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Nosotros ya no somos los mismos

La entelequia de la mágica unidad nacional

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Theodore Atalla, egipcio avecindado en México hace 20 años y dueño de la empresa Ecovelocity, situada en la ciudad de Puebla, ya se apuntó para proveer la iluminación del muro, aunque sea nada más el lado mexicano. En la imagen, tramo de la valla cerca del puente internacional en Brownsville, TexasFoto Ap
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os datos con los que terminé la columneta anterior habían sido publicados ya por los reporteros de este diario, cuyo crédito justamente es reconocido. Sin embargo, muchos se pierden en el cúmulo de cifras, por demás infortunadas, con las que nos abruma la información oral y escrita de todos los días. Además, no produce el mismo efecto encontrarlos desperdigados que leerlos juntos y referenciados a un tema tan vigente en estos momentos.

Un miembro de la multitud, muy apreciado por la columneta en razón no sólo de su antigüedad, sino de su asiduidad y frecuente participación, me sugiere que los demás referentes que tenga sobre el asunto los muestre de golpe, uno tras otro, de manera escueta, pero impactante. Que explique el efecto que cada uno tiene sobre la actual situación económica y nuestras perspectivas de desarrollo. Vamos a ver, cuando terminemos, si la saga funciona para afianzar la convicción editorializada de La Jornada: La unidad necesita un eje. Opinión que al tiempo fortalece mi escepticismo e incredulidad: ¿lobos y corderos pueden pasar juntos dos años y 10 días dominando la concupiscencia, sobre todo de parte de los conejos? (Esta es una de las versiones más aceptadas del diluvio universal, sobre el tiempo compartido en el yate El arca de Noé.) Haré un intento de resumen y, si resulta suficientemente impactante, lo presentaré a su atenta consideración. Por ahora, sigamos con los datos que llamaría fortísimos, de estar seguro que así se dice.

Según afirma el reloj de población con una solvencia imposible de cuestionar, a las 15:35 horas de este domingo 7 de mayo los mexicanos que cubrimos el país alcanzamos la cifra de 130 millones 276 mil 875 personas. Por mi parte, inconforme con todo dato oficial, como es mi costumbre, exijo se agreguen a este número los 12 millones de paisanos que, más por nuestra causa que por su personal gusto, viven en el país del norte. Así, mi terquedad sobre los diversos Méxicos y la entelequia de la mágica unidad nacional se fortalece. Los mexicanos de allá de aquel lado están probados. Muchos de los de aquí también, pero no en el mismo sentido. Veamos algunas comparaciones de esas que la gente asegura siempre son molestas:

En anterior columneta (miércoles 7 de diciembre) acusaba recibo de un rudo e inocultable golpe, pero totalmente legal, usual y esperable: el retiro de 132.5 mil millones de pesos de capitales golondrinos por una explicable razón: al otro lado del no muro (¿alguien conoce un muro que pueda contener el libre paso de divisas, cualquiera que fuera su origen?) les ofrecían un interés mucho más apetecible. ¿Por qué este año habrían de tener conmiseración alguna por nosotros? Sin embargo, lo traje a cuento dado que el jueves 9 de marzo el mismo Roberto González nos dio a conocer que los capitales golondrinos están regresando por la misma simple razón: desde 2015 a la fecha les hemos subido siete veces la amorosa tasa, pues pasó de 3 por ciento al 6.25 actual. Esto comprueba la vieja y jocosa afirmación de Jardiel Poncela: “God save the queen!, que como todos sabemos significa el tiempo es oro.

Pero salvada esta pequeña aclaración, vamos directamente a las comparaciones tras de las que me escudo para sostener mis afirmaciones temerarias. Propongo este sencillo sistema: yo aporto datos, los más sencillos y entendibles, y ustedes me dicen si consideran posible que las personas o sectores sociales involucrados en mis ejemplos tienen posibilidades objetivas, reales, de unirse en defensa de cualquier causa, objetivo, proyecto o simple aventura común. De pasada, ¿me pueden sugerir algo o alguien que los convoque, los identifique, los motive a la realización de una acción conjunta?

Comencemos por una diferencia elemental y concreta, pero también indicadora, clarísima, de los diversos tipos de millonetas que pueblan el gajo minúsculo de los poseedores de este planeta. Don Enrique Galván Ochoa, que campechanea sus diarias colaboraciones con su desempeño de funcionario jornalero y, yo sospecho, agente encubierto de Hawaii 5.0, por las informaciones top secret con las que a diario nos conmociona, nos relata que el 29 de marzo fue la fecha límite para presentar propuestas para ser incluidos en la nómina de proveedores de bienes y servicios necesarios para la construcción de la barrera de concreto y metal que algunos han querido, equívocamente, comparar con la muralla china o con el muro israelita de los lamentos. Esta es, obviamente, una mal intencionada interpretación: la nuestra es una modesta aportación: la pared de las mentaciones (breviario cultural: mentar es una palabra que en México significa aludir, y en la jerga de la broza que, hoy por hoy, todos compartimos, se refiere a la madre de otro). El costo de dicha construcción se calcula en entre 12 y 25 mil millones (los márgenes estipulados parecen elaborados por el equipo de planeación del constructor de la nueva Veracruz, don Javier Duarte de Ochoa). Según The Economist, relata don Enrique, se inscribieron más de 70 empresas, y échese este trompo a la uña: una de cada 10 de las firmas participantes es hispana. Y sigue la información: la redacción de este diario nos comenta que legisladores de California opinaron: Los californianos construyen puentes, no muros. (Phil Ting). Es un muro con el que no queremos tener ningún nexo”. La historia de los migrantes es la de Estados Unidos y el muro es una vergüenza. La asambleísta Lorena Fletcher agregó: Es claro que la gente de California no quiere invertir en los valores de odio que Trump representa. En esa misma actitud se manifestaron las empresas mexicanas Cemex y Cementos de Chihuahua… Pero: hete que la agencia Reuters, que nunca me deja colgado de la brocha, me pasa la siguiente nota: resulta que Theodore Atalla, egipcio avecindado en México hace 20 años y dueño de la empresa Ecovelocity, situada en la ciudad de Puebla, ya se apuntó para proveer la iluminación del muro, aunque sea nada más el lado mexicano, aclara con toda modestia. La explicación que da está fuera de toda duda: la corrupción en Puebla no le permite el menor progreso; sin embargo, ¿basta para justificar su ingratitud y deslealtad al país que le abrió las puertas y le brindó condiciones para su éxito profesional? Porque de haber estado mejor en Egipto, o no viene o se regresa. Según tengo entendido, Moisés y su varita, cayado o báculo, ahora con quienes la traen tendidos es con los sirios, no con los egipcios.

Como suelen hacerlo los fanáticos del futbol, que les da por iniciar su sesuda diversión pronosticando la alineación de los equipos contendientes, les invito a un juego (con fuego) parecido: yo menciono una serie de personas o grupos y ustedes los ubican en las trincheras que, según su juicio, se alinearían, más de coraza, en caso de un casus belli provocado por los problemas mentales del señor presidente Trump. No me refiero por supuesto a una confrontación armada, pues todavía confío en el divino pragmatismo de los dueños de Estados Unidos: Time is money (aunque una voz profunda y doliente, que me pareció reconocer pertenecía a Robert McNamara, me llegó desde un pequeño cubículo subterráneo del Arligton National Cemetery y dijo: and the war, too.

Con México una guerra sería costosísima: dinero, tiempo y reacciones internas en todos los niveles, sectores y territorios. (Por supuesto, desde fuera ni Rusia ni China ni Corea intervendrían con algo más que amenazas de Halloween: trick or treat). En cambio, nuestros millones de documentados e indocumentados tienen ADN de chinacos, no de polkos, y tras de ellos vendrían luego los latinos, los hispanohablantes, los afroamericanos y, por supuesto, los millones de amigous que luego de muchas décadas de haber sido recipiendarios de la calidez, del cuidado, la atención y el afecto que aportaron a sus hogares los sirvientes latinos, quienes día tras día contribuyeron a la buena crianza de sus hijos y les transmitieron, dentro de la modestia de su existencia de siervos, valores que no distinguen, en manera alguna, a la tradición anglosajona de las élites.

Y nos faltan los millones de mexicanos que durante años, con salarios, prestaciones y trato (derecho de gentes) totalmente asimétrico al otorgado a los trabajadores blancos (es decir: sin color), cultivaron las inmensas extensiones de las riquísimas tierras que algún día fueron nuestras, construyeron carreteras, puentes, automóviles, presas, naves aeroespaciales, edificios (por supuesto, las Trump torres).

De ellos hablaremos al referirnos a los mexicanos que poseen en la Bolsa Mexicana de Valores 45 por ciento del producto interno bruto del país, las ganancias obtenidas por BBVA Bancomer, la nómina de los mexicanos (?) poseedores de bienes raíces en Miami, con lo que podrían ser dueños de algunas apetecibles colonias de la mal llamada Ciudad de México, pero, claro, con el inevitable inconveniente: pobladas de mexicanos.

Lesvy Orozco Martínez: tengo un recado guardado para ti. Me atormenta que el agravio fatal haya sido en mi casa.

Twitter: @ortiztejeda