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El paraíso en el firmamento
C

onocí a Rocío Márquez el 19 de julio de 2012, cuando supe que, valiente y con el compromiso a flor de piel, decidió ofrendar su presencia y su cante a los mineros del Pozo de Santa Cruz del Sil, en la provincia de León, en España, quienes llevaban 45 días de huelga, encerrados en su mina como protesta contra el cierre de las cuencas mineras de su región. Cuatro años antes, en 2008, Rocío había recibido el galardón de la Lámpara Minera, máximo premio que el Festival del Cante de Las Minas, conocida como la Catedral del Cante, otorga a lo mejor del cante flamenco.

Fiel a esa honra, la joven cantaora de Huelva bajó a rendir homenaje y a ofrecer su solidaridad como ella sólo sabe, cantándoles una minera. La imagen, vista una y mil veces en un pequeño documental de ocho minutos de Jorge Martínez y Carlos Carcas, invita siempre a las lágrimas a acudir para rendirse ante la fuerza, el valor y la luz del cante por mineras que Rocío Márquez despliega en esa boca de mina que con el relámpago de su voz se convierte en catedral para adorar la dignidad, el trabajo, la gesta que, al cantarse, el flamenco cita. Desde ese día, sólo por ese gesto, enfundada en su overol azul y tocada con su casco blanco, Rocío Márquez se convirtió para mí en una leyenda del cante.

Pasó el tiempo y Rocío Márquez se dedicó a profundizar en su sabiduría. Grabó Claridad en 2012 y El Niño en 2014. Se aplicó a cantar y a estudiar a los clásicos del cante, La Niña de los Peines, Antonio Mairena, Pepe Marchena, Camarón de la Isla. Se fue a los caminos a regalar su cante al lado de grandes guitarristas como Pepe Habichuela o Dani de Morón. No ha parado. Se puso a absorber la técnica y acaba de presentar en la Universidad de Sevilla su tesis de doctorado sobre la técnica vocal del cante flamenco, estudio basado en la resonancia cinemática para explicar por qué hay tantísimas formas distintas de interpretar el cante, por encima de la importancia de las técnicas que puedas aprender. Por eso, en el fondo no hay una sola técnica, nuestro cuerpo define la forma en que cantamos flamenco.

Siguiendo esta libre senda nos acaba de regalar con la publicación de Firmamento, disco que la consagra en el cultivo del libre albedrío en el universo del flamenco. Parece haber escuchado las palabras de Enrique Morente cuando dijo: “yo creo que el arte no tiene por qué tener cortapisa, tiene que tener libertad, y todo es posible y lo que importa es el resultado… y muchas veces prefiero estar en libertad, que ajustado exageradamente en una cuadratura que no diga nada y no transmita nada”. Y es que en este flamenco Firmamento no existe la guitarra. Rocío Márquez se hace acompañar del Proyecto Lorca, que son Daniel Borrego Marente en el piano, Juan M. Jiménez en los saxofones y Antonio Moreno en las percusiones. La voz de Rocío Márquez es a un tiempo sol, luna, cometa que en su cauda nos lleva al paraíso cantando letras suyas, de Christina Rosenvinge, Isabel Escudero, María Salgado y de Santa Teresa de Jesús. Mujeres escribiendo para el cante. Todo el Firmamento es luminoso. Su divisa es la independencia, la grandeza, el futuro infinito del flamenco. Hace florecer desde la raíz lo expresado por José Monge, Camarón de la Isla: el flamenco no tiene más que una escuela, transmitir o no transmitir. Y Rocío Márquez transmite la profunda claridad de su sentimiento. En cada versada nos conmueve, nos irradia de su luz a cada instante.

Así lo vivimos ella y yo el pasado lunes 10 de julio en los Patios de los Arrayanes de La Alhambra de Granada, cuando junto a Fahmi Alqhai con su viola da gamba, la percusión de Agustín Diassera y la viola da gamba de Rami Alqhai, la voz de Rocío Márquez nos llevó a viajar por los Diálogos de viejos y nuevos sones que nos condujo con dulzura a visitar espacios y tiempos que derriban muros y fronteras donde pueden convivir con la creación popular lo mismo Santa Teresa de Jesús, Monteverdi o las peteneras mexicanas. Noche mágica que citó a la presencia de Washington Irving que, iluminado por tanta grandeza, seguro fue él quien desconectó la energía eléctrica que cegó sonido y luz. No importó. Sin inmutarse, a palo seco, Fahmi Alqhai y Rocío Márquez nos llevaron de la mano en el tiempo y, sin artilugios técnicos, nos trasladaron a hace siglos para escuchar una seguiriya y un son. La gloria se abrió y allí vivimos desde entonces.

Por eso estoy seguro que si Julio Romero de Torres hubiera conocido a Rocío Márquez habría mudado el nombre y el género del ilustre cantaor Juan Breva y hubiera escrito: Mis cuadros no son otra cosa que motivos del cante jondo, un símbolo de cada copla. Yo daría mi nombre y mi arte por el nombre y el arte de Rocío Márquez, la mejor cantaora de cante jondo que ha tenido la raza. Después de cinco años de haberla conocido, hoy sé que si seguimos el Firmamento de Rocío Márquez habremos de llegar a la gloria, al paraíso.

Twitter: @cesar_moheno