Opinión
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Verano del 67
E

n 1967 la primera juventud mundial de la historia descubrió de sopetón que podía ir a donde fuera y escuchar en su cuarto la música de las esferas. La imaginación extendió por el mundo una excitante neblina morada y en cada molécula del universo habitaba la inspiración. Al año siguiente la imaginación estaría reclamando el poder en las calles de París, Praga y México. En Vietnam ocurría una guerra que los jóvenes del mundo consideraron atroz y les proporcionó un lenguaje común. Mientras, en algún lugar de América Latina, Gabriel García Márquez concluía Cien años de soledad y la publicaba el 5 de junio. Fue como si la literatura hubiese despertado y retornara al origen. Todo era nuevo, y era Macondo, cuando Aureliano Buendía conoció el hielo por primera vez y para siempre. Cuatro días antes, el primero de junio, unos Beatles que ya todo el mundo adoraba lanzaron algo que no tenía nada que ver con lo conocido, carecía de antecedentes. Y la música tuvo su primer día de la Creación. Era mediados de año cuando Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band enseñó a la banda no sólo a tocar, sino a dejar de esconderse detrás de una pared de ilusión y tomar la Tierra por asalto. Beatles, Rolling Stones (ese año sería el de Ruby Tuesday y sus Satánicas Majestades), Doors, Cream, Procol Harum y muchos más heredaron de Bob Dylan la oportunidad de la poesía, una enseñanza inmediata de lo que Dylan realizara los dos años previos con Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, que todavía hoy se consideran lo mejor de su obra inabarcable (como obra unitaria, estos tres discos son uno de los brotes más intensos del modernismo en el siglo XX americano, según el historiador Greil Marcus). Y típico de Dylan, justo cuando la fiesta reventaba en colores, sonidos y sentidos, él desapareció.

México descubre su propia poesía en un libro que demostraba lo bien que se venía cantando en la que quedará como la Edad de Oro de la escritura nacional. Poesía en movimiento, antología que como material de lectura sigue insuperada, se publica en noviembre de 1966 y gracias al ingenio cosmopolita de Octavio Paz nuestra poesía se pudo leer como de juego, guiada por el I Ching, la idea eliotiana de que en mi principio está mi fin (y viceversa), la certidumbre de que todo se podía cantar sabiéndolo acomodar, de que el idioma estaba a nuestra ilimitada disposición. Aquí también llegó la Era de Acuario.

Greil Marcus, especialista en Dylan y el periodo, escribe que 1967 fue un año con tal gravedad que, se sentía entonces, era como un vacío succionándolo todo para sí, sin tolerar nada fuera de su propio marco de referencia temporal (Invisible Republic, 1997, libro dedicado al Dylan de aquel año).

La juventud tomaba la palabra. De inmediato, claro, devino nuevo y jugoso nicho de manipulación y consumo (y hasta la fecha), pero antes se reveló como motor de La Revolución. Inspirados por los Beatles, muchos quisimos irnos de casa con She’s Leaving Home, la pieza más costumbrista del Sargento Pimienta. La alucinación era un estado normal. En las costas de California se desata el Verano del Amor, epidemia de felicidad, amor y LSD que se extenderá por el mundo, y Jim Morrison convoca a irrumpir al otro lado de las puertas de la percepción. Sólo Dylan, adelantándose otra vez, fue a esconderse en Woodstock antes de Woodstock con The Band. Se ha dicho que aquello fue un laboratorio de música folclórica. Robbie Robertson corrige: fue una conspiración. Así, mientras Dylan conspiraba con La Banda y componía la colección de canciones populares más rica y abundante (decenas de ellas) en la historia de la música (no sabíamos si las recordaba o las había inventado la noche anterior, recordaría Robertson, su cómplice principal para lo que hoy se conoce como The Basement Tapes), tan antiguas y contemporáneas que durarán más que el rock, que ya duró. Música hecha para matar el tiempo, acabó por disolverlo (Marcus).

De hecho, todos conspiraban; la mayoría en público. En 1967 los Beatles, con su álbum y sus fantasías, inauguran la simultaneidad global. El Milenio adelantado, Apocalipsis en campos de flores bajo cielos de mermelada. En 1968 los sueños se lanzaron a las calles y fueron aplastados. La revuelta negra de Detroit en 1967 y su brutal represión prefiguran los tanques en Praga y Tlatelolco, cuando el mundo volvió a la normalidad. Jefferson Airplane se atrevería a cantar que sixty seven was heaven en el reino de Nunca Jamás. Para un servidor, entonces de 14, fue el comienzo del resto de mi vida y sigo siendo el que fui. When I’m sixty four.