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¿La Fiesta en Paz?

Sustituir a los inconformes y ya

Roca Rey, ¿sin callejón o sin criterio?

Madrid y Pamplona, mexicanizados

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En Pamplona, celebrantes del último día de las fiesta de San Fermín con banderines y cantosFoto Afp
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s interesante observar las increíbles similitudes entre un sistema político y un sistema taurino, esas semejanzas entre las intenciones de uno y otro, tan aparentemente distintos, aunque al final ambos arrojen parecidos resultados bastante opuestos a lo que preten- dían: unos, el socorrido bien común; otros, el engrandecimiento de la fiesta de los toros.

Políticos y taurinos parecen entonces ponerse de acuerdo a la hora de intentar ser congruentes entre lo que pretenden y lo que logran, desde luego a años luz de lo que deseaban o decían desear, trátese de partidos o de empresas. Y a la incondicionalidad o alcahuetería del grueso de los medios de comunicación ante sus pobres resultados hay que añadir su acentuada sordera, por lo menos desde los tiempos del gurucito sexenal que ni veía ni oía a quienes osaran criticarlo.

Hace unos días un joven torero mexicano, Ricardo Frausto, tuvo el valor civil de anunciar públicamente su retiro de la profesión, por falta de juego limpio de las empresas hacia toreros con méritos, pero los promotores tampoco vieron ni oyeron y, en vez de manifestar propósitos de enmienda, buscaron sustitutos para los inconformes. Quizá por eso la empresa mexicana Casa Toreros, que desde el año pasado ofrece la feria anual en la plaza de Acho, de Lima, en lugar de constituirse en pivote de una integración taurina latinoamericana, como regla, no como excepción, continúa con los criterios colonizados de siempre. En seis tardes –cinco corridas y una novillada–, nueve toreros españoles, uno francés, tres peruanos, dos mexicanos y un venezolano.

En el argot taurino se dice que un torero tiene callejón si cuenta con un apoderado, mozo de espadas o asesor con conocimientos, influencia y asesoría oportuna desde el callejón. En el caso del pundonoroso diestro peruano Andrés Roca Rey (Lima, 21 de octubre de 1996), puede aventurarse que carece de callejón o que le falta criterio torero, dada la frecuencia con que cae herido.

Cabeza, corazón, cojones y un gusto casi infantil por estar en la cara del toro, le sobran; discernimiento en el ruedo, no, por lo menos hasta ahora. Una cosa es andar cerca de la lumbre y otra, muy diferente, quemarse cada vez que se pretende hornear. Cocido a cornadas en apenas año 10 meses de alternativa, el hombre o ya le perdió el respeto a los toros con edad, lo cual es antitauromaquia, o su afán de triunfo le impide exponerse con más criterio, confundiendo aguante con quietismo e improvisando imprudencias, como citar en los medios para una arrucina ¡de rodillas! Roca Rey, figura en cierne, y su apoderado, el matador José Antonio Campuzano, tienen mucho que hablar y bastante que corregir.

España sigue mexicanizándose en lo taurino, fomentando la trivialización del espectáculo, el abaratamiento de los premios y lo antojadizo de los públicos, que en años recientes acusan una deformación preocupante, en tanto que los diestros que figuran sacan el mayor partido posible y la crítica especializada, con alguna excepción, se somete. Primero Madrid, con la salida en hombros más pueblerina que se recuerde, a cargo de Enrique Ponce, y ahora Pamplona, que se caracterizaba por una presidencia rigorista, soltando orejas a tutiplén, salvo la enésima gesta de Rafael Rubio Rafaelillo –38 años y 20 de matador–, que le tumbó sendas orejas a demonios de Miura en la última corrida del serial.