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Muerte del historiador Max Gallo
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utor de más de cien libros, hijo de inmigrados italianos, el escritor y académico francés Max Gallo murió el 18 de este mes a los 85 años de edad, después de una larga lucha contra el mal de Parkinson.

Su padre, trabajador humilde nacido en Piamonte, se instaló en Niza, donde se adhirió a la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, sin decirlo a su familia. Durante su infancia y adolescencia, Max Gallo sufre las humillaciones de la pobreza y de pequeño inmigrante. Humillación, dirá más tarde, que le sirvió de motor para salir adelante, no sin preguntarse cuál es el precio a pagar para escapar a los determinismos sociales y culturales. Su progenitor, quien desea dar a su hijo un destino mejor que el suyo, lo empuja a seguir sus estudios y le regala una máquina de escribir profetizándole que hará grandes cosas con ella.

El joven Max se traslada a París para continuar su carrera de historiador, donde obtendrá la agregación y el doctorado. Entre tanto, ingresa al Partido Comunista, aunque confiesa que ya cuando la muerte de Stalin, en 1953, sus ilusiones se habían agotado: en esa época, no era un intelectual próximo del Partido Comunista, justo un proletario preocupado por la suerte de los humillados. Así, irá alejándose de éste para terminar por adherirse al Partido Socialista.

Aparte de sus ensayos sobre diversos personajes y épocas de la Historia, como Napoleón, De Gaulle o la Segunda Guerra Mundial, muy joven, realiza brillantes incursiones en la novela histórica. Sin ir tan lejos en su imaginación como el fabuloso Alejandro Dumas, quien logró con éxito hacer convivir a personajes de ficción con personas reales, Max Gallo da un toque personal a la Historia al transmitir sus impresiones personales en las personalidades de sus protagonistas históricos.

De alta estatura y apariencia agradable, Gallo posee una voz calurosa que contribuye al éxito de los programas de radio con los cuales interesa e instruye en la Historia de Francia a sus miles de auditores durante varias generaciones. Sabe narrar, suscitar la curiosidad y despertar la pasión por su país de adopción, lo que le permite declarar: Mi vida es una historia francesa, así como ser considerado la voz de Francia.

Si tiene pronto gran éxito editorial con La baie des Anges (La bahía de los Ángeles), el escritor sufre una tragedia: el suicidio de su hija Matilde a los 16 años. Un doble sentimiento de culpabilidad lo acosa: el suicidio de su hija, de alguna manera abandonada en manos de la madre y la abuela de Max, y la narración inspirada en la muerte de su hija, una novela titulada Un pas vers la mer (Un paso hacia el mar). Sin embargo, confiesa que no dudó en escribirla pues, como cualquier autor, soy algo cínico o, si se prefiere, vampiro.

En 2012 publicó uno de sus libros más conmovedores, sus Memorias, con el título L’oubli est la ruse du diable (El olvido es el ardid del diablo), inspirado en una cita de Rigord, un monje de la abadía de Saint-Denis: No mueren ni van al infierno sino aquéllos a quienes ya no se recuerda. El olvido es el ardid del diablo, frase extraordinaria para Gallo, que lo llevó a expresar: Así, la vida eterna no existiría sino en la medida en que la gente se transmite el recuerdo y la memoria de un ser desaparecido.

Autor infatigable, después de tres o cuatro horas de sueño, se levantaba a las 11 la noche para escribir hasta el alba. Horario que le da tiempo para dedicarse a sus otras actividades, entre las que se cuenta la política. Diputado y, en 1981, secretario de Estado y portavoz del gobierno de Mauroy, primer ministro bajo la presidencia de Mitterrand. Su director de gabinete era un tal Hollande. Decepcionado de Mitterrand, de quien hace un retrato feroz, renuncia a su cargo y se une a Jean-Pierre Chevènement para formar un movimiento ciudadano. En 2007, apoyó la candidatura de Sarkozy. Un año después comienza su lucha contra el mal de Parkinson.