Opinión
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Despúes de la lluvia... el lodo
L

a tormenta de quejas, histeria y juicios sumarios contra La Korrupción dejó el paso ahora a una calma chicha igual de lamentable. Ya no sabe uno qué pedir o reclamar de este más que debilitado espíritu público, vuelto democracia zombi en estos últimos meses de nuestro final descontento.

La otra noche vi y escuché a un académico de pro insistir en nuestro carácter de títeres del imperio mientras sus contertulios, sin hacerle eco a tamaña condena histórica de México y los mexicanos, preferían ver para otro lado y cambiar de tema sin cláusulas de transición que ayudaran al video público a acostumbrarse a su talante o al triste destino que nos espera en nuestra calidad de marionetas. Culpa del tiempo, dirá el sabio observador de la política convencional; más bien, de todos los presentes que no acabamos de despertar del sueño de la inercia del presente continuo con que inauguramos el siglo, la alternancia prima y doble, el TLCAN y el Welcome Mr. Marshall ahora devenido TLCAN. Como consecuencia y nada halagueña perspectiva, hoy tenemos que admitir que con el jolgorio hemos prohijado un sistema de comunicación pública y política este sí que sin adjetivos y vuelto espectro nocivo y vergonzoso.

Tal cual lo relatan las mejores crónicas y reflexiones históricas sobre la decadencia de los regímenes y que Gustavo Gordillo prefiere ver y entender como un desliz lento y hasta administrado, el nuestro, erigido con dureza y mucho esfuerzo e imaginado para durar por los siglos de los siglos gracias al ingenio reformador de los que mandan, ha inclinado el pico y dado de sí. Veremos y tal vez pronto, qué tanto es tantito.

Por su parte, las coordenadas de la realidad dura que a todos toca aunque no simétricamente, siguen su curso y son recogidas con puntualidad y alguna precisión por los órganos estatales responsables de medir nuestros azoros y penurias.

La queja de los ya no tan jóvenes funcionarios encargados de la gestión económica y social desde el gobierno, es que el desempeño de tales órganos, destacadamente el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) pero también el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y hasta el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), ha dejado mucho que desear porque entre otras razones no capta bien los cambios profundos de las estructuras ni su dinámica y la calidad renovada de las mercancías que nos ha hecho llegar el libre mercado. Así es como desde las cumbres del poder estatal se teje la leyenda negra del Inegi y el Coneval, en una pista por demás nociva: si los números no captan la realidad tal y como yo la concibo o imagino o, de plano, como la deseo, pues qué mal para los números y a cambiarlos para que arrojen resultados más a modo.

Hace unos días, la cúpula empresarial se unió al quejido y reclamó que los cálculos oficiales del PIB no daban cuenta de unos desempeños más que favorables en la actividad productiva, el comercio exterior y la generación de empleos. Todo con tal de que cuadre el inventario imaginario que, a su vez, les confirme a cúpulas y cúpulos que después de todo no la hicieron tan mal.

En pleno desenfreno del autoengaño, los del capital y los del poder, cada vez más prestado, pueden llevarnos a otra tormenta de malas ideas, a cual más absurda y corrosiva que la sufrida hace unas semanas en el festival de la pureza y la hoguera de la anticorrupción. Y a unas fiestas floridas y batallas culturales tan superficiales y vanas como cualquier decadencia que se respete exige. No será ésta otra guerra de los pasteles, sino el implacable choque de las ocurrencias... el fin de la conversa.

Ya sólo falta que ante tal carnaval de insensatez el Senado declare proscritos temas como la pobreza, el mal empleo, el peor salario y la fragilidad de los sistema de salud y seguridad social. Y que en vez de ellos, decrete a la corrupción de todos tan temida, la fuente de todos nuestros males, presentes y por venir. ( La moción está ya en el aire... la escuché una mañana por la radio)