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Centenario de Juan Rulfo

Juan Pablo Rulfo deplora cómo las franquicias dominan en el llano grande de Jalisco

En lugar de homenajes y coloquios, Rulfo habría preferido el rescate cultural

Hace falta reanimar las escuelas y recuperar la tradición de la música, dice el hijo del escritor

Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 17 de mayo de 2017, p. 4

Guadalajara, Jal.

Juan Pablo Rulfo expresa que a su padre, como a sus hijos, les gustaría que la celebración por el centenario natal de Juan Rulfo hubiera terminado en hechos que rescataran el valor cultural de la región del llano grande, al sur de Jalisco, y no tanto en festividades, monumentos y coloquios.

Rescate cultural significa reanimar las escuelas, recuperar la tradición en música, en literatura. Conservar la arquitectura, estudiarla, por qué es cómo es, expresó el pintor, tercero de los cuatro hijos del escritor.

Juan Pablo deplora la pérdida del patrimonio arquitectónico, de cómo en pueblos como Sayula, San Gabriel, Tonaya o Tolimán, donde fincas de estilo neoclásico son alteradas, modificadas o derribadas para dar paso a franquicias comerciales.

En Oaxaca, el Centro Histórico se conserva porque se entendió que es mejor tener la esencia que esta modernidad artificial. Si el pintor Francisco Toledo no hubiera hecho todo lo que hizo para evitar que pusieran McDonalds, aquello sería un horror, explica en entrevista con La Jornada.

Rulfo y el médico

El proyecto principal de rescate de la memoria rulfiana para la Fundación Juan Rulfo, instituida por sus familiares en 1996, debe ser el de la casa paterna en San Gabriel, frente al curato y a la vuelta de la plaza principal.

“Nosotros –prosigue Juan Pablo Rulfo– también quisiéramos rescatar, así sea simbólicamente, la biblioteca que había en esa casa, en la cual el sacerdote pidió a mi abuelo (Cheno, Juan Nepomuceno Pérez Rulfo) que si se la podía conservar por motivos de la guerra cristera (...) Pensar conservarla en un lugar seguro significa que tenía un gran apego por los libros y gracias a eso mi padre comenzó a leer, como comenta en una carta a mi madre, en la que le dice que con eso podía volar como hacen los zopilotes más allá de los cerros”, añade.

En esa iniciativa están ahora, e investigan qué libros estaban publicados en México en 1920, cuál era la lista prohibida por la Inquisición y qué ejemplares tenía el acervo de Editorial Cultura, antecedente del Fondo de Cultura Económica, por la labor de traducción al español que realizaba.

La idea es reconstruir esa biblioteca; tenemos que empezar a hacer ese supuesto y después, ojalá, una biblioteca infantil con grandes autores, y ponerla en esa casa que tanto quiso mi padre.

Melancólico y fumador, Rulfo es evocado así por quienes fueron sus amigos o conocidos en la región del llano grande, pero sobre todo como un hombre que describió el espíritu del sur jalisciense en una obra llena de tragedia y simbolismos de carácter universal.

Mónico Salas, médico de 89 años, entrevistado por La Jornada en los portales de la plaza de Tonaya, dice que él fue el matasanos al que nunca pudieron llegar Ignacio y su padre, personajes del cuento ¿No oyes ladrar los perros? que iban hacia el pueblo donde él, recién egresado de la Universidad de Guadalajara, era el único médico no sólo del lugar sino de la región.

“¿Y si no quién podía ser?, yo era el único por estos rumbos. Y creo que Juan (Rulfo) no quiso mandar a su personaje a Sayula, porque tienen el prestigio de que ahí hay mucho jotorete, fíjese que dicen que ahí cuando preguntan si hay muchos jotos les contestan: ‘No, para nada, aquí para jotos sólo mi compadre y yo”’, ríe el galeno en su silla de ruedas.

A Rulfo, Juanillo le decía yo porque él me decía Moniquillo, lo conoció al menos hace 65 años, cuando el escritor estaba postrado por una enfermedad que no le voy a decir cuál era, no tanto por ética, sino porque ya no me acuerdo y fue llamado por Severiano, hacendado hermano de Juan, para ir a atenderlo.

“Con don Severiano lo vi varias veces jugando a las damas chinas, fumando o trotando por el monte. Su vicio era el cigarro, le gustaban los Delicados, que eran los caros, de eso murieron los dos hermanos.”

Niega que Rulfo fuera un borracho, como decían su hermano Severiano y otras personas.

Nunca lo vi tomado, con el cigarrillo sí, pero una o dos teporochas que se aventaba no eran para emborracharse, se las aventaba de pie en la casa de un señor que atendía por la calle Victoria, que se llama Ricardo Rodríguez.

Foto
Juan Rulfo (1917-1983), fotografía que resguarda la UNAM en el Archivo Histórico, incluida en la exposición Juan Rulfo en el Pedregal, que hoy se inaugura en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima casa de estudiosFoto IISUE/ AHUNAM/ Fondo Ricardo
Salazar/ RS-Juan Rulfo-017

–¿Qué es lo que le llamaba la atención de Juan Rulfo?

–Su seriedad, lo callado que era; no andaba en argüendes ni nunca se supo Juan hizo esto o Juan tomó esto. Era una persona educada, habemos muchos educados que decimos malas palabras pero él no; era muy reservado.

Rulfo y el cuchillero

Sólo una vez vio José Ojeda a Juan Rulfo y fue cuando acudió a su famoso taller de cuchillos y dagas de Sayula, donde mandan comprar armas finas de cacería integrantes de la realeza europea.

“Lo trajo Luis Pérez Rulfo, su tío paterno, al que le decían El Perico. Juan ya era famoso y lo trajo para que le enseñara los cuchillos y las armas de fuego que yo hacía. Él estaba sentado ahí en esa esquina y su tío le dijo: ‘Habla pues, cabrón’. Y él le contesta: ‘¿Pues qué quieres que diga, tío’.”

Recuerda que Rulfo tenía los dedos amarillos de tanto fumar y también le pegaba al vino, pero no hablaba y prefería mirar las elaboradas piezas de acero con cachas de animales exóticos que le mostraban.

Me regaló un libro autografiado que el pendejo de yo, y cuando vino el obispo de Ciudad Guzmán, no me acuerdo ni cómo se llamaba el viejo cabrón, me lo pidió prestado y en realidad me lo robó; ya nunca lo regresó.

Del tío Luis, El Perico, es de quien José Ojeda tiene más recuerdos, pues todas las tardes, cuando terminaba su trabajo como recaudador de rentas, llegaba al taller para platicar una hora y siempre contaba cuentos colorados, invención de él, de los cuales dice guardar al menos 100 escritos.

“Una vez venía un ventrílocuo, traía sus aparatos en una mula y venía por un camino cuando encontró un chiquillo con chivas. El viejo se paró. ¿Qué dicen las chivas?, le preguntó. Las chivas no hablan, le contestó el chamaco. Entonces el ventrílocuo se acercó a una chivita que como todas las chivas están siempre rumiando y le preguntó al animalito: ‘Oye, ¿cómo te tratan?’ Y con sus poderes hizo que la chiva contestara: ‘Me tratan muy mal’. El chiquillo peló los ojos y dijo que no le fueran a creer nada a esa chivita mentirosa, ‘porque siempre le gusta decir que me la estoy cogiendo y de verdad señor eso no es cierto’.”

Rulfo y el ahijado

Orso Arreola, hijo de Juan José Arreola, entrevistado en la plaza de San Gabriel, afirma que Rulfo fue el mejor amigo de su padre y siempre mostró un carácter melancólico, aunque también lo vio reír en muchas otras ocasiones, por lo general durante las visitas que hizo a la casa de Ciudad de México.

“A mediados de los años 50, ya tenía seis años de edad y es cuando recuerdo a Rulfo en mi casa de la colonia Cuauhtémoc en Ciudad de México, en las calles de ríos, Ganges y Volga, dos casas en las que vivimos en ese periodo. Mi papá siempre estaba en la fiesta, en la bohemia dorada y Rulfo llegaba a la casa a veces. Mi mamá le decía el Chachino, porque Juan Rulfo le decía Chachina a su esposa, Clara Aparicio.”

Por eso cuando me casé, el primero en quien pensé para que fuera mi primer testigo fue en él, en 1971; lo fui a ver a su casa en Felipe Villanueva. Yo tenía 22 o 23 años y él estaba muy contento, porque me dijo que con eso me iba a alejar de mi padre, me decía que qué bueno porque ya casado vas a hacer otra vida y vas a ser tú.

Todavía le tocó ver en su adolescencia varias veces a Rulfo de visita, tomando la copa con Juan José, hasta riéndose cuando ya andaba entonado.

“Rulfo fue para mí un parteaguas, definió mi vocación. La importancia de su novela es la interpretación de la realidad social que vivió, como el desmoronamiento de México. Recordemos que Pedro Páramo acaba hecho piedras, se desmorona. Una metáfora, porque aquí en esta zona la revolución, la guerra cristera y el movimiento agrarista acabaron con la región, con fortunas y familias, como sucedió con Rulfo a quien le mataron al padre y terminó en un internado cuando su madre murió.”