cometido. Busca en su cuantioso almacén los instrumentos que le permitan sobrepasar los muchos obstáculos que se le oponen. El propósito es mantener el poder público bajo su muy discrecional cuan dispendioso control. Muy a pesar de las claras señales contra su ambición que le presenta la realidad, irá incluso más allá de su triste pasado de mañas, trampas e ilegalidades. Sabe con certeza que tiene gran parte del actual descontento popular en contra de su aspiración de prolongarse de manera indefinida como conductor nacional privilegiado. El temor a verse desplazado por algún rival es intenso, mayor que cualquier prevención de legalidad que pudiera amedrentarlo.

Las pruebas que su improbable empresa exhibe como auxiliares son de amplio espectro. Unas, las de mayor rango y calidad, según su propia medida, son las presumidas reformas legislativas, esas mismas que son pomposamente calificadas de estructurales. No dudan elevarlas hasta la categoría de logro mundial, aunque sus pobres resultados y fracasos les estallen a cada paso. Otras, más pedestres, tienen que ver con la administración de justicia, el combate al crimen organizado o la captura de capos famosos y gobernadores delincuentes. Estos últimos merecen una relatoría precisa y crítica, pues sus implicaciones constriñen, para mal, el presente y futuro del priísmo. Lo mejor estructurado que pueden mostrar apunta hacia la marcha económica. Sus alegados éxitos en el crecimiento sólo encuentran apoyo en ciertos referentes mundiales, en su mayoría instables y relativos. Lo cierto es que, en concreto, la conducción de la economía ha sido bastante cuestionable, por decir lo menos. La desigualdad imperante y notoria rebate toda promesa y forma un verdadero agujero insondable. La pobreza no ceja en su empeño de acentuar su permanencia entre amplísimas capas de la población. Millones de compatriotas son añadidos a tan horrenda condición cada año.

El priísmo oficialista completo, desde mero arriba hasta sus propias bases, empujan con gran irresponsabilidad, para oscurecer, borrar u ocultar sus cortedades, ausencias, errores y grotescas malformaciones. Inventan subterfugios –algunos hasta hilarantes y contraproductivos– para evitar pagar el costo de sus voraces latrocinios. La narrativa del priísmo actual lleva impresa una característica sobresaliente: su acendrada corrupción y el rampante cinismo para encubrir a sus adalides y contlapaches de tropelías. Prometen compostura sólo para rencontrarse con la misma piedra que ya los hizo caer apenas un día antes. Pujan, en concreto, en sentido opuesto a la corriente social que exige depurar la pervertida vida pública. Avanzan, cegatones y sin detenerse a mirar hacia atrás para enmendar su peliagudo presente.

Ante las pendientes elecciones de este año, el priísmo lanza a la competencia todo su arsenal de artilugios, mañas y trampas. El estado de México, en particular, ha quedado atrapado en la tupida red de flagrantes irregularidades. Ante la ferocidad de la competencia, la misma autoridad electoral queda reducida a un papel secundario: parte por incompetencia y el resto mayor por sus complicidades. El mismo origen de su alterada designación partidista le impide cumplir con su crucial papel de organizador y árbitro.

La reciente detención del ex gobernador Javier Duarte se le ha trastocado al priísmo en un follón inmanejable y de contrariado alivio al pronóstico electoral. La narrativa oficial de su captura no deja dudas de la existencia de un nocivo pacto tras bambalinas. Las coincidencias son abrumadoras y, en política como en el crimen, no se dan al azar, sino por causales determinadas. Duarte gozó de impunidad durante todo su desastroso periodo de gobierno: evidencias de complicidades desembocan hasta los pasillos de Los Pinos. La vista perdida y los oídos sordos ante denuncias documentadas por la misma Auditoría Superior de la Federación fueron hechos incontestables. La infantil permisividad ante su huida no pudo siquiera disfrazarse. Sus andanzas por Guatemala, difícilmente ocultables a los servicios de inteligencia que, por lo demás, no se tradujeron en el cerco necesario y, por fin, las peripecias de su detención –familia incluida– es un alarde de tontería rayana en la estupidez. Tal vez la corona del aparentemente incongruente proceso lo aporte la no inclusión de la señora Karime Macías como parte sustantiva de la trama delincuencial. Mismo involucramiento soslayado aplica contra su hermana y suegra. Estas últimas ya indiciadas con anterioridad por la misma PGR. El tinglado de lavado de dinero para la compra de propiedades (donde participan otros miembros de sus respectivas familias) quedan expuestos sin tapujos y sólo esperan el concomitante trabajo de investigación que lo muestre ante la justicia.

El escándalo veracruzano junto con los de Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Quintana Roo, Coahuila –y anexas que se acumulen– apuntan hacia un entramado de normas y controles entre Federación y estados por demás laxo, permisivo y hasta provocado. Encauzar su compostura será trabajo ineludible del próximo gobierno. Morena es el partido más capacitado para trasformar este cometido en un programa integral de campaña y posterior de gobierno.