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¿La Fiesta en Paz?

¿En qué quedamos, por fin?, ¿la quieren o no la quieren?

Hamponce y Alevoso de Mendoza, ¿únicos responsables?

D

e forma parecida se titula y empieza uno de los boleros del inspirado compositor Federico Baena (Ciudad de México 1917-1996), grabada por intérpretes como las hermanas Águila, las Hernández, Celia Cruz o Virginia López e infinidad de tríos, que versos más adelante dice: ¿Por qué ocultar la verdad?, mintiendo no ganas nada.

Mientras escuchaba la canción, ésta me fue llevando al deplorable mundo de los taurinos, tan aparentemente complicado, tan negligentemente abandonado, tan torpemente aprovechado, tan superficialmente agredido y tan cínicamente defendido. Lo anterior, a cargo de unas cuantas empresas tan poderosas como dependientes, ganaderos que hallaron la veta de la docilidad a costa de la bravura, figurines que sin llenar las plazas aún son contratados, autoridades carentes de autoridad, comunicadores constructivos y un público que no se cansa de desembolsar a cambio de espejitos.

¿Sabe usted cuántas veces han toreado después de su importante desempeño en las últimas corridas de oportunidá en la Plaza México, ante encierros con edad y trapío y una embestida exigente, no de entra y sal, los matadores Juan Luis Silis, Pepe Murillo y Antonio Mendoza? Ni una. ¿O en qué ferias han sido incluidos por sus probadas cualidades toreras? En ninguna. Pero el monopolio taurino y sus ramales insisten, a costa del presente y futuro de la fiesta de México, en traer año con año a los mismos diestros importados para que hagan arte con toritos de la ilusión ante escasos e inadvertidos públicos, en vez de poner a competir a toreros mexicanos con cualidades, celo y sello. Hay incompetencia y complejos, no visión empresarial.

El problema más grave de estos seductores toreros-marca, consentidos de las empresas, de ganaderos de dócil y de ciertos públicos, es que a su ventajismo de reses y alternantes añaden un concepto tonto de tauromaquia que se ha vuelto nociva práctica: torear bonito reses pasadoras, no someter con ética y estética toros encastados, de temperamento y notoria sensación de peligro. Lo primero llega a entusiasmar; lo segundo emociona.

Ya podrá Puebla, agraviada también en lo taurino, contar con un nuevo centro de espectáculos –Acrópolis– donde realizar corridas de toros, que si éstos brillan por su ausencia la suerte taurina de esa ciudad está echada. Transcribo algunas observaciones del crítico poblano Jaime Oaxaca sobre el festejo del pasado viernes 21, obvio, con los toreros-marca Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza y la alternativa de Héctor Gabriel, ante otra pobre entrada:

“Los animales de Marrón no fueron aceptados por chicos y la empresa se comprometió a cambiarlos. ‘Ya vienen, ya vienen’ se decía, pero nunca llegaron; lo que sí llegó fue el viernes de la corrida y los secuaces de Hermoso se aventaron la puntada de decir que la policía detuvo en la carretera el camión que traía los toros. Como lo de Fernando de la Mora estaba muy chico, creo que ni siquiera llegó a la plaza. Esos animalitos los había escogido Ponce.

La empresa entonces trajo dos de Coyotepec y dos de Los Encinos, muy chicos, elegidos también por Ponce, que no quiso sortear, y ninguno de los alternantes se opuso. Héctor Gabriel, quien tomaba la alternativa, debió conformarse con mentarle la madre mentalmente. Total, novillos de Marrón para Pablito y novillos de Los Encinos para Quique, remata Jaime Oaxaca. Eso, señores, no es hacer fiesta, es matarla con el puñal de los figurines y de empresas y autoridades balines.