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Tiene sentimientos encontrados: su madre, dirigida por él, pierde ante Kika Chávez

Con sólo 23 años, el Bronquito Contreras corona a su primera campeona mundial como entrenador
 
Periódico La Jornada
Lunes 15 de mayo de 2017, p. 6

A Juan Carlos Bronquito Contreras el boxeo lo llamó desde la esquina. Fue boxeador juvenil destacado, pero prefirió la discreción del rincón en el cuadrilátero para continuar en este oficio. Desde ese ángulo lo vive con otra óptica, observa a los peleadores que entrena, los aconseja y dirige durante sus combates. Es muy joven, apenas 23 años, pero desde los 14 tuvo su bautismo en el banquillo con la toalla al cuello.

Una noche de hace nueve años, un boxeador quedó desamparado cuando no llegó su equipo en la esquina. Le ofrecieron al niño de 14 años que subiera a dirigir el combate de aquel peleador que tenía unos 30. Ese momento fue el que cambió el futuro del Bronquito, el apodo con el que subía como púgil –herencia de su padre, entrenador y promotor, Juan Carlos Bronco Contreras– y con el que ganó la olimpiada juvenil en 2008.

Anoche, el Bronquito vivió su momento climático como entrenador, pero también uno de los más contradictorios en su vida. Mientras su pupila, Lupita Martínez, sorprendió contra todo pronóstico al arrebatar el campeonato mundial supermosca del Consejo Mundial Boxeo a Zulina Loba Muñoz, en Cancún; en Zapopan, su madre, Ana Arrazola, perdió la oportunidad de coronarse en peso mosca ante Yéssica Kika Chávez. Sentimientos contrapuestos, reconoce.

Es difícil, admite Juan Carlos. Por una parte, a los 23 años consigo a mi primera campeona del mundo cuando nadie nos creía, nos descalificaban, un poco por la poca trayectoria de Lupita y otro por mi juventud. Por otra parte, la derrota de mi madre es triste, pero por mi trabajo no me duele porque lo hicimos bien, simplemente no fue su día, algo le pasó que no pudo desarrollar lo que trabajamos en el gimnasio.

No pudo disfrutar de cerca la victoria sorpresiva de Lupita, porque asumió que tenía que estar en la esquina de su madre. Por ahora piensa como hijo más que como entrenador, le preocupa cuánto tardará en reponerse, porque Ana asumió este compromiso como algo vital y con profundo respeto. Desdoblarse entre el hijo que apoya a su madre en un trabajo difícil y el entrenador exigente es un dilema que debe sortear cada día.

No es fácil tener que decirle a mi madre en qué falló, qué hizo mal, pero confío en que, como en otras ocasiones, no tarde en levantarse, porque así es ella, cuenta el Bronquito.

Con esos sentimientos, Juan Carlos disfruta de manera contenida su primer premio como entrenador. Un oficio que aprendió primero de su padre, después de trabajar junto al veterano Ignacio Beristáin, miembro del Salón de la Fama del Boxeo. Entre ellos obtuvo el grado en silencio, atento a cada instrucción escuchada y a cada secreto revelado.

Ganó la confianza de Beristáin, quien empezó a confiarle la esquina de peleadores cuando no podía asistirlos por la gran demanda que tiene el célebre entrenador. También al coincidir con personalidades, como recuerda le sucedió en China, donde vio el trabajo de Freddie Roach –entrenador de Manny Pacquiao.

Me fijé en silencio cómo trabajaba, cómo vendaba a sus peleadores, relata.

Ese trabajo lo llevó a participar con Julio César Chávez en la preparación de su hijo Omar. Reconoce que lo intimidó cuando lo vio por primera vez. A poco este chamaquito se va a encargar de mi hijo, cuenta que reclamó el ídolo. No fue fácil, pero cumplí con lo que sé hacer.