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Trumponomía: la influencia global
U

no de los elementos de mayor interés de la edición más reciente, fechada el 18 de abril último, de la Perspectiva Económica Mundial –el conocido documento de análisis de coyuntura que el FMI publica dos veces al año, en coincidencia con las reuniones de sus miembros, en las primeras semanas de la primavera y del otoño boreales, y actualiza en otras dos ocasiones, a principios y mediados de año– es la visión que ofrece acerca de la influencia global de la política y las actitudes económicas actuales de Estados Unidos, la Trumponomics, según la moteja un número reciente de The Economist. Políticas y actitudes provenientes de un gobierno aún bisoño, que ha ejercido el poder por menos de cuatro meses y está integrado en buena medida por funcionarios para quienes la noción de servicio público resulta tan novedosa que no atinan a distinguirla, bien a bien, de los negocios particulares. Habida cuenta de las controversias y confusiones que caracterizaron el tradicional balance de los primeros 100 días de ejercicio, hacia finales de abril, se antojaría prematuro todo intento de apreciar ya la forma en que, bajo la responsabilidad de Trump (digo, es un decir), EU afecta la coyuntura de la economía mundial. Sin embargo, los señalamientos del Fondo al respecto resultan del mayor interés, entre otras cosas por ser muy controvertibles. Pueden leerse en español.

El FMI espera que esta vez el repunte económico sea, no espectacular, pero sí sostenible y marque un verdadero cambio de rumbo –una recuperación cíclica– tras casi un decenio marcado por la Gran Recesión y sus secuelas. El leve aceleramiento esperado de la actividad global, de 3.1 por ciento en 2016 a 3.5 en el presente año y a 3.6 en 2018, se deberá al aporte de las economías avanzadas, sobre todo de EU. Su expansión será apenas mayor, dos décimas de uno por ciento, pero mayor de lo previsto en octubre, antes de las elecciones y el cambio de gobierno. Esta miniaceleración contrasta con el estancamiento o la pérdida de velocidad esperada en las demás grandes economías avanzadas y del mundo en desarrollo, incluidas India y China. Está muy lejos de duplicar la tasa de crecimiento, como prometió Trump, pero resulta de sus anuncios de baja de impuestos; desmantelamiento de regulaciones a las finanzas y las industrias, en especial las extractivas; aumento del gasto de inversión en infraestructura y defensa, y disposición a echar mano de medidas directas de proteccionismo y control de la inversión y el comercio, mediante la revisión de los acuerdos y prácticas comerciales en función del interés de corto plazo de los empresarios estadunidenses. El FMI no habla, desde luego, de un auge traído por la Trumponomía, pero insiste en que, si se aplican bien las orientaciones de política esbozadas, podrían tenerse resultados positivos para EU y el conjunto de la economía mundial. En otras palabras, el FMI extiende el más amplio beneficio de la duda a las intenciones de política económica de Trump: serán benéficas en tanto no suceda lo contrario.

Un ejemplo se encuentra en el examen de los diversos anuncios relativos a acuerdos comerciales multilaterales, que EU se propone renegociar o abandonar. “En Estados Unidos –dice el documento del FMI–, las autoridades han hecho pública su intención de revisar los acuerdos comerciales existentes. La ejecución correcta y de común acuerdo de estas iniciativas podría beneficiar a todos sus signatarios; en cambio, un incremento de los aranceles o de otros obstáculos al comercio sería perjudicial tanto para la economía estadunidense como para sus socios comerciales, sobre todo si se producen represalias”. ¿Cuál es la probabilidad, cabe preguntarse, de una negociación mutuamente benéfica?

Déjense de lado los repetidos exabruptos de Trump e integrantes de su gabinete, que etiquetaron a China como contumaz manipulador cambiario y calificaron al Nafta como el peor acuerdo comercial de la historia. Atiéndase, en cambio, a la evidencia política e institucional acumulada.

Por ejemplo, la orden ejecutiva de 29 de abril, sobre violaciones y abusos de acuerdos comerciales, establece como política de EU que sus acuerdos internacionales de comercio e inversión y sus relaciones comerciales beneficien a los trabajadores y empresarios agrícolas y manufactureros estadunidenses, así como renegociar o denunciar cualquier acuerdo que en balance, lastime a la economía, las empresas, los derechos de propiedad intelectual y la innovación o al pueblo estadunidenses. El mismo ucase ordena al secretario de Comercio, al representante de comercio y, en general, a los directores de departamentos y agencias del Ejecutivo, a contrarrestar las violaciones y abusos de esos acuerdos.

Con acciones de este corte se ha configurado un ambiente en extremo negativo para cualquier renegociación de acuerdos o prácticas comerciales que no responda a un interés inmediato del gobierno o no se ciña a los lineamientos y cauces dictados por Estados Unidos. Por cierto, el entendimiento provisional con China, anunciado el 11 de mayo, se ajusta a ambos criterios: por una parte, satisface demandas estadunidenses, tanto de exportadores agropecuarios y de hidrocarburos –al anunciar la reanudación de las ventas de carne vacuna y la autorización de las de gas natural licuado al mercado chino, contrapesada por la entrada a EU de carne de pollo cocida de China– como del sector de banca y finanzas, con la apertura a inversionistas y agencias foráneos de un mayor número de servicios financieros en China, incluyendo el uso de tarjetas de crédito y la calificación de riesgo. Por otra, obedece también al interés de EU de que China asuma la responsabilidad de asegurar que la RPDC, Norcorea, abandone el armamentismo nuclear. Se ha señalado que este particular toma y daca negociador –que el enfoque que Trump conoce bien y en el que siempre triunfa– resultó favorable a China, que sin realizar concesiones importantes, redujo la escala de la controversia y conjuró el riesgo de una guerra comercial bilateral. Sin embargo, más allá de este caso específico, este enfoque negociador desdeña las consideraciones de largo plazo y se centra en la ganancia inmediata y perceptible. No ofrece los mejores auspicios para la negociación ilustrada y de mutuo beneficio de largo plazo que el FMI parece suponer será la conducta estándar de la administración de Trump.