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Evalúa el Kremlin confiscar inmuebles y expulsar a diplomáticos

Moscú espera nuevo paso de Washington para reparar nexos o aplicar medidas
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 19 de julio de 2017, p. 25

Moscú.

Ante el punto muerto en que se encuentra la relación bilateral, Rusia espera que Estados Unidos mueva ficha para, superada lo que considera una humillación inaceptable, empezar a recomponer los maltrechos nexos, y si no es así no demorará en aplicar medidas en estricta reciprocidad, a riesgo de empeorar las cosas.

Así lo hizo saber este martes en un comunicado de su cancillería, mientras el titular de la cartera, Serguei Lavrov, reiteró la víspera la posición del Kremlin de que la Casa Blanca, al confiscar dos residencias con inmunidad diplomática, no sólo violó el derecho internacional, sino cometió una suerte de atraco a mano armada.

Para intentar superar ese primer obstáculo –menor frente a las divergencias de fondo que mantienen ambos países, pero que Rusia considera cuestión de principios–, se reunieron el vicecanciller ruso, Serguei Riabkov, y el subsecretario de Estado estadunidense, Thomas Shannon (ayer, en Washington, madrugada ya en Moscú por la diferencia horaria). El encuentro terminó con dos ultimatos sobre la mesa.

Por un lado, el de Estados Unidos exige algo a cambio de devolver las dos residencias de campo que la administración anterior embargó a sendas representaciones diplomáticas de Rusia (la embajada en Washington y la misión permanente ante la ONU en Nueva York), junto con la expulsión de 35 diplomáticos, como sanción por la supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales estadunidenses.

Por el otro, el de Rusia, que no está dispuesta a realizar ninguna concesión unilateral y advierte que en caso de que no se le devuelvan pronto las residencias en Centreville (Maryland) y Oyster Bay (Nueva York), así como se otorgue el visado a los diplomáticos designados para remplazar a los expulsados, no dudará en confiscar la residencia de campo que tiene la embajada de EU en Serebrenny Bor, a orillas del río Moscova, cerca de la capital rusa, y expulsará a 35 diplomáticos estadunidenses.

El presidente Vladimir Putin, en diciembre anterior, cuando Barack Obama tomó represalias contra los diplomáticos rusos días antes de dejar la Casa Blanca, no quiso responder con la misma moneda y prefirió esperar a que tomara posesión Donald Trump, confiado en que el inusual gesto ayudaría a generar un ambiente de confianza para facilitar el diálogo con el nuevo presidente de Estados Unidos.

Seis meses más tarde –en lugar del esperado diálogo presidencial, más allá del breve y cara a cara al margen de la cumbre del G-20 en Hamburgo–, tanto Putin como Trump no quieren, a ojos de sus auditorios internos, parecer perdedores a la hora de resolver el primer problema de los muchos que empañan la relación bilateral.

El mandatario ruso, que no lo ha hecho oficial pero es probable que la primavera próxima se presente como candidato a un nuevo periodo al frente del Kremlin, se resiste a que el electorado lo califique de débil frente a su colega de Estados Unidos, mientras éste no sabe qué hacer para romper el cerco cada vez más estrecho de sus adversarios políticos y los medios estadunidenses por los supuestos contactos de su entorno con la pretendida trama rusa.

En los próximos días se sabrá quién de los dos presidentes tira la toalla en esta disputa o si, por el contrario, Moscú y Washington prefieren dar otro paso atrás, pero es evidente que Rusia, amparada en su arsenal nuclear, no admite que nadie la obligue a hacer concesiones unilaterales, lo cual parece desconocer Trump, acostumbrado, con mentalidad de magnate, a tratar con prepotencia a todos sus interlocutores.