Opinión
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México SA

TLCAN: ¿tontería?

República maquiladora

Margarita: percepción

P

ara el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, sería extraordinariamente tonto que la administración de Donald Trump abandonara o pusiera en peligro el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), porque la integración entre los tres países ya forma una interdependencia, de tal suerte que el salvaje de la Casa Blanca debe fortalecer esa unión.

Bien, esa es la recomendación del galardonado para su propio gobierno, pero, ¿y México? ¿Realmente nuestro país (como tal, no desde la óptica, los intereses y la chequera del grupúsculo político-empresarial que se ha beneficiado con ese mecanismo) ha resultado favorecido económica y socialmente con el TLCAN? Vamos, ¿este acuerdo ha procurado y/o impulsado el desarrollo nacional?

Stiglitz no llegó tan lejos. Dejó pasar este último aspecto, y ni lejanamente se refirió al balance mexicano de poco más de dos décadas de tratado comercial, en el que destacan elementos como la República maquiladora en la que se ha convertido el país, la híper concentración en unas cuantas empresas (la mayoría no nacionales) de las llamadas exportaciones (se importa masivamente para poder enviar el producto terminado al exterior), la creciente adquisición de alimentos en mercado del norte, la enorme dependencia del mercado estadunidense, la precarización del empleo como sinónimo de competitividad y el sometimiento gubernamental a las directrices de Washington (allí está el caso más reciente: Cancún), bajo el apotegma de pégame, pero no me dejes.

Como se ha comentado en este espacio, la Cepal documentó que para el caso mexicano el TLCAN ha estimulado la de por sí sólida concentración, porque en el caso del comercio exterior nacional a estas alturas alrededor de 340 empresas (la mayoría extranjeras; 12 años atrás sumaban 601) acaparan más de 73 por ciento de las exportaciones mexicanas (requieren importar buena parte de los contenidos –tres cuartas partes, por lo menos– para poder terminar el producto y así colocarlo en el mercado internacional, en detrimento de la cada día más pequeña y desvencijada industria autóctona).

Y de lo bien que le ha ido a los exportadores mexicanos da cuenta el inventario de los principales consorcios ampliamente beneficiados por el TLCAN (sin olvidar la generosidad del gobierno mexicano en materia fiscal, de infraestructura, etcétera, etcétera): General Motors, Daimler Chrysler, Ford Motor Company, Volkswagen, Nissan, Toyota, Sony, Samsung, Hewlett Packard y otras trasnacionales que aparecen como las grandes exportadoras que operan en el país, mientras la economía nacional a duras penas crece 2 por ciento como promedio anual, el bienestar de la mayoría de los mexicanos se mantiene en picada y a manos llenas se expulsa mano de obra.

Entonces, serán los gringos quienes decidan si sería una tontería o no abandonar el citado mecanismo trilateral, pero para México (el gran problema son los negociadores, fundamentalistas y agachados) puede ser una gran oportunidad para diversificar mercados, repartir los huevos en varias canastas, reactivar su planta industrial, vigorizar el campo nacional para que vuelva a producir lo que aquí se come (sólo en el caso del maíz la importación se ha incrementado casi 19 mil por ciento entre 1994 y 2016), y, en fin, convertirse en una verdadera potencia exportadora y no, como hasta ahora, en una abaratada República maquiladora. Y no se trata de desaprovechar ni rechazar la globalización, la apertura de mercados y conexos, sino de obtener beneficios reales para la nación toda.

En este sentido, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC) realizó un ejercicio por demás interesante e ilustrativo (Manufacturas en México: ¿y el valor agregado?), del que se toman los siguientes pasajes:

El fundamentalismo no debe ser un componente de la política económica, particularmente en materia de comercio exterior y de política industrial. Durante los pasados 50 años, a nivel global, la ortodoxia económica no ha generado un país desarrollado. La región más productiva y competitiva del mundo, Así del este, es la mejor muestra de que la fórmula del éxito reside en modelos heterodoxos, basados en la realidad de cada nación.

En los pasados 30 años las naciones en desarrollo que aplicaron recomendaciones de política económica ortodoxa son los que menos han crecido, y México no es la excepción. Nuestro país apostó todo a la apertura económica sin fortalecer su base productiva, una estrategia que, además, no ha incidido favorablemente en incrementar su participación en el mercado global: en 1990 México tenía 1.2 por ciento de las exportaciones globales; hoy su participación apenas excede 2 por ciento. En el mismo periodo, China, una economía de Estado capitalista, elevó su participación de 2.1 a 13 por ciento.

Aun sin considerar el clásico ejemplo de China, entre 1990 y 2015 la tasa de crecimiento del valor agregado en las manufacturas de Vietnam aumentó a una tasa promedio anual de 10 por ciento, mientras la de México fue de 2.5. Ello, a pesar de que abrió su economía y se convirtió en una nación exportadora. ¿Cómo puede explicarse la paradoja de exportar más sin que eso se encuentre respaldado por mayor valor agregado? Muy simple: se denomina maquila, exportar importaciones.

También están los casos –muy por arriba de México– de Corea del Sur, Singapur, Indonesia y aún Rusia, con todo y el colapso histórico de la Unión Soviética. Todas participan del comercio exterior, pero no lo hacen bajo una política de fundamentalismo económico.

México debe reconsiderar el camino: la historia ya permite demostrar que su modelo económico de apertura no es eficaz. En 1991 China tenía 2.6 por ciento del valor agregado de la manufactura global; México, 1.3 por ciento. Para 2015 el país asiático concentró 24 por ciento y México, 1.8. El mensaje es claro: vender más al exterior no se traduce en crecimiento económico cuando se hace con una base maquiladora y en función de la ruptura de las cadenas productivas.

Las rebanadas del pastel

Dice Margarita Zavala que un comando armado asaltó a su equipo de campaña en una carretera sinaloense. Pero de inmediato salió el tal Jelipe a desmentirla: ¡falso!; sólo fue la percepción de mi esposa sobre la inexistente violencia en el país. Cuando menos esa fue la tesis que él defendió durante su paso por Los Pinos… Por cierto, la residencia oficial reivindica su levedad: ¿se siente espiado?; pase a la ventanilla 14.

Twitter: @cafevega