Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de julio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aciertos de Trump
L

a crítica a la élite dirigente mexicana, pública y privada, hecha por Donald Trump durante su entrevista con Barbara Walters, (ABC) da en el centro de la ominosa realidad. El presidente se refiere a varios tópicos que reflejan el daño que esta clase de privilegiados mexicanos le causan a gran parte de la sociedad. Por un lado, Trump menciona los bajos salarios que se pagan a los trabajadores, sin duda de los más bajos del mundo. Por el lado opuesto, carga el acento en las enormes riquezas desplegadas por algunos cuantos beneficiados: adquieren castillos europeos o valiosas propiedades en Nueva York para disfrutarlas como magnates que son. A ello habría que agregar la compra de aviones y yates, verdaderos palacios flotantes, como el adquirido por Ricardo Salinas Pliego o los de otros varios grandes empresarios (Bailleres, entre ellos). Sin olvidar tampoco los evidentes, atroces y conocidos apañes de los haberes públicos por parte de funcionarios y políticos o los contratos amañados con los que favorecen a sus socios cuando llegan al poder.

De esos asuntos los medios de comunicación son bastante cínicos o parcos intencionados. En especial del escabroso y enormemente dañino tópico del nivel salarial existente: uno que asegura miseria. La manera descarada en que la crítica escamotea el fenómeno de las desigualdades –consecuencia directa de la explotación salarial– es, en verdad, una afrenta nacional inexcusable. La tendencia mediática se concentra en exhibir a ciertos ladrones que atacan los presupuestos, federal o locales, mientras deja de lado escudriñar la tragedia derivada de los exiguos salarios que rigen en todo el país. Salarios miserables, como los existentes en México, implican aplastar los niveles de vida de las mayorías hasta llegar a causar, sin exagerar, a la muerte de miles o millones. Y esto ocurre no solamente en nuestro país, sino en todo el mundo donde campea el neoliberalismo actualmente hegemónico. El estancamiento en las expectativas de vida tanto en Estados Unidos como en casi toda Europa a partir de los años 80 del siglo pasado, ejemplifica la tragedia mencionada arriba. La estadística acumulada no deja duda del destructivo y mortal fenómeno que produce, de manera directa, el capitalismo neoliberal. Mientras los trabajadores, blanco(a)s o negro(a)s, aumentan su mortalidad año con año, sus contrapartes, situadas en las cúspides económicas, continúan dilatando sus esperanzas de vida. Para reforzar este alegato habría que destacar, en este respecto, la diferente tendencia que muestran los países nórdicos, donde rigen normas y leyes auspiciadas y defendidas por las fuerzas sociales de izquierda.

Varios estudios llevados a cabo en Rusia revelan con crudeza inaudita lo que ocasionó el paso de lo que se llamaba socialismo real, al capitalismo más depredador. El intenso y hasta desaforado proceso privatizador provocó, en ese riquísimo país, la casi liquidación del Estado de bienestar existente. La mortalidad de los de abajo, por tanto, aumentó a tal grado que se calculan más de 4 millones de muertes adicionales a la previa incidencia de tales cambios. Este tipo de realidades tiene poca o nula penetración en los medios de comunicación de masas o, en particular, en la crítica informada también. En este país, rico en posibilidades, tal y como reconoce el mismo Trump, la atención mediática se dirige, con inaudita fruición, a los pleitos interpartidarios o a las pugnas entre los aspirantes a cualquier candidatura. Soslayan, con fingidas poses, los asuntos verdaderamente claves del presente y el futuro de la nación.

Las conceptos vertidos por Trump en la citada entrevista es posible que generen ronchas en las élites, aunque éstas sean transitorias o superficiales. Palabras de un vanidoso patán, alegarán como excusa y continuarán sus malhadadas rutinas. Hay imperiosa necesidad de reconocer que, hoy por hoy, no es posible encontrar remedio o cambio efectivo a la grave desigualdad que nos aqueja. Son demasiados mecanismos los que la propician y nula es la voluntad de modificar las perversas condiciones que la perpetúan y hasta aceleran.

Las instituciones nacionales no pueden, tal y como están diseñadas y menos aún operadas, responder al reclamo popular de garantizar justicia. El cambio tendrá que llegar desde fuera o, mejor dicho, desde la periferia del sistema establecido. La decadencia ya es demasiado grave y no permite que la élite actual pueda recomponer su ruta depredadora. Como primer paso, indispensable para un mejor mañana, habría que quitarles el poder al que se aferran.