Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de junio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A desencallar la nave
L

a opereta que ofrecieron los Moreira de Coahuila suena a mala comedia pero huele a deterioro, como en Dinamarca. La reacción frente a tanta tropelía ha sido genuinamente ciudadana, aunque articulada por quienes se piensan ganadores, el PAN y su candidato.

La presencia valiente y digna de políticos como Javier Guerrero, candidato independiente, y Carlos Rojas, su coordinador de campaña, permite imaginar un panorama político alentador pero lastrado por nostalgias que muchos pensábamos haber superado.

Cómo se va a reparar tamaño enredo no tenemos idea alguna y, lo peor es que los cauces institucionales disponibles, en especial los tribunales, no conmueven a ninguno de los movilizados, menos a los atrincherados y supuestos ganadores. En medio, pero a la vez rodeando las tres pistas de este lamentable circo está la desconfianza de muchos que, aunada a la falta de respeto de otros, amenaza cualquier autoridad civil y política.

Si, como decía el presidente López Mateos, los caciques duran hasta que los pueblos quieren, cómo salir del túnel de descontento y distanciamiento cívicos que, de no entenderse y atenderse, pueden volverse reclamo ciudadano airado y sin desembocaduras aceptables para los involucrados.

Se nos ha dicho que la ruta de una reforma que relaje las tensiones de este peculiar bipartidismo de tres, mediante la adopción de la segunda vuelta en la elección presidencial y la reglamentación de un gobierno de coalición que ofrezca gobernabilidad, legalmente no es transitable.

De hecho, algunos dignatarios priístas ya han rechazado la opción porque, sin decirlo, pretenden ganar solos; si acaso, piensan ir del brazo de la fauna de acompañamiento que les dio la victoria en el estado de México.

El descontento en las democracias nada entre dos aguas y transita sin avisar al desagrado con las democracias, en simulacros contra el orden establecido por la propia democracia. Así ha ocurrido y puede seguir ocurriendo en Estados Unidos y pudo haber pasado en el Reino Unido, temporalmente impedido por la reacción juvenil y la enjundia de Jeremy Corbin quien, con su partido, resucitó del panteón donde los ridículos y arrogantes conservadores lo habían llorado.

Pero como en Francia y Holanda, no se diga en Hungría y Polonia, el velociraptor sigue ahí, engañando y cultivando con desenfado las pos verdades y la realidad pos factual, alimentando fantasías distópicas, descaradamente antidemocráticas, cada vez más protofascistas o protiránicas, como Trump se encarga de avisarnos una y otra vez.

Agudizar las contradicciones en el seno del pueblo y fuera de él, hasta la cúspide conformada por los aparatos dirigentes de los partidos, las cúpulas del capital y la alta burocracia enquistada en los mandos del gobierno federal, no es solución alguna para el descontento.

El disgusto ciudadano reclama un mínimo acuerdo de civilidad política. Conservar lo que tenemos de orden político democrático y atender una cuestión social marcada por una desigualdad que no respeta formas ni se conmueve por los lamentos de los afectados electorales.

La lentitud con que se abordó la crucial tarea de desmontar el esquema autoritario, no es sólo responsabilidad de los enfeudamientos del corporativismo autoritario; por supuesto que éste actuó en su defensa, pero fueron los otros actores del drama transicional los que optaron por vías engañosas, como la transición votada, en vez de los pactos que deberían habernos llevado a la reforma del poder y su ejercicio. Condición para una genuina reforma del Estado, para volverlo funcional y productivo en el nuevo formato de pluralidad política y liberalismo creciente.

Buscar el vaciamiento de lo que queda del Congreso, arrinconar al Instituto Nacional Electoral y los otros entes de la administración electoral, no resultará en mayor limpieza comicial; más bien, acentuará la soledad del sistema político y engrosará la enajenación ciudadana respecto de la práctica de la política y de sus órganos.

El mejor de los escenarios, no tanto para echar al PRI de Los Pinos sino para entronizar a los muchos Arturos Ui, de cuyo ascenso nos contó Bertolt Brecht, no tiene por qué ser inevitable. Los rastreadores del arca perdida deberían aprestarse a calafatear y remendar la muy defectuosa nave de la democracia.

Por lo pronto no hay más de qué agarrarnos.