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Doctor Melifluo
A

sí se conocía a San Bernardo (boca de miel) por la dulzura y fuerza de su discurso; tenía tal poder de convencimiento que cuando se fue de monje cirsterciense en el siglo XII, convenció a cuatro de sus hermanos que ingresaran con él. Ahí no quedó la cosa, al poco tiempo lo siguieron el padre viudo, el hermano menor y el cuñado. A la hermana no le quedó más remedio que irse de monja.

Fue un personaje de gran poder e influencia en la Iglesia católica del medioevo. Durante su vida fundó 68 conventos y apoyó la creación de las órdenes militares que participaban en las Cruzadas a Tierra Santa para combatir el Islam. Fue el creador de los estatutos de los Templarios.

Hoy se le conmemora y seguramente habrá algún festejo especial en el lindo templo que tiene dedicado en la avenida 20 de Noviembre esquina con Venustiano Carranza. En alguna ocasión comentamos que estuvo a punto de desaparecer cuando se abrió la vía en los años 30 del siglo XX.

Afortunadamente se decidió salvarlo por lo que se desmanteló la fachada que daba a esa vía, piedra por piedra y se recolocó magistralmente, ya que no se distingue ninguna alteración. Antiguamente las dos fachadas constituían una misma que daba a la llamada calle de la Perla.

La construyó en el siglo XVII el arquitecto Juan Zepeda en el estilo barroco, de moda en la época, con los materiales característicos: tezontle color vino y cantera chiluca en las portadas y ornamentaciones. Sobresalen unas primorosas columnas estriadas y la decoración vegetal. No se quedan atrás las imágenes de San Bernardo y de la Virgen de Guadalupe que resguardan sendos nichos. Ambas en tamaño natural, finamente esculpidas en alabastro dorado.

Era parte de un convento de monjas concepcionistas, que fue destruido a consecuencia de las leyes de desamortización de los bienes religiosos. Las crónicas cuentan que las monjas de San Bernardo tenían fama por su buena cocina, en la que sobresalían los dulces, biscochos y tostadas para enfermos.

El interior del templo perdió todas las bellezas barrocas que lo adornaban, sólo conserva un bello púlpito del siglo XIX. En estilo neoclásico presume en el altar principal, semicircular, columnas estriadas, recubiertas de fulgurante oro. Aquí se venera a San Expedito, el patrono de las causas urgentes. El recinto está muy bien cuidado por sus custodios, los padres agustinos.

Vamos a recordar la historia del convento que en alguna ocasión platicamos: las fundadoras fueron tres hermanas de un opulento caballero que funcionó como patrono y dos religiosas de Regina Coelli. La primera piedra se puso el 24 de junio de 1624. A la muerte del benefactor, consiguieron la ayuda del noble cantabro José de Retes Largache Salazar, quien rehizo toda la construcción, con la tremenda cantidad de 80 mil pesos, que era un quinto de su caudal.

No se quedó ahí ya que además decidió ampliar la iglesia, para lo que adquirió y demolió la casa contigua. Para mala fortuna de las monjas bernardas, el cantabro murió antes de que se concluyera la obra; los hijos se conmovieron y dieron otros 60 mil pesos, con lo que se terminaron por completo el nuevo convento y el templo el 18 de junio de 1697. Se dedicó unos días después con grandes fiestas. Por cierto que la dedicación se repitió en 1777, debido a reparaciones que padeció.

A unas cuadras hay una linda plaza en donde se encuentra el restaurante La Rinconada, por el nombre de la callecita que se llama Rinconada de Jesús. En el número 13 se encuentra una preciosa casa de la cual se dice que su planta baja es del siglo XVI, cosa poco común. Las otras dos plantas son del XVII y tienen lindos balcones con vista a la plaza. Ofrecen sabrosa comida mexicana. Como cortesía al sentarse le sirven unos sopecitos para acompañar el aperitivo. Si es jueves puede pedir las famosas pacholas, que son bisteces de carne molida hechos en metate. De primer plato la sopa de tortilla o la de ajo con huevo son muy recomendables, y de segundo, el mole o un huachinango en salsa verde con nopales.