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No sólo de pan

De lo que nos suceden en el tiempo

E

l 30 de abril en México se celebra a los niños desde 1924 y, si bien en este día apenas pasado, muchos de ellos disfrutaron de un asueto, algunos de regalos y, los más atentos a los discursos oficiales, de promesas, la inmensa mayoría no obtuvo cambios en su diario vivir. Porque, ciertamente, no a todos se les hizo un favor trayéndolos al mundo ni todos los padres los concibieron con la conciencia de que los hijos contribuyen a asegurar la perpetuación de la humanidad y mucho menos con la intención de que a través de ellos se asegurara el futuro de lo humano.

¿Un niño pequeño arrojado por su madre, ahora presa, a las vías del Metro, y no reclamado por nadie será en el futuro un hombre pleno? ¿O será uno como el que mató a un bebé que lloraba mientras violaba a la madre en el paraje de una carretera? ¿Por qué la mujer del Metro quiso morir con su hijo? ¿Acaso nadie la dejó abortar después de una violación que la estigmatizó para siempre? Si éste fue el caso, habría sido uno más de los millones de casos en el mundo de mujeres y niños víctimas de quienes a su vez fueron niños víctimas. ¿Víctimas en qué parte de la cadena familiar, insondable de la ascendencia generacional?

Sería inútil intentar descifrar en ella la condicionante de la violencia interpersonal, en cambio, es posible comprender las causas de su ser social analizando el engranaje del sistema económico imperante desde hace pocos siglos y en su auge desde hace uno, el neoliberalismo que basa su razón de ser en una infinita injusticia distributiva de la riqueza real y potencial, asegurando su apropiación mediante la creación de conflictos entre poblaciones y violencias interraciales e interreligiosas en todo el mundo, con los desplazamientos y migraciones subsecuentes. Violencia y guerras no provenientes del mal banal (Hannah Arendt dixit) sino que expresan la ambición satánica de los dueños del dinero y el poder para no compartir la tierra, el subsuelo, el agua y la atmósfera con ningún pueblo.

Una tal vez demasiado conmovedora fotografía, que muestra una hermosísima niña siria con los cabellos al viento mirando a la cámara mientras se deja quitar el chaleco salvavidas al atracar su nave en costas griegas, me pareció casi un montaje sobre la buena voluntad de Occidente hacia el problema sirio, lo que es falso. De otro modo pararían en seco sus propias agresiones, no existirían millones de niños que tras saciar su primera sed en el raquítico pecho materno continúan sus vidas con una sed sin fin de agua, porque el agua de beber la monopolizan embotelladoras transnacionales o la contaminan industrias del mismo sello. Niños que, si sobreviven a sus cinco años, sólo dispondrán de comida ultraprocesada para transitar por la vida enfermos y deformes con el cerebro lento y discriminados por las clases acomodadas. No dejaríamos, siendo occidentales (¿lo somos?) que nuestros niños mexicanos y centroamericanos sean deportados o retenidos en Estados Unidos mientras expulsan a sus padres. Gritaría el mundo entero un ¡Ya basta! Ante los esqueléticos niños etíopes y pequeños africanos que se arrastran desnudos porque no los sostienen sus piernitas de pollo. Visión indisoluble con el recuerdo de una niña que cargaba sin dificultad su madre, en un rebozo sobre su espalda, mientras íbamos en 2009 en una marcha por la avenida Reforma, porque cuando pregunté a la madre la edad de la niña, para mi conmoción ésta última me contestó: cinco años, desde su enorme cabeza y profundos ojos negros, incapaz de caminar, porque, comentó la madre: el maíz ya no da; al principio sí, pero ahora no se da nada de milpa ni de grano, desde que vinieron a cambiarnos las semillas, por eso vine a la manifestación.

Niños y niñas que laboran en todo tipo de tareas insalubres, extenuantes, inmorales, escogiendo basura, en la pizca de cultivos o acechando para prevenir a los delincuentes, en su primer paso hacia su propia delincuencia. Niños de ambos sexos traficados para ser utilizados sexualmente o para extraer y vender sus órganos a consumidores millonarios. ¿Es este presente también el futuro de lo humano?

Sólo la educación integral acompañada de satisfactores suficientes para sus necesidades podrá asegurar lo humano de la humanidad. También amor, pero éste no depende de políticas públicas, como sí dependen la revisión de una reforma educativa que denuncia sus propios fallos garrafales en su pub a todo color del antes y el ahora y sacar del tortuguismo burocrático el reconocimiento de las universidades creadas por ciudadanos simples y militantes del partido Morena en las que ingresan jóvenes casi niños con una perspectiva humanista, en vez de quedarse en un proletariado menor de edad, caldo espeso de tan nutrido de victimarios y sus víctimas.