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A mis paisanos del Edomex
E

ste artículo lo dedico a mis paisanos del estado de México, lo cual no implica que otros lectores no puedan leerlo y juzgarlo. De pronto ustedes no me reconocerán como tal. Y con razón. El éxodo de mi familia –era normal que me implicara– tuvo lugar un par de años después del triunfo de los aliados contra el Eje. No radico desde entonces ni me he desenvuelto en mi patria chica. Pero siempre la recuerdo con afecto. En Texcoco tuve mi primer amor (en realidad dos en uno: la hermana Verónica y la hermana Florencia, que me rindieron a mimos mientras cursaba el primer año de primaria en el Instituto Hidalgo) y mi primer pelea (fue con Linito Espinosa y por inducción de los grandes). Fue también mi primer galope con final en charco de ranas y también mi primera película (Las calaveras del terror) y mi primer obra de teatro (Don Juan Tenorio de Zorrilla), ambas en el cine de don Chuchito Mayer.

Paso ahora a contarles a ustedes una anécdota.

En alguna ocasión, el entonces rector de mi ahora universidad –la Autónoma de Nuevo León– me pidió que lo representara para inaugurar en su nombre el Congreso Internacional sobre el Aprovechamiento del Nopal y el Maguey. A los participantes les expliqué el porqué de mi representación: mi área de trabajo se halla un tanto distante del contenido de su congreso; pero el señor rector sabía que yo soy de Texcoco, y que a los niños allá les dan a beber aguamiel para que crezcan sanos y vigorosos. La única prueba científica que tenía a la mano no era otra que yo mismo, y así se los mostré. Me pareció que quienes sintonizaron mejor con mi explicación fueron los chapingueros.

Es frecuente que en Monterrey y su extendido perímetro se mire más hacia el norte que hacia el centro y sur del país. Pero hay dos excepciones cuya obra excede con mucho a las ausencias: el escritor Alfonso Reyes y el artista plástico Federico Cantú. Ambos eran de Monterrey.

Dotado de una gran sensibilidad y brillante como el sol de su tierra, Reyes escribió Visión de Anáhuac. En sus líneas puede verse hasta dónde el helenista supo establecer vasos comunicantes con la cultura prehispánica y adentrarse en esa visión; tanto, que llegó a percibir, como si la paladeara, la lengua de nuestros ancestros americanos: “La charla –dice Reyes– es una canturía gustosa. Esas xés, esas tlés, esas chés que tanto nos alarman escritas, escurren de los labios del indio con una suavidad de aguamiel.” Dichas en público, es probable que estas palabras le hubieran ganado el calificativo de pro naco por alguna de las estultas criaturas de nuestra clase política y un gesto de desaprobación de los productores de cerveza.

Entre sus obras de tema prehispánico, que no son pocas si tan sólo se considera las que dejó esculpidas en varias unidades del Instituto del Seguro Social, Federico Cantú realizó un portentoso friso cóncavo en la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Lo tituló Nezahualcóyotl y el agua. En el centro del altorrelieve se halla nuestro héroe cultural: el gobernante sin precedente ni sucesores, que supo combinar sabiamente el arte de gobernar (grandes fueron las obras de ingeniería hidráulica que hizo construir) con el ejercicio filosófico y una delicada poesía.

Tengo la impresión, desde que surgió en el horizonte político del Estado de México, la figura de Delfina Gómez, la candidata de Morena a su gobierno, que acaso su victoria nos haga atinar, por una vez, en elegir a alguien cercana a las realidades que inspiraron la obra de Alfonso Reyes y Federico Cantú. No hay otro candidato que sea percibido por la mayoría como a ella se la percibe: fresca, terrenal, al margen de ese mundo siniestro dominado por una casta voraz, insaciable, soberbia, viscosa y vinculada a los intereses más antipopulares, no sólo del Edomex. Sus adversarios no saben qué hacer para evitar que gane la elección.

No dudo que haya mexiquenses dispuestos a hacer cualquier cosa para que los mismos de siempre se mantengan en el poder, y no por otros medios que con nuestro dinero, ahora en sus manos y en las de sus socios y patrocinadores. Es el dinero con el que compran elecciones, candidatos, partidos enteros con todo y pactos lesivos para la nación y para el soberano colectivo que somos nosotros, lo cual ellos soslayan y –lo peor– a nosotros de repente se nos olvida. Dinero y más dinero con el que también compran funcionarios electorales, electores, escribas, locutores, directivos de medios de comunicación, mercadólogos, estadígrafos, sondeadores de opinión, líderes sindicales, eclesiásticos, empresariales, y una larga fila de expertos y aficionados en mentir y simular.

No siempre se impone la trampa con cara de espot decente. Y ese es el propósito de este artículo. Pedirles a ustedes que no se dejen vencer por los mismos que nos despojan, roban, engañan, resquebrajan las instituciones de cuya salud social, financiera, política y cultural depende nuestra existencia.

Hay que decirles basta a los miembros fútiles de la casta mexiquense votando diferente y por quien mantiene la mayor popularidad electoral en el Edomex. No estoy inscrito en el padrón del estado donde ustedes viven. Si lo estuviera no tendría la menor duda: votaría por Delfina. A sabiendas de que con ella no se va a producir una revolución social ni mucho menos. Pero es mi convicción, sí, de que el suyo sería el primer gobierno moralmente aceptable que tendrían ustedes, mis paisanos, y sobre el cual podrían influir con mayor eficacia.