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¡Detente, instante. Eres tan bello!
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Roger Waters el 27 de abril de 2012 en el Foro Sol; a la derecha y en la parte inferior, en el Zócalo de la Ciudad de México, el primero de octubre de 2016, durante un concierto gratuitoFoto Jam Media
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de julio de 2017, p. a16

En los estantes de novedades discográficas esplende una obra maestra:

is
this
the life
we
really
want?

Ese es el título del nuevo disco de Roger Waters, quien así rompe un silencio de un cuarto de siglo desde Amused to death, de 1992.

Maestro del arte del tiempo, don Rogelio Aguas rencauza el cauce, retoma el flujo, rencamina el rumbo, que nunca ha dejado de latir.

Tenemos frente a nosotros el típico trabajo artístico de digestión lenta. El Disquero ha necesitado semanas enteras de escucha, en distintos ámbitos, momentos y puntos de oído, para aquilatar el arsenal de guiños, matices, recovecos, trazos impecables de esta majestuosa obra maestra.

No es gratuito que el disco inicie con el tic tac de un reloj y enseguida el latir de un corazón desde el contrabajo de Roger Waters.

Debo decir, para limpiar el camino, que no solamente la incomprensión ha campeado entre la crítica especializada.

La revista reverencial/referencial por excelencia de la cultura rock se limitó a eso, rendir reverencias al maestro sin atreverse a lo que otros sí tuvieron el valor de sacar de su ronco: predecible, está muy enojado (e insisten en reducir a la figura del impresentable Donald Trump los versos: picture a leader with no fuckin brain y después la frase hoy en día cualquier pendejo llega a presidente) y así en su desvarío a, hasta llegar al límite del error: el disco es aburrido. Olvidan, entre otras muchas cosas, el compromiso honesto de Roger Waters, leyendo en un momento de su concierto en México una carta devastadora, en protesta por los crímenes de Ayotzinapa.

En este nuevo disco, por ejemplo, con su particular sentido del sarcasmo y la ironía, juega a ser Dios (y no me hubiera dejado matar por los romanos) y luego a ser un dron (con temor de encontrarme, para hacerla estallar en pedazos, una casa con un ama de casa adentro, cocinando un pastel, haciendo arroz, o quizá simplemente haciendo un caldo de puros huesos).

He de decir, luego de semanas de inmersión profunda, que se trata de una obra maestra fascinante, plena de poesía, claves metafísicas, mensajes en clave, pasajes sinfónicos que envidiarían compositores especializados, pasajes de cuarteto de cuerdas vienés que ya nos había anticipado en sus obras anteriores. Fino, elegante, bello. Un digno homenaje a la belleza.

Hace conexión intrínseca con The Pros and Cons of Hitch Hiking, de 1984 y con Radio K.A.O.S, de 1987 pero en general con las obras completas del artífice, con Syd Barrett, del grupo más creativo, original y fino de toda la cultura rock: Pink Floyd.

El barrio del periodismo de rock puso vallas, trincheras, alambradas; algunos, los valientes, levantan la bandera de la justicia poética: es una obra maestra.

Y argumentan:

¿Roger Waters se repite?

Afirmar eso es no conocerlo. Desde Careful with that axe, Eugene y desde Set the controls for the heart of the sun, Pink Floyd ha estructurado sus aparatos narrativos en el majestuoso recurso de la repetición a lo Anton Bruckner, con una herramienta básica, que técnicamente se conoce como acorde.

Hay quienes todavía insisten en intentar desprestigiar a Bruckner al decir que en todas sus sinfonías se repite, cuando en realidad el compositor austriaco está ejerciendo la gran lección de su maestro, Richard Wagner: el acorde, que no es otra cosa que un conjunto de notas que suenan simultáneamente o en sucesión y constituyen una unidad armónica.

Una sucesión de acordes da la impresión de ser repetitivo, monótono, aburrido, cuando en realidad se trata de un procedimiento cuyas variantes se extienden ad infinitum.

Otro nombre técnico: unidad estilística, o bien: coherencia de estilo. O, mejor: unidad de estilo.

Al tic tac del reloj y el latir del corazón (Dark side of the Moon) se unen ahora el sonido de un dron, la pulverización de los vidrios de una aparador de un centro comercial, un misil, el switch que activa un locutor de radio cuando entra al aire, una locomotora, un avión, una puerta al abrirse, campanas. Ah, y el ladrido de un perro, lo cual nos lleva al territorio de lo metafísico.

Paréntesis: los guiños infinitos en el nuevo disco de Roger Waters se inician con Radiohead (OK Computer), siguen con David Bowie (Where are you know?), se expanden con Lou Reed (los muros de sonido). Fin del paréntesis.

El ladrido del perro sonaba aquella noche venturosa del 28 de septiembre de 2016 en el Foro Sol, en el mejor concierto de nuestras vidas, cuando Roger Waters puso en vida lo mejor de sí, en el más reciente de sus conciertos en México y el mejor que ha habido nunca.

Ese mismo ladrido suena en Banga, el más reciente disco de Patti Smith. Y suena también en Heart of a dog, el filme de Laurie Anderson. Y es el mismo perro que aparece en Fausto, la novela suprema de Johann Wolfgang von Goethe, cuyo verso ¡deténte, instante. Eres tan bello! describe a la perfección la belleza del nuevo disco de Roger Waters. Porque es la belleza del instante. La belleza del contacto físico, del contacto de las miradas, del sonido que entra por los oídos y se clava directo en el corazón.

El nuevo disco de Roger Waters es un bello homenaje a la belleza. La belleza de una mirada. La belleza de una sonrisa. La belleza de mi música preferida: tu risa.¡Deténte, instante. Eres tan bello!

Además de guiños, citas y referencias a Goethe, Rimbaud, Shakespeare, Joyce y Homero, la poesía que escancia Roger Waters a lo largo de los 10 capítulos que forman su nueva obra y cuya trilogía final (tracks 8, 9 y 10) es un dardo amoroso en el corazón, incluye la poesía más sublime, que acaricia a El Cantar de los Cantares, cuando canta:

Don’t let your eyes alight upon
The twin doves of her breast
Lest they take flight
Wait for her

Además del encabalgamiento prosódico shakespeareano y su léxico tan elegante (Lest they take flight), esos versos están acompañados de una frase a lo Arvo Pärt en el piano (Spiegel im Spiegel), así como la poesía que sonó antes de esa pieza final estuvo preñada de belleza en la cantinela de un corno francés, el encanto irresistible de un beat dramatúrgico en una batería de precisión dinamogénica (una versión actualizada de la cabalgata de las valquirias), el pendular del contrabajo ganando en profundidad, en intensidad. En un momento del disco, Roger Waters menciona al Grial. Y lo hace porque ya lo halló. Encontró el Grial con este disco.

Halló, en uno de esos sucesos imprevistos que son verdaderos regalos de la vida, la intensidad de la belleza.

¡Detente, instante. Eres tan bello!

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