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Lutero: ¿revolucionario por accidente?
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in buscarlo desató una tormenta de torrenciales dimensiones. El entonces monje agustino solamente buscaba incentivar debates en torno a la para él pecaminosa venta de indulgencias. La reacción popular de lo que escribió en latín, las 95 tesis contra las indulgencias, al ser traducidas éstas al germano, lo tomó por sorpresa y convirtió en un personaje súbitamente ascendente.

Faltan poco menos de cuatro meses para el 31 de octubre, mismo día pero de 1517 en que Martín Lutero clavó en la capilla del Castillo de Wittenberg las 95 tesis. Los 500 años del acontecimiento han estimulado la organización de coloquios, cátedras especiales, festivales, ediciones de libros y conferencias en distintos países. En México son varias las instituciones académicas que están organizando foros de análisis sobre el significado y desarrollo del movimiento iniciado por Lutero, el protestantismo.

En un principio el profesor de Biblia de la Universidad de Wittenberg puso en tela de juicio algunas enseñanzas de la Iglesia católica romana. Basado en lo que descubrió al estudiar detenidamente la Biblia, particularmente la Carta a los Romanos, Lutero concluyó que por siglos la institución eclesiástica había mal enseñado sobre cómo tener salvación y recibir perdón de Dios. Aunque ya conocía los escritos bíblicos traducidos en la Vulgata Latina, la edición del Nuevo Testamento en griego (lengua original de la obra) hecha por Erasmo de Roterdam en 1516, ahondó los descubrimientos de Lutero y entonces decidió hacer pública su postura sobre los errores doctrinales hallados.

La en apariencia inocencia de Lutero al convocar a debatir la que él consideraba escandalosa forma de comercializar la fe del pueblo, mediante la venta de indulgencias, puso en jaque al sistema teológico y eclesial católico romano. Su disidencia paulatinamente alcanzó otros terrenos impensados al nada más llamar a un debate dentro de la comunidad académica y sacerdotal de Wittenberg, la crítica teológica se convirtió en política y cultural.

Martín Lutero quiso compartir lo que consideraba su liberación espiritual cuando al releer incansablemente el primer capítulo de la Carta a los Romanos su comprensión del pasaje tuvo un giro. La experiencia la resumió varios años después, en 1546 al escribir el prólogo a sus obras completas editadas en latín: “Me sentí enton­ces un hombre renacido y vi que se me habían franqueado las compuertas del pa­raíso. La Escritura entera se me apareció con cara nueva. […] Así, este pasaje de Pablo en realidad fue mi puerta del cielo”. En este sentido es aguda la observación de Alec Ryrie: “él y los protestantes que le sucedieron no estaban tratando de modernizar al mundo, sino de salvarlo. En tal proceso cambiaron profundamente cómo pensamos sobre nosotros mismos, nuestra sociedad y nuestra relación con Dios ( Protestants, the Faith that Made the Modern World, Viking, Nueva York, 2017, p. 2).

La batalla personal de Lutero fue creciendo por varios factores. Uno tuvo mucho qué ver con la respuesta de las autoridades eclesiásticas católicas. La de Wittenberg no era una de las grandes universidades del siglo XVI en Europa. La fundó Federico el Sabio en 1502, y carecía de prestigio en el conjunto educativo superior europeo. Que un profesor de una pequeña universidad alemana hubiera tenido la osadía de retar al poderoso entramado católico romano, fue visto en la sede pontificia como exabrupto al que con celeridad se le pondría remedio. No fue así. Creció aceleradamente y alcanzó un punto sin regreso en la Dieta de Worms, a la que llegó con el salvoconducto de Federico el Sabio y aclamado por los habitantes que salían al paso para darle palabras de respaldo y ánimo. En abril de 1521, ante el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico junto con representantes del papa León X, no se retractó de sus enseñanzas Martín Lutero, sino que las refrendó y reconoció ser autor de libros en los que desconocía la autoridad papal.

Lutero tuvo en su favor un avance tecnológico que hizo posible la difusión de sus propuestas por toda Europa, incluso en la muy católica España: la reproducción masiva de lo que escribía. Gracias a la imprenta de tipos movibles los talleres produjeron por miles los folletos y libros de Lutero. En 1522 se publicó el Nuevo Testamento traducido al germano por Lutero, y en 1534 la Biblia. Él anhelaba que la gente leyera la Biblia y la gente la leyó, quienes no sabían leer tuvieron un incentivo para aprender y en tanto escuchaban a los lectores que visitaban pueblos y aldeas para leerla en voz alta. Pero, además de la Biblia, en distintos sectores de la sociedad leyeron otras propuestas más radicales que las de Lutero, y el ejercicio llevó a diversas posiciones no nada más religiosas, sino también políticas y económicas.

En el tiempo de fijar las 95 tesis Lutero tenía claro lo que no deseaba se enseñara y practicara en la Iglesia, y buscaba que se regresara a la sencillez del Evangelio. Más allá de esto carecía de un programa para el cambio y creación de una nueva institucionalidad. En el camino de su disputa con Roma se fueron abriendo horizontes inesperados, los que le llevaron a la ruptura teniendo detrás de sí apoyos y simpatías que posibilitaron que no solamente sobreviviera a las maniobras de los papas que confrontó (León X, Adriano VI, Clemente VII y Paulo III), sino que fuera el artífice para desencadenar cambios y la construcción de un abanico religioso y cultural conocido como protestantismo.

Lutero no fue revolucionario a priori, fueron los cambios que propició los que le infundieron de manera creciente un carácter revolucionario a la lid que emprendió.