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La ecología política conquista Latinoamérica
E

n estos tiempos de emergencia planetaria y de máxima explotación social, el trabajo intelectual para tener sentido debe cumplir dos requisitos. Uno es epistemológico, el otro es político. El primero se refiere a dejar de estudiar la realidad de manera fraccionada, obedeciendo a las parcelas de conocimiento que dominan en la investigación especializada y monodisciplinaria. Hoy se debe abordar la compleja realidad del mundo desde ópticas integradoras u holísticas y eso supone la confluencia y colaboración de los científicos sociales con los naturales, el rompimiento de las capillas de las disciplinas y el quiebre de los sectarismos profesionales. El trabajo colectivo y articulado de los investigadores es necesario para que fluya la verdadera orquestación de los saberes. El segundo es político, y por ende cultural y ético. O los investigadores e intelectuales trabajan para mantener y apuntalar el orden actual, que nos lleva a todos hacia un colapso (tecnociencia al servicio del capital corporativo), o realizan una ciencia con conciencia social y ecológica, una ciencia ciudadana. Una ciencia para la liberación y emancipación. La ecología política opera como nueva área del conocimiento que cubre ambas demandas. Por ello se ha ido convirtiendo en un poderoso instrumento de análisis, que ha terminado por conquistar a innumerables pensadores y corrientes de vanguardia de la América Latina, continente en plena ebullición tanto en la dimensión de las ideas como de las praxis políticas.

Su recorrido no es tan reciente. Al menos debemos ha­blar de unas cuatro décadas dedicadas a la construcción de esta nueva área de conocimiento. Aquí debe señalarse la contribución de buen número de autores, así como la realización de eventos, coloquios, seminarios y congresos, y la creación de colectivos de escala regional. Entre los impulsores de este nuevo campo podemos citar a E. Leff, S. Zermeño y Gian Carlo Delgado en México; a A. Escobar, A. A. Maya y J. Carrizosa en Colombia; a H. Alimonda, W. Pengue y H. Sejenovich en Argentina; E. Gudynas en Uruguay; G. Gallopin y A. Elizondo en Chile, y C. Cavalcanti y C.W. Porto-Gonzalvez en Brasil. De especial importancia ha sido el impulso que desde el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) se ha dado a esta corriente, encabezado por Héctor Alimonda, recientemente fallecido, y cuya visión y esfuerzo lo sitúan como el indiscutible promotor de una ecología política latinoamericana. Entre los eventos que son dignos de citarse por su impacto y repercusiones están el Congreso Latinoamericano de Ecología Política, celebrado en Santiago de Chile en 2014, y el primer Congreso Latinoamericano de Conflictos Ambientales organizado por la Universidad Nacional General Sarmiento en Argentina, donde se presentaron cerca de 600 trabajos y se hizo un recuento del pensamiento ambiental del Sur, que es el nombre del libro con las conferencias magistrales del acto (en prensa). La última evidencia de este acto de seducción regional ha sido el Seminario Latinoamericano organizado hace unos días en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), que reunió a investigadores de todos los campos del conocimiento (desde biólogos, agrónomos y geógrafos hasta educadores, sociólogos, politólogos y antropólogos ) y a dirigentes, militantes y actores políticos de Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y varias regiones de México.

La ecología política en la región se ha ido ensanchando y consolidando en la medida en que las luchas políticas relacionadas con la naturaleza han ido cambiando su epicentro: de las áreas urbanas e industriales hacia las regiones rurales y agrarias. Esto ha permitido la transición desde un ambientalismo urbano, clasemediero, eurocéntrico y un tanto ingenuo, a una verdadera ecología política ligada y comprometida con lo que J. Martinez-Álier llamó el ambientalismo de los pobres (véase mi olvidado ensayo sobre el tema en Nexos, 69, 1983). Ello ha sido acentuado con el retorno y la expansión del extractivismo a lo largo y ancho de la región: minería, petróleo y gas, biodiversidad, recursos forestales e hidráulicos, expansión carretera y aun proyectos eólicos, solares y megaturísticos. Por ello la ecología política latinoamericana está básicamente centrada en las luchas que los pueblos rurales llevan a cabo en la defensa de su territorios, sus culturas y sus equilibrios regionales. Aquí no debe olvidarse que en Latinoamérica viven unos 65 millones de campesinos, la mayoría pertenecientes a pueblos indígenas que hablan mil 26 lenguas, además de una nutrida población afrodescendiente con una presencia notable en Venezuela, Colombia y Ecuador, y de un mosaico de pueblos tradicionales en Brasil. Tampoco puede obviarse el hecho de que la población indígena de la región crece a tasas mucho mayores que la de los mestizos, y que estas comunidades tradicionales detentan gigantescos territorios como es el caso de Brasil, Perú, Colombia y México.

En lo general la ecología política ha desatado amplios debates e innumerables reflexiones en torno al destino de la región, ha desechado y sepultado el mito del desarrollo y el crecimiento, ha tomado contacto con las propuestas andinas y mesoamericanas del buen vivir o la comunalidad, ha inducido en cierta forma la aparición de la Encíclica Verde (a través de las ideas ecoteológicas de Leonardo Boff), y ha cuestionado tanto las políticas públicas neoliberales como las de los llamados gobiernos progresistas. En esto último han sido notables las contradicciones con los gobiernos de Brasil, Ecuador, Bolivia y Venezuela (que favorecieron los grandes proyectos mineros, hidráulicos, de maíz y soya transgénicos, carne, petróleo y gas), y su apoyo decidido a las resistencias locales y regionales ante el avasallamiento de las grandes corporaciones favorecidas por los gobiernos. Finalmente debe señalarse que en el supremo debate sobre el devenir del mundo y del planeta, la ecología política al nutrirse de las cruentas luchas que se realizan en el laboratorio latinoamericano, están aportando importantes novedades ante lo que cada vez más será un campo de batalla entre proyectos de muerte y proyectos de vida. Entre colapso y supervivencia.

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