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¡Ópera en Texcoco!
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Vista del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, ubicado en Texcoco, en cuyo teatro Elisa Carrillo se escenificó Salsipuedes, en el estreno mexicano de esa ópera de Daniel Catán (1949-2011)Foto Juan Arturo Brennan
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excoco, Méx. ¿Despiste mío, o ausencia de divulgación? ¿Un poco de ambos? Recién hace unos días me enteré de que existe tal cosa como el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario (CCMB), situado en este rincón del conflictivo, oprimido y opresivo estado de México.

Llegar hasta acá por vez primera no es fácil; ni los mapas ni la señalización son particularmente eficaces, y el mismísimo Waze enloquece. Pero el difícil viaje vale la pena, entre otras cosas porque una vez descifrada la maraña de indicaciones contradictorias el viajero encuentra, un par de cientos de metros antes de llegar al CCMB, una fonda caminera en la que la barbacoa es de alto rendimiento.

La razón primordial de venir a Texcoco, sin embargo, ha sido la reciente puesta en escena, en el teatro Elisa Carrillo del CCMB, de la ópera Salsipuedes, 2004, de Daniel Catán (1949-2011), en su estreno en México.

Se trata de una ópera que se mira y se escucha con gusto, básicamente por la frescura y eficacia de la música de Catán, y por las pinceladas de desparpajo narrativo del libreto de Eliseo Alberto y Francisco Hinojosa. Además de la posible descripción de las peripecias específicas de la historia y sus personajes, la columna vertebral de Salsipuedes (imaginaria isla caribeña) puede resumirse en una frase impresa con todas sus letras en el programa de mano, y que no tiene desperdicio, dadas las circunstancias actuales: La vida de la gente común trastocada por los abusos de poder de un político corrupto.

Imagino que alrededor de 120 millones de mexicanos pueden empatizar con este sencillo concepto.

Para la creación de su partitura, Catán tomó como pre-texto y punto de arranque el hecho de que sus dos protagonistas varones principales son músicos. Ello le ha permitido desatar, desde las primeras páginas de Salsipuedes, un sabroso tropicalismo salsero, expresado en el foso y en el escenario sin ambages ni tapujos, lo que hace que la música fluya de manera especialmente orgánica con la historia.

Ahora bien, en el entendido de que lo que se narra en Salsipuedes habita simultáneamente en la tragedia y en la comedia, hay pasajes importantes en los que la música de Catán refleja con esmero esa dualidad.

Y claro, tratándose de música de Catán, era de esperarse que el mencionado tropicalismo estuviera matizado por las bien conocidas filiaciones neoclásicas y neo-románticas del compositor, cosa que ocurrió puntualmente. En el centro de esta tragicomedia está la figura del General García, un déspota bananero, muy proclive a la corrupción, la mentira, el desacato a la ley, la ignorancia, la prepotencia y la banalidad, todo ello sazonado con una sólida componente de traición a la patria.

Al cobijo de semejante figura y el sistema que prohíja, se mueven las historias de los dos músicos mencionados y sus esposas. En la separación fortuita de las parejas, la subsecuente búsqueda y las tentaciones que enfrentan Ulises y Chucho, bien pueden percibirse fugaces vasos comunicantes con la historia que cuentan Mozart y Da Ponte en Così fan tutte. (Recordar aquí que Catán tuvo en Mozart a uno de sus espíritus tutelares).

El desenlace de las diversas tramas pareciera un final feliz, pero la percepción es engañosa: hay pocas cosas más ambiguas e inquietantes que quedar a la deriva en el mar, en una barcaza con destino incierto. Y el fallecido General García siempre podrá ser sucedido por otro General García, ¿verdad?

Este Salsipuedes texcocano fue puesto en escena con ligereza y fluidez por Iván Ávila Dueñas, y dirigido musicalmente con más que buen oficio, ante la Orquesta Sinfónica Mexiquense, por Rodrigo Macías, quien lleva años picando piedra musical fructíferamente por estos rumbos.

Si bien el teatro Elisa Carrillo tiene algunas virtudes, su acústica es un tanto ruda y no del todo uniforme; ante este hecho y como era de esperarse, los cantantes que mejor superaron los escollos de proyección vocal fueron los de mayor experiencia y colmillo: Dante Alcalá, Alan Pingarrón, Genaro Sulvarán.

Qué bien que se esté haciendo ópera (¡y ópera mexicana!) en polos de difusión distintos a los usuales, cosa que hay que apoyar y fomentar decididamente, más aún en momentos en que en el otro Bicentenario, el de León, Guanajuato, hay burócratas obcecados que se están comportando, ni más ni menos, como el arriba descrito General García.