Opinión
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Legalización (por piedad)
H

ace unos días, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, introdujo un proyecto de ley para legalizar la mariguana en Canadá. Se prevé que la legislación pasará sin mayor inconveniente. En 2018, la mota será legal en Canadá. Una o dos semanas antes, la Universidad Hebrea de Jersusalén estrenó su Centro de Investigación de Usos Médicos de la Cannabis. Desde la década de 1960, de hecho, uno de sus investigadores, el doctor Raphael Mechoulam y su colaborador del Instituto Weizman, el doctor Yechiel Gaoni, habían ya aislado el agente sicoactivo de la hierba, el tetrahidrocannabinol (THC). La doctora Ruth Gaillily, también investigadora de la Universidad Hebrea, aisló y estudió el otro componente clave, el cannabidiol (CBD), que es un potente ansiolítico y antinflamatorio.

Según Chris Walsh, editor del Marijuana Business Daily, el mercado de mariguana en Estados Unidos es ya de 2.7 mil millones de dólares anuales. Una proporción creciente de este gasto va para usos médicos de la cannabis. Hoy la mariguana es recetada para pacientes enfermos de cáncer, sida, asma y glaucoma, así como para los que sufren de depresiones, epilepsia e insomnio. Los nutriólogos la recetan para estimular el apetito y los neurólogos para mitigar dolores crónicos, neuropatías y mal de Parkinson. La investigación biomédica y genética en este campo está avanzando a pasos agigantados y hay cada vez más variedades de plantas diseñadas para maximizar diferentes efectos. Se prevé que los usos del CBD y del THC para la salud no harán sino aumentar.

Por eso las sedes de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y en San Diego han creado sus propios centros abocados a la investigación médica de la mariguana. Son institutos de investigación muy bien financiados, porque la hierba tiene un amplísimo horizonte de usos y usuarios potenciales. Es la razón por la que algunas de las mejores universidades del mundo están metidos en investigación y formulación de patentes a partir de la mariguana.

Y en México, ¿qué? ¿Será que el país entero está pacheco? Y, si no, ¿cómo debemos explicarnos el debraye con que ha hecho frente al tema de las drogas? Mientras la UCLA o la Universidad Hebrea presumen los resultados de las investigaciones de sus profesores en laboratorios perfectamente pertrechados, la prensa mexicana sigue abrumando a tirios y troyanos con listas interminables de facinerosos. Cada día hay que aprenderse algún nuevo apodo, cada día hay algún nuevo bandido que está de moda: El Azul, El Chapo, El Teo, El Tigrillo, El Grande, El Comandante Món, El Pitufo, El Americano, La Barbie, El Hummer, El Matamigos, El Muletas, El Ondeado, La Tuta, El Zucaritas, El Verdugo, El Pozolero, El Licenciado, El Cochiloco, Los Viagras, El Ostión... Ninguno de ellos ha descubierto nada, ni le ha hecho ningún bien a nadie. A lo más que han llegado, quizá, es a inventar alguna técnica para hacer desaparecer cuerpos. Algo de ingenio malévolo, nada más. En lo que a las drogas se refiere, mientras la ciencia avanza, México le apuesta a la alquimia: está empeñado a conseguir oro a plomazos.

Y mientras la nota roja sigue avanzando en su misión de dominar la noticia, una serie de personajes insignes del gobierno y la academia se enfrascan en disquisiciones metafísicas. El juez Anuar González Hemadi, de toga y birrete, y Marcelino Perelló, representando a la teoría crítica desde su banquillo en Radio UNAM, polemizan sobre el verdadero significado de la palabra violación. Al contrario de la escolástica medieval, que se preocupaba por el número de ángeles que pueden danzar en la punta de un alfiler, la neoescolástica mexicana es más terrenal, y se preocupa por definir cuánta libido (o, en el caso de Marcelino, cuánta verga) se necesita para que una violación sea una violación. Los nuestros han revivido el neoplatonismo; son neoneoplatónicos. En el país del feminicidio, les preocupa unicamente el arquetipo de la violación.

Y así nos vamos. Los sabios discurren y los jueces fallan. Las policías no terminan nunca de reformarse. Las cárceles están atiborradas, y el Partido Verde pide la pena de muerte. El país se entrega a la cacería del Javidú con un entusiasmo festivo, como los ingleses a la cacería del zorro. Todos estamos contra la corrupción. Todos somos buenos, menos los malos. A construir más prisiones y subcontratar empresas para que se encarguen de ellas... (¿Entiendes la estrategia, o te paso otro chubi?)

Una de las mejores intuiciones de nuestra vieja teoría de la dependencia fue que el llamado subdesarrollo era en realidad un tipo de desarrollo. Sucede algo parecido en este caso. México es un país señalado por su biodiversidad y su importante riqueza histórica. Las sustancias sicoactivas, viejas y nuevas, manan también de esa riqueza, sólo que en vez de aprovecharla para desarrollar la medicina y una economía recreativa responsable, México ha decidido revivir su siglo XIX: le apuesta al bandidaje en el campo, a la venialidad en la política, y a la neo-escolástica en los claustros. Aun así, hay ahora una buena noticia: la vanagloria de los policías y ladrones, de los expertos y los jueces va a menguar en cuanto la sociedad mexicana se tome a pecho el ejemplo canadiense, y pronuncie con fuerza una sola palabra: ¡legalización!