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Sindicatos oficialistas muestran un músculo fofo y decrépito

En el Zócalo, selfies y relajo
 
Periódico La Jornada
Martes 2 de mayo de 2017, p. 4

Los trajeados guardaespaldas de Carlos Aceves del Olmo, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), y simultáneamente presidente del Congreso del Trabajo (CT), no quieren fotografías: todo el país lo ha visto en silla de ruedas, pero el dirigente no quiere salir en imágenes con bastón.

Pero él mismo alude a su salud cuando toma la palabra en el templete del mismo Zócalo en el que su antiguo antecesor, Fidel Velázquez, presumiera largos años el desfile de un millón de trabajadores: ‘‘Tenemos que enseñar el músculo constantemente, aunque ahora me falle la pata izquierda’’.

Un músculo fofo, decrépito incluso, pero dueño de la mayor cantidad de contratos laborales en el sector automotriz, el más ‘‘dinámico’’ del ahora en peligro Tratado de Libre Comercio (se calcula que Aceves detenta unos 200 contratos por medio de una treintena de sindicatos y quizá ello explique que muchos empleos en ese sector son vía subcontratación).

‘‘Don Carlos’’, como le dicen todos los cetemistas, termina su breve e improvisado discurso con una crítica a los sindicatos otrora conocidos como independientes, que se manifestarán horas después aquí mismo: ‘‘Dicen que van a hacer, pero hacen que hacen y no hacen lo que deberían hacer’’.

La contundente claridad discursiva del líder le gana una catarata de aplausos, aunque sólo de los trabajadores que están cerca del templete –los ferrocarrileros y los afiliados a la sección 15 de la CTM–, pues en el resto de la plaza el mitin transcurre entre selfies, albures y algunos alcoholes, aunque apenas van a dar las nueve de la mañana.

El máximo líder se despide y se lleva con él a la plana mayor de los jefes de los sindicatos oficialistas. Todos van a Los Pinos en sus grandes camionetas que han estacionado frente al Palacio Nacional. Se quedan algunos líderes segundones que celebran: ‘‘¡Estamos aquí más de 50 mil trabajadores!’’ El millón de ‘‘Don Fidel’’ es nostalgia pura.

El ‘‘músculo’’, en todo caso, no está en las calles ni en la tasa de sindicalización del país (apenas nueve de cada cien trabajadores pertenecen a un sindicato), sino en los contratos que detentan dirigentes. El poder de Aceves está fuera de toda duda, al grado de que el resto de los dirigentes lo hizo presidente del Congreso del Trabajo en una votación de la que ni siquiera estuvo enterado.

El orador oficial es Fernando Salgado, secretario de Acción Política de la CTM. Es el brazo derecho de Aceves y un jilguerillo de los antiguos, aunque es, también, el más joven de la cúpula: apenas tiene 51 años. Su mérito inicial es que el extinto sucesor de La Güera Rodríguez, Joaquín Gamboa Pascoe, fue su padrino de bautismo.

Salgado escupe lugares comunes y promete a la base trabajadora ‘‘establecer estrategias para aumentar el salario’’. Simulación pura. La CTM ocupa dos posiciones en los órganos encargados de fijar el salario mínimo y ahí no ha movido un dedo para lograr un aumento.

Lo que importa, en todo caso, es que los líderes se van a ver al Presidente para escuchar un discurso que enaltece la ‘‘concordia’’ laboral que reina en el país y una recuperación de 3.2 por ciento en el poder adquisitivo de los salarios, cifra a discusión que, de cualquier modo, es menor a 5 por ciento que Peña presumió el año pasado en la misma fecha (gasolinazo y devaluación borraron ese logro, si es que existió).

Es evidente que la mayor parte de los asistentes se ocupan no de los discursos, sino de lo importante: pasar lista, silbar, mentar madres, echar relajo, aprovechar el día de asueto. Y mirar a los líderes y sus herederos.

Por ejemplo, a Abel Domínguez, jefe de la Confederación de Trabajadores y Campesinos (CTC), la agrupación favorita del grupo Atlacomulco, sobre la que pesan innumerables denuncias por prácticas gansteriles (hasta los cetemistas se quejan de ellos, vaya). El líder de esa confederación se hace acompañar de sus dos hijos y colaboradores: uno ronda los 45 años, el otro tiene 30. Son de diferentes madres, pero se llaman igual: Abel Domínguez, como su padre.

Terminado el acto oficial llega el turno de los barrenderos. En los alrededores de la Alameda y el Ángel esperan turno los sindicatos de la Unión Nacional de Trabajadores, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el Sindicato Mexicano de Electricistas, los padres y madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos y una larga lista de siglas.

Las marchas parten de distintos puntos, juntas pero no revueltas, aunque hay que destacar el dato de que hace pocos años era difícil imaginarse una manta con las siglas de la CNTE, la UNT y otras reunidas en la consigna que domina el escenario: ‘‘Con la unidad de los trabajadores lograremos el cambio político y social’’. Con algunas excepciones, los marchistas hacen del Primero de Mayo una protesta rutinaria. Hay pocos gritos. El ambiente no es de crispación, como otros años, y salvo algunos colectivos que traen música, se extraña también la fiesta.

Un enorme monigote que representa a Donald Trump hermana esta protesta con las que ocurren en Estados Unidos y otras partes del mundo. En la víspera de una renegociación del TLCAN algunas pancartas recuerdan que 23 años después los principales aportes mexicanos siguen siendo los salarios miserables y los empleos precarios.

‘‘Fue un Primero de Mayo sin noticias’’, como dice el experto laboral Ancelmo García Pineda, quien añade: ‘‘Bueno, quizá la noticia es que todavía hay marchas’’.