Opinión
Ver día anteriorViernes 28 de abril de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La leona
L

a leona,
al fondo de la jaula,
aguarda.
La última crianza
desgarró su vientre.

Esconde los codos, las
rodillas,
alguna vez llegó sedosa
hasta el remanso
y olvidó su imagen en el
agua.

Tras los barrotes
ruge el león.
Nada tiene que ver con las
rimas de alcoba.
Solo, va derechito a la
cúspide.

La leona y su tedio
son infinitos.
Cada vez que se mueve
retumba su esqueleto,
su costillar picudo,
y su miseria hirsuta.

Sus ojos, pozas secas,
su lengua, su paciencia.

¡Cuánta inconciencia verde
en esa lagartija!

La veo y me persigno.
Le ruego a mi leona:
“No la toques, date cuenta,
la noche sin dormir
le entorpeció el habla”.

“Oh, reina bien amada,
oh, dueña de la jungla,
oh, consorte legítima,
la que parió sin llanto,
deja en paz, te lo pido,
a esa lagartona.”

Sin mirarme, la leona
estira su pata dulce
de gata formidable.
Lánguida deja caer
el peso de su indolencia
encima de la incauta.

“Aplastaste, malvada,
su llanto contenido,
su pretensión de cocodrilo,
su colita extraviada.”

No te ufanes,
la dragona, así como la ves,
tiene algo que nunca tendrás,
puede disfrazar su cuerpo
a voluntad,
y volverse libélula,
saltimbanqui o mujer.

La leona bosteza,
relame sus colmillos,
enseña la roja tumba
de sus fauces abiertas.

Entre las muelas
se columpia a fuetazos,
diminuta la cola
de la lagartija.

Poema incluido en el libro Rondas de la niña mala, de la escritora y periodista, publicado por Ediciones Era