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¿La Fiesta en Paz?

Escaso pan y pobre circo es jugar con lumbre

Pepe Murillo o el arte de la paciencia

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La excepcional expresión torera de Pepe Murillo sólo es comparable con la absurda marginación de que ha sido objeto por parte de las empresasFoto Archivo
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uando hay talento político, el alimento no escasea y abunda el divertimento organizado, pero cuando se lleva décadas instalado en el amateurismo, en el aprendizaje a costa de la ciudadanía, en las complicidades abiertas o mal disimuladas, en la dependencia postrada y las corrupciones alegres, en la falta de correspondencia entre lo que se dice y lo que se logra, la olla amenaza con explotar ante la escasez de pan y reiterada mediocridad del circo.

Héctor Azar, inolvidable maestro de teatro y de vida y taurófilo pensante, afirmaba: Al público no hay que darle lo que pida, sino enseñarlo a pedir. Y sí, en la palabra enseñanza es donde los regímenes de débil democracia tuercen el rabo, pues lo último que les interesa es un pueblo instruido consciente de sus derechos y posibilidades de desarrollo. En las décadas pasadas esto se ha traducido en una paulatina degradación de la calidad de vida mexicana, incluida una mezquina oferta de espectáculos a cargo de instituciones, medios electrónicos y empresas.

El reciente bofetón a cargo de la televisión privada –sobre todo de imaginación y responsabilidad social– con motivo del publicitado combate entre un boxeador sobrevaluado y un púgil de dinastía, confirman que la corrupción permea la vida nacional y la autorregulación de los concesionarios, solapada por la autoridá, no contribuye a fortalecer espectáculos ni a atenuar el creciente descontento.

El tíololismo padecido durante 23 largos años por la anterior empresa de la plaza México y avalado por taurinos, autoridades, medios y afición, es un golpe del que la fiesta de toros en el país probablemente no se recupere. Sin embargo, la vocación taurina de México aún posee recursos humanos y animales para corregir rumbos y repuntar posicionamientos.

Los recientes seriales de Texcoco, Aguascalientes y Puebla, con carteles convencionales y ganado de escasa emoción, confirman una realidad: si no se pone el énfasis en ganado más bravo, no de falsa garantía –la tauromaquia es azar, no toreografía predecible–, que anime al público a ir a ver toros con emoción y toreros dispuestos y diferentes, entonces los escenarios se verán cada día más vacíos.

Tras sus sorprendentes actuaciones en la última etapa de la temporada 2016-2017 en la plaza México –ante reses exigentes, primero de Marco Garfias y luego de San Marcos–, el torero tapatío Pepe Murillo –30 años de edad y nueve de alternativa, que no confirmó antes por el capricho inepto de la empresa anterior– ve pasar el tiempo entrenando y practicando el arte de la paciencia o ciencia de tu paz, como dijo el gurú.

¿Por qué sorprendentes? Porque en sus dos comparecencias, Pepe Murillo, con una sola corrida el año anterior, supo decir más, bastante más, que la mayoría de los toreros que se presentaron a lo largo de la temporada. ¿Y qué es decir delante de los toros? Realizar las suertes con absoluta naturalidad y elocuente expresión, sin más propósito que sentir lo que se está haciendo y hacérselo sentir al público. Eso es privilegio de unos cuantos que suelen torear medio centenar de corridas al año. Si este Murillo, con una sola tarde en 2016, sorprendió por su quietud, juego de brazos y cadencia con capote y muleta, ¿qué no hará si torea con más frecuencia? Señores empresarios: en matadores como Pepe Murillo hay posibilidades reales de tauromaquia expresiva, de interés masivo y de rivalidad en serio. Sacúdanse la rutina en la conformación de sus carteles.