Opinión
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México SA

La confianza de Lagarde

Haití crece más que México

Trump y los deseosos

E

l Fondo Monetario Internacional dio el espaldarazo al gobierno peñanietista, porque confía en la fortaleza de los fundamentos macroeconómicos de México para mantener la línea de crédito flexible (88 mil millones de dólares), pese a retos internos y el entorno externo que afronta el país satisface los requerimientos, según la directora gerente Cristina Lagarde.

La noticia es buena para Los Pinos, pero no tanto para los que pagan la factura, porque la lectura correcta de las palabras de la señora fondomonetarista es que el gobierno de EPN no dejará de pagar un solo centavo de los intereses generados por la voluminosa deuda contratada, aunque para ello deba sacrificar, aún más, el bienestar de los mexicanos.

Desde luego que el FMI no tiene de dónde agarrarse para confiar en la solidez mexicana, porque de tiempo atrás su economía crece menos que la de Haití. De hecho, según la estadística de la Cepal, en el pasado cuatrienio la de México avanzó a un ritmo anual promedio de 1.9 por ciento contra 2.7 por ciento de la nación caribeña. Eso sí, en ningún momento nuestro país ha dejado de depositar a los acreedores, y esa es la única confianza que el Fondo le tiene al gobierno de EPN. Y si en algún momento se atora, allí está la línea de crédito flexible, negociada en 2009, durante el calderonato.

El último cuatrienio –como desde hace tres décadas y media– la economía mexicana se mantiene en la parte más baja de la inercia. En ese periodo la paraguaya y la de República Dominicana han crecido a un ritmo anual promedio de 6.4 por ciento; la panameña 5.9, la boliviana 5.3 y la nicaragüense 4.7. La de México a duras penas 1.9 por ciento, el mismo promedio que en el calderonato e idéntica proporción a la década perdida de los 80.

Entonces, para efectos prácticos, la confianza de la señora Lagarde no sirva para nada, pero de mucho para garantizar que México no dejará de endeudarse para pagar su deuda, y políticamente el inquilino de Los Pinos aprovecha el cebollazo.

En vía de mientras, hoy inician en la capital estadunidense las reuniones de primavera del propio Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y en ese contexto este último divulgó su más reciente balance sobre nuestra región (Contra viento y marea: política fiscal en América Latina y el Caribe en una perspectiva histórica), del que se toman los siguientes pasajes. Va, pues.

Los analistas de mercado esperan que en 2017 la región de América Latina y el Caribe crezca alrededor de 1.5 por ciento, y 2.5 en 2018. La desaceleración que tuvo lugar desde 2011 (así como la contracción de los últimos dos años) fue impulsada por el desempeño de algunas de las grandes economías de América del Sur (en particular Argentina, Brasil y Venezuela). Brasil registró su segundo año consecutivo de crecimiento negativo (-3.8 por ciento en 2015 y -3.6 en 2016) y el PIB venezolano se contrajo un impactante 12 por ciento en 2016.

También se proyecta que México crezca 2 por ciento en 2018, mientras que América Central y el Caribe seguirán con un ritmo sostenido de alrededor de 3.8 por ciento, como ha sido desde la crisis financiera global, casi el doble del registro mexicano en el último cuatrienio.

Una característica notable de esta larga desaceleración ha sido el deterioro de las cuentas fiscales, aún en subregiones como México, América Central y el Caribe, donde la desaceleración ha sido mucho menos pronunciada que al sur de la región. De hecho, 29 de los 32 países que la conforman tuvieron un déficit fiscal global en 2016.

Como resultado de esa acumulación de saldos fiscales negativos, el volumen total de deuda creció con los años, alcanzando una deuda bruta promedio de 50 por ciento del PIB para la región en general, con países como Jamaica y Barbados llegando a niveles de 119 y 109 por ciento, respectivamente. Esta delicada situación, limita en gran medida las opciones en materia de política macroeconómica y pública en muchos países de la región.

Los días en que la simple aparición de un déficit fiscal desencadenaba automáticamente un ajuste deberían haber quedado atrás, y con razón. ¿Cómo se llegó a ese punto? En América del Sur el déficit fiscal medio en 2016 fue de 4.6 por ciento del PIB, más alto que en 2011. Mientras que la caída promedio de los ingresos fue de 1.4 por ciento en el mismo período, el aumento medio del gasto fue de 3.6 del PIB. En otras palabras, de no haber sido por el incremento significativo del gasto, las cuentas fiscales se hubiesen deteriorado mucho menos.

Cuando se analiza el gasto público acumulado desde el año 2000, la media para los países de América del Sur fue de 39 por ciento del PIB de ese año, comparado con el 33 por ciento para México y Centroamérica. Mientras esta subregión dependió mucho más del endeudamiento como fuente de financiamiento, las naciones sureñas pudieron contar con mayores ingresos, generados por una combinación de crecimiento y tasas algo más altas de recaudación.

Ambas subregiones mantuvieron una trayectoria fiscal muy diferente desde 2000, pues para principios de 2017 se encontraban con retos fiscales parecidos: déficit fiscal elevado y un alto nivel de endeudamiento, con la perspectiva de tener que recurrir a recortes fiscales adicionales en medio de un crecimiento bajo (particularmente en las naciones del sur) y políticas inciertas (sobre todo en México y Centroamérica).

La evidencia apunta a que, en general, la política fiscal de los países en desarrollo –y América Latina y el Caribe en particular– ha sido pro cíclica (El Salvador es la excepción). En otras palabras, la política fiscal normalmente ha sido expansiva en los momentos buenos, y contractiva en los malos. De manera significativa, ésto es exactamente lo contrario de lo que ocurre en los países industrializados, donde la política fiscal casi siempre ha sido contra cíclica.

Las rebanadas del pastel

Antes del triunfo electoral del salvaje Trump, todos en el gobierno peñanietista subrayaron su enfática negativa de tocarle un pelo al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. No y mil veces no, pero hoy los mismos se muestran solícitos y sonrientes para hacer los cambios necesarios (los que Donald ordene) a dicho mecanismo. Allí está el caso del empalagoso gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, quien se dice deseoso de revisar el TLCAN, porque “hay una posibilidad de win-win” (ganar-ganar). Total, él ya se va a Basilea, Suiza, y el catarrito se lo deja a los mexicanos.

Twitter: @cafevega