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Infancia y Sociedad

Sucios, feos y muy malos

N

o todos los sicópatas son políticos, pero un alto porcentaje de políticos sí son sicópatas, aseguran siquiatras. Conforme el capitalismo se ha hecho más perverso, ha aumentado el número de sicópatas en cuadros de gobierno. Alguna vez se creyó que los sicópatas eran sólo asesinos en serie o grandes estafadores y que su rostro de ‘locos malvados’ los delataba. Hoy –dicen los expertos– se les encuentra detrás de un look impecable, en flamantes oficinas, altos puestos de mando de empresas y gobiernos. Es tan lógico encontrarlos ahí –dicen– como encontrar hombres muy altos en los equipos de basquetbol.

Es decir, la personalidad sicópata los hace muy aptos para desempeñarse en altos puestos: carecen de escrúpulos, mienten con toda facilidad, les importa un bledo la gente o el país que destrozan con sus decisiones, nunca reconocen sus errores, no pueden sentir empatía ni remordimientos, pueden robar o mandar matar sin ningún cargo de conciencia y sonríen como triunfadores ante cualquier circunstancia (la sonrisa de Javier Duarte en Guatemala es emblemática en este sentido). Son –se dice en el blog Voto Blanco–: diablos sin corazón.

David Owen, político y siquiatra británico, quien fue ministro de Salud, afirma: su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras otro porque su capacidad de análisis no les funciona: muchos de los que hoy nos gobiernan son peligrosos enfermos mentales.

Y en respuesta a mi anterior entrega, Bondad, cerebro y capitalismo, cito el comentario de un gentil lector: No se puede ser bueno y malo a la vez; se es de un modo o del otro.

Hablando específicamente de políticos mexicanos que han elegido la maldad: su vida está llena de ella, cualquier muestra de bondad de su parte es sólo apariencia; cultivan la maldad, están inmersos en ella. Proceden siempre con maldad, así educan a sus hijos y así tratan a sus parejas, llevan a su mesa alimentos comprados con dinero mal habido. Al elegir vivir la maldad, renuncian a la felicidad, al goce genuino que produce vivir de acuerdo con la bondad y los valores que involucra. Se vuelven personas malditas.

Porque si para esos seres sus fines justifican los medios, un político pobre es un pobre político y no hay ningún inconveniente en comer sapos: entonces son sicópatas totales.

Pero si no logramos enfrentarlos, difícilmente volveremos a ser una sociedad sana, capaz de proteger a sus hijos. Si no “…a los pies de qué esperanzas diremos de nuestro país el nombre”.