Opinión
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El arte de combatir la guerra
C

on los años he descubierto una verdad de oro: en México todos los caminos llevan a Octavio Paz. Su curiosidad incesante, su riquísima cultura y su gana de razonar en voz alta de manera constante en la plaza pública, lo convirtieron en un polo de atracción y repulsión. Todos sus textos provocaban y provocan algo. Hacer de la prosa un método de razonamiento con iluminaciones de la sensibilidad del poeta es quizá la fuerza del campo magnético que establecen sus textos.

Y fue uno de sus temas favoritos el que más me acercó al poeta: sus referencias al surrealismo, a ese movimiento al que decía había llegado 20 años tarde.

Pero llegó tarde y no: el rescoldo de la gran hoguera que fue el surrealismo todavía calentaba mis huesos y encendía mi imaginación. Y lo hizo hasta los últimos días del escritor.

El surrealismo tuvo una conexión subterránea con esa otra vanguardia que no nos deja de sorprender: el movimiento dadaísta. En un texto memorable de 1975 Paul Auster decía con razón que no hay año en que no aparezca un nuevo estudio sobre el movimiento dadaísta, una biografía mejor documentada de alguno de sus integrantes, un catálogo, un texto desconocido, etcétera, y no me sorprendió que pensara así porque el dadaísmo fue una vanguardia donde subsistían, como escribe el autor de la Trilogía de Nueva York, los viejos ideales humanistas. Si para muchos fue un movimiento efímero, pues apenas duró poco más de un lustro, lo cierto es que su permanencia en el imaginario universal lleva más de un siglo.

Arp decía que sus exposiciones, veladas, protestas, falsas noticias, nuestras manifestaciones de escándalo que entonces parecían pura anarquía, hoy se revelan como dispositivos necesarios para deshacernos de formas caducas (...) para salvaguardar la vida espiritual. Y en otra parte de sus cuadernos abunda: Mientras a lo lejos rugían los truenos de las baterías, pegábamos, recitábamos, versificábamos, cantábamos de todo corazón. El arte y la vida sólo con el corazón existen, son, si se quiere, el corazón del mundo.

El dadaísmo fue un movimiento estético, digamos, pero también moral. Los artistas que en 1916 en el Cabaret Voltaire de Zurich rompieron con las viejas formas de hacer arte y con su mercado, también fueron un desplante contra la guerra que sólo riega la tierra con sangre y siembra calaveras.

El dadaísmo fue una incandescencia provocada por la guerra, apunta Auster. Sus integrantes vieron cómo una cultura milenaria era devorada por la conflagración bélica. Y aunque el mundo de hace un siglo es distinto al de ahora, las interrogantes del dadaísmo siguen siendo las nuestras: cuando hablamos de la relación del arte con la sociedad, del arte opuesto a la acción y del arte como acción. Eso explica la vigencia de artistas como Max Ernst, Tristan Tzara y por ejemplo Jean Arp, cuyas reverberaciones son verdaderas iluminaciones. Desnudan al mundo de las sombras que suele vestir.

A un siglo del surgimiento del dadaísmo se montó en el Museo de Arte Moderno una exposición de Jean Arp. La primera en México y en América Latina de este artista fundamental para el arte de nuestros días. Artista que estuvo en Yucatán en el remoto año de 1958. Ignoramos lo que miró en los glifos, los murales, las estelas, las pirámides asentadas a unos metros del mar. Sabemos en cambio que le descubrió la abstracción a Manuel Felguérez y que influyó sin duda en artistas como Germán Cueto y Vicente Rojo.

Arp fue fundador del movimiento dadaísta en Zurich hace un siglo y cuatro años más tarde junto con Max Ernst y Alfred Grünwald fundaron el grupo Dada de Colonia.

Seguramente a Octavio Paz y a Lourdes Andrade les habría encantado ver esta exposición de Arp en nuestro país. ¿Qué habrían escrito? ¿Cómo habrían interpretado el interés de los jóvenes de nuestros días por esa vanguardia de más de un siglo?

La Europa de entonces no es el México de ahora pero existe un puente entre el viejo continente de hace un siglo sacudido por la guerra y nuestra patria. Por ese puente transitan el miedo, la inseguridad, la sangre, la crueldad que se reinventa. Jean Arp, Tristan Tzara y Hugo Ball seguirán siendo unos indignados de todos los tiempos.

El dadaísmo fue un movimiento artístico tras cuya apariencia agresiva y desconcertante, nos dice el novelista Herman Hesse, no sólo se esconde la juventud y el deseo de renovar, sino también una gran desesperación por la indigencia de su época.

Escribe Paz que él hablaba con Leonora Carrington de los druidas, con Remedios Varo de la alquimia, con Alice Rahon de Viviana y Merlin, con Wolfgang Paalen de los canales secretos que unen al hermetismo con la física contemporánea. Nosotros podemos hablar en silencio, en esa patria de los muertos que nos brindan los sueños, con Jean Arp y Hugo Ball de ese futuro que nunca termina de llegar y alimenta la esperanza con una sonrisa.

Si La Palabra asegura que los pobres siempre estarán con nosotros, tal vez Hugo Ball nos dice con su diario de muchas formas y Jean Arp con sus collages, esculturas, dibujos, muñecas, tapices y poemas que los indignados no nos abandonarán mientras exista la esperanza en un mundo mejor. Seguirán siendo un estímulo para apostar por el arte y la cultura como recurso de vida, pero también, lo apunta Paul Auster, como un recordatorio para que no cambiemos su impulso por unos espejos o un plato de lentejas.