Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de abril de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Don Juan Manuel
E

n un paseo de domingo por las calles del Centro Histórico, al caminar por Uruguay nos encontramos con una señorial mansión que guarda la leyenda de don Juan Manuel, una de las más populares de la época virreinal.

Al admirar la casona recordamos la leyenda que alguna vez comentamos: el virrey don Lope Díaz de Armendáriz, marqués de Cadereyta, a todas partes se hacía acompañar de don Juan Manuel Solórzano. Además de juergas y paseos compartían jugosos negocios.

Finalmente un día, tras un escándalo, el virrey tuvo que abandonar la Nueva España. Su gran amigo y cómplice, gracias a algunas influencias, se libró de la cárcel. Triste y amargado se encerró en su casona, con la compañía de sus múltiples criados y su bella esposa doña Ana Porcel.

El encierro parece haberlo perturbado y empezó a sentir celos feroces de su dulce y fiel cónyuge, que lo llevaron a espiarla obsesivamente. Era tanta su desesperación al no encontrar evidencias del engaño, que finalmente acudió a un brujo a quien estaba dispuesto a darle lo que pidiera.

Este lo llevó una oscura noche a un costado de la iglesia de San Diego, y tras diversos conjuros, le dijo: Mi compadre Satanás acepta tu alma, don Juan Manuel de Solórzano. Él y yo sabemos quién es el amante de tu esposa; si tú también quieres saberlo para que tomes justa venganza, sal de tu casa a las 11 de la noche y al que pase a esa hora por la acera, mátalo porque él es quien te roba la honra y la dicha.

Estas instrucciones fueron seguidas al pie de la letra por el Otelo virreinal y, a la siguiente noche, a la hora indicada, salió de la casona envuelto en su capa; al primer sujeto que pasó se le acercó y preguntó:

–¿Perdone que lo interrumpa en su camino señor, pero podría usted decirme que horas son?

–Las 11 –le contestó, a lo que don Juan Manuel respondió:

–¿Las 11? Pues dichoso usted que sabe la hora en que muere –acto seguido le clavó un filoso puñal en el corazón.

Esta escena se repitió noche tras noche durante varias semanas, porque sus celos enfermizos no se calmaban, hasta que en una ocasión tocaron el portón de su mansión en la madrugada para avisarle que un querido tío había sido encontrado apuñalado a la puerta de su casa y la noche siguiente, su primo.

Desesperado de dolor y arrepentimiento buscó el alivio de la confesión; el sacerdote condicionó su absolución a que durante tres días a la medianoche rezara un rosario al pie de la horca que se hallaba en la Plaza Mayor, y que al rezar el último volviera y le daría el perdón.

Así lo hizo la primera noche, aunque huyó aterrorizado al finalizar, ya que una voz de ultratumba anunciaba: ¡Un padre nuestro y un avemaría por el alma de don Juan Manuel Solórzano!. Acudió asustado con el confesor y éste le ordenó que continuara con la penitencia. La segunda noche fue peor, pues vio pasar su entierro.

En pánico regresó con el cura, suplicándole que le perdonara el último rosario y este comprensivo lo absolvió, pero le mandó concluir la pena; con un supremo esfuerzo se dirigió nuevamente al pie de la horca. Al día siguiente la ciudad se conmocionó con el cadáver del rico caballero don Juan Manuel Solórzano colgado de la horca de la Plaza Mayor.

Años después los herederos vendieron la inmensa residencia, que fue destruida tratando de borrar la triste memoria. En el solar edificaron sus casonas señoriales los condes de la Cortina y de la Torre Cossio. Ambas mutiladas en el interior, conservan por fortuna sus espléndidas fachadas, recubiertas de tezontle color vino y elegante decoración de cantera, finamente labrada.

Ubicadas en República de Uruguay 90 y 94 ameritan una visita, que puede concluir en el restaurante Danubio, ubicado en el número tres de la misma calle. Después de más de siete décadas de vida, continúa ofreciendo de los mejores platillos de mariscos y pescados de la ciudad. Mis favoritos: su famosa sopa verde, percebes en temporada y las sardinas portuguesas asadas. Broche final: el Bartolo de la Vasca.